domingo, 6 de diciembre de 2009

GHOST - GIRL

Era una tarde lúgubre y tormentosa y la sala de ensayos de la banda estaba preparada para el gran recital de otoño. Las gradas ocupaban todo lo largo y ancho de la sala, de modo que apenas quedaba espacio para pasar. Los rayos acompasados hacían vibrar los tambores en consonancia, y los instrumentos de viento, colgados como marionetas en sus fríos y estériles soportes, repiqueteaban al son de los truenos de la lejanía.
Charlotte, nuevamente en posesión de Scarlet, entró y busco a Damen en la sala medio iluminada. Mientras paseaba la mirada por las sillas, un papel la golpeó en la cabeza.
—Aquí arriba —dijo Damen en algo más que un susurro.
Ella levantó su delicada barbilla y le vio en lo alto de la grada, haciendo gestos para que subiera.
—¿Estás bien? —preguntó él cuando ella tomó asiento.
—Oh, sí, es que estaba pensando en otra cosa —contestó ella a la ver que abría el libro de Física y lo colocaba a la vista de ambos.
—Sí, yo también —dijo él, y cerró el libro—. Bajo la cremallera y empezamos.
Charlotte estaba estupefacta. Abrió el libro de nuevo y trató de conservar la entereza, pero al oír el sonido de una cremallera que se abría, la perdió por completo.
—¡Espera! ¿Qué haces? —dijo ella, enterrando la nariz aún más en el libro a la vez que procuraba olvidar el incidente de los vestuarios.
—Sacarla —respondió él.
Oye, ¿y qué me dices del violonchelo? Eso sí que lo sé tocar —sugirió.
Damen se rió, pensando que bromeaba.
—¿Qué violonchelo? —preguntó él.
Scarlet unplugged—dijo Damen, atónito.
—Ésa soy yo —contestó Charlotte.
Ella esbozó una sonrisa nerviosa y, después de un par de torpes intentos, empezó a tocar una melodía vaga y hermosa. Damen estaba fascinado.
—Desde luego que no es la canción que tocabas ayer —dijo él.
—¿Te gusta? —preguntó ella.
—Sí, me gusta. Es… diferente —repuso él.
—Bueno, ya sabes lo que me gusta tocar la guitarra, pero ¿y si estudiamos un poco para variar? —dijo Charlotte.
—¿Estudiar? —replicó Damen—. Pero ¿qué pasa contigo hoy?
Charlotte no podía seguir con la farsa de la guitarra mucho más tiempo, de modo que llevó la conversación de vuelta a su terreno. Lo suyo era la Física, y quería que a Damen le gustara su terreno tanto como le gustaba el de Scarlet.
—Mira, fíjate en esto —Charlotte abrió el libro de Física y le mostró un diagrama.
—¿Sí? —contestó Damen.
—Es una onda de sonido —anunció con orgullo a la ver que punteaba una cuerda de la guitarra.
—Lo de las ondas es que no me entra —dijo Damen.
—El sonido es la variación de la energía mecánica que fluye a través de la materia en forma de onda —explicó Charlotte—. Es invisible, pero no por ello deja de estar ahí.
Charlotte reparó en el desconcierto que reflejaba el rostro de Damen.
—¿Cómo te lo podría explicar? —pensó en voz alta. Charlotte levantó el mástil de la guitarra—. La cuerda de una guitarra no emite sonido alguno —instruyó, señalando a la silenciosa cuerda Mi— hasta que entra en contacto con tu cuerpo.
Tomó la mano de Damen en la suya y punteó la cuerda de la guitarra con el dedo de él.
—Cuando se produce la conexión, la vibración de la cuerda crea una onda que puedes oír cuando alcanza tu oído —concluyó.
Damen no acababa de creerse que se estuviera aprendiendo la lección sin apenas darse cuenta.
Damen volvió la cabeza y vio a Charlotte-convertida-en-Scarlet, que venía por el pasillo recién salida de su ritual de posesión matinal.
—¡Oye, Betiy Rocker! —llamó Damen.
Charlotte pareció desconcertada.
—No me puedo creer que hayas hecho esto. Nunca sé por dónde vas a salir —dijo, y hundió el dedo en el glaseado y se lo llevó a la boca.
Charlotte miró el pastelillo y vio lo que Scarlet había hecho con él.
—Ni yo —dijo ella.
—Es casi como si fueras dos personas distintas —dijo él.
—¿Y cuál te gusta más? —respondió Charlotte, convencida de que era su oportunidad para dejar las cosas claras de una vez por todas.
—Por fortuna no tengo que elegir —dijo él hincándole el diente al pastelillo

Charlotte y Scarlet estaban pasando un rato i en el dormitorio de Scarlet, pero por primera vez ambas sentían que vivían en mundos distintos. Scarlet estaba tirada en la cama, entre cojines de terciopelo arrugado oscuro, dibujando inocentes muñequitas de porcelana de ojos grandes y siniestros cuerpos desproporcionados, mientras que Charlotte se paseaba de un lado a otro como un tigre enjaulado.
La tensión se podía cortar con cuchillo y Charlotte se moría de ganas de enfrentarse a Scarlet por lo ocurrido con Damen y el pastelillo, pero pensó que mejor era no menearlo, no fuera Scarlet a vetarle su cuerpo otra vez.
Necesitada de aprobación, Charlotte se acercó a la guitarra de Scarlet y apretó los dedos contra la afilada maraña de cuerdas retorcidas del clavijero.
—Sólo está contigo por mí—espetó, plantando batalla.

Averigüen a quién elegirá él… a continuación —dijo el presentador en un tono aciago.
Scarlet y Charlotte intercambiaron miradas.
—¿Estás segura? Muy bien, entonces ¿por qué no dejamos que decida él? —contestó Scarlet con petulancia.

A la mañana siguiente, Scarlet y Charlotte resolvieron poner en práctica su jueguecito en la piscina del colegio con tiempo, antes de que comenzaran las clases de Gimnasia.
Las únicas luces que aparecían encendidas eran las que quedaban bajo el agua, de forma que los tímidos haces de luz se refractaban por el recinto de hormigón creando un marco de lo unís siniestro. Los vapores del cloro y el moho enrojecieron los ojos de Scarlet, aunque muy levemente.
—Muy bien, entonces, igual que en la tele, haremos turnos para estar con él. Yo iré primero, luego cambiamos, y veremos a cuál de las dos «corresponde» —dijo Scarlet.
—No es justo. Este sitio es tan oscuro… Tan lúgubre… Tan… cómo tú —dijo Charlotte paseando la mirada por el recinto—. No te hacía yo una fanática de la natación.
—No estamos aquí por el agua —dijo ella, que encendió el iPod y lo insertó en su reproductor estéreo LifePod que además le servía de bolsa de bandolera. La música reverberaba en las paredes de cemento y en el suelo alicatado lo mismo que si fueran los de una discoteca—. Estamos aquí por la acústica.
—¿Y a mí eso de qué me sirve? —preguntó Charlotte.
—¡Lo siento, no te oigo! —chilló Scarlet, subiendo el volumen de la música todavía más.
Charlotte estaba fuera de sí. Temiéndose lo que pudiera decirle a Scarlet, se lanzó en picado desde su percha y la poseyó antes de tiempo.
Scarlet salió expelida de su cuerpo y fue a aterrizar junto al borde de la piscina, confusa al principio y, luego, solamente furiosa.
—Espero que no sea que te da miedo el agua… —dijo Charlotte, atajando su discurso y prosiguiendo con la conversación deprisa y corriendo. Sin esperar a la respuesta de él, Charlotte—Ha estado genial —dijo Damen, que se secó los ojos ion la mano y quedó ciego por un instante. En el espacio de ese latido, Scarlet recuperó el control de su cuerpo en lo que se estaba convirtiendo en un absurdo tira y afloja ultramundano.
—Venga. Se acabó la piscina —anunció Scarlet como una madre impaciente.
—¿Por qué? Justo ahora que empezábamos a acostumbramos al agua. Estoy algo confuso, la verdad —dijo mientras echaba a nadar hacia el otro extremo de la piscina.
Scarlet se sumergió en el agua, se impulsó contra la pared y nadó hasta él. Cuando lo alcanzó, rozó levísimamente su cuerpo contra el de Damen.
—Bueno, pues ¿qué tal si te des-confundo? —dijo Scarlet, mientras el agua cristalina se deslizaba por su pelo negro, le recorría el cuerpo y volvía a caer en el agua—. Cierra los ojos y dime qué beso te gusta más.
Damen cerró los ojos. Scarlet le empujó juguetonamente contra la esquina y le plantó un potente beso en sus húmedos labios.
—A ver. Compara ése a… —dijo Scarlet mientras le hacía un gesto a Charlotte para que ésta entrara en su cuerpo.
—… a éste —dijo Charlotte rematando la frase.
Charlotte se acercó para besarle, pero la hermosura de sus rasgos la cogió desprevenida, y vaciló. Comenzo a besarle suavemente el cuello, ascendiendo despacio, provocándole, provocándose. Abrió los ojos para mirar sus labios se fue despojando de la ropa seductoramente

—¡Jacuzzorra! —chilló Prue, ordenando a los demás chicos muertos que empezaran a nadar en círculos. Charlotte se vio arrastrada lejos de Damen por el vórtice sobrenatural justo cuando estaba a punto de besarle. A estas alturas, ya estaba más que harta de esos déjà vus.
Scarlet, consciente de que prefería la humillación delante de todo el instituto antes que presenciar cómo Prue descargaba su cólera sobre Charlotte, se dejó llevar por el pánico y recuperó su cuerpo.
El remolino aumentó su presión hasta que una ola se levantó sobre el bordillo, desbordó la piscina y fue a estrellarse contra el tabique que separaba la piscina del gimnasio. El torrente de agua hizo vibrar la pared, se filtró por debajo y entró en el gimnasio. Los chicos vivos que se encontraban en clase de Gimnasia repararon en la inminente inundación que avanzaba poco a poco hacia ellos y corrieron rumbo a las salidas.
—¡¡¡Tsunami!!! —gritaron con cierto dramatismo, advirtiendo a los demás compañeros, pero ya era demasiado tarde para la mayoría. Atrás quedaron bolsas de deporte, sacos de pelotas, mochilas de libros, chándales, pantalones de entrenamiento, sudaderas con capucha y toda clase de material deportivo, que acabaron completamente empapados. El viejo parqué empezó a levantarse, los enchufes echaban chispas, las luces parpadeaban y los plomos de todo el instituto saltaron en cadena. Aunque ni mucho menos de proporciones bíblicas, sí que causó daños considerables.
La verdad, director Styx… yo no sé nada de ningún accidente de coche. ¿Qué le hace pensar que fui yo? —preguntó Petula con un tono coqueto totalmente fuera de lugar.
—¿Es esto suyo? —preguntó Styx sosteniendo en alto una barra de labios.
—¿De dónde lo ha sacado? —preguntó Petula.
—Del coche —contestó Styx.
Petula le arrancó la barra de la mano, a la vez que en su rostro la cara de zorra se mudaba por la de una perra calculadora.
—Me temo que no puedo pasar por alto el incidente este del coche —adivirtió él—. Los daños ocasionados al vehículo, el municipio, la tuba y el instituto son considerables y alguien debe responder por ellos. Podían haberse producido heridos o algo peor —la reprendió Styx.
—Pero no los hubo —dijo Petula con un desdeñoso gesto de la mano—. ¿Verdad, profesor… perdón, esto, director?
—Me temo que voy a tener que castigarla sin el Baile de Otoño —dijo Styx, emitiendo su veredicto.
—¡Yo SOY EL BAILE! —gritó Petula. En su afán por conseguir un aplazamiento, echó un rápido vistazo al informe disciplinario y montó su defensa—. Un momento, en su informe sólo pone «Kensington». ¡Tengo una hermana pequeña! —argumentó—. Tengo pruebas. ¡Esta barra de labios es suya! Mire, es de color carmesí. ¿Acaso tengo yo pinta de usar color carmesí?
—Mi decisión es inamovible —explicó él, que desconocía la afición de Petula por el perfilador de labios rosa nacarado y los brillos naturales.
Antes de que Petula pudiera pronunciar otra palabra malsonante en su defensa, la secretaria de Styx irrumpió en el despacho.
—¡El gimnasio está inundado! —chilló excitada, disfrutando de la tragedia que acababa de insinuarse en su rutinaria y aburrida vida.
El director Styx, examinando todavía la barra de labios y con Petula a la zaga, corrió hacia el gimnasio.
Mientras él se aprestaba a evaluar los daños y un posible parte de heridos, Petula reparó repentinamente en Damen y Scarlet, que seguían abrazados, medio desnudos, si bien ya al menos fuera del agua.
—¡Es ésa! —se despepitó—. ¡Lo hizo para robarme a mi novio! ¡He ahí el móvil! —se desgañitó Petula, pero el director estaba demasiado ocupado evaluando los daños como para prestar atención a sus acusaciones.
Petula se aproximó a ellos como si fueran radiactivos y se burló con una mueca de la vulnerable y comprometida postura en la que ella y la totalidad del alumnado los habían sorprendido.
—Oye, he oído que están liquidando letras escaríala en Hot Topic —dijo Petula, mirando a Scarlet con desprecio.
—¡Déjalo ya! —le instó Damen mientras el bedel les tendía unas toallas.
—¿Te gustaría, eh? —le cortó Petula, que pareció que se preparaba para una pelea a tortazo limpio al más puro estilo programa de Jerry Springer cuando se volvió de nuevo hacia Scarlet.
—No te preocupes. Son ataques propios de las de las deficientes en calorías —bromeó Scarlet.
—Nadie va a tomarte en serio jamás. ¡Mírate! Das risa —dijo Petula, esforzándose al máximo por humillar a Scarlet delante de Damen.
—¡Petula, basta ya! —gritó Damen.
Scarlet parecía avergonzada y dolida, pero trató de ocultarlo como pudo. Charlotte la miró con pena.
—Jamás te sacará en público en una autentica cita. ¿Qué te dijo, «Oh, mantengamos esto entre tú y yo»? —sondeó Petula—. ¿Fue eso lo que te dijo?
Scarlet se quedó callada y Damen pareció que se sentía un poco culpable.
—Te equivocas de cabo a cabo —dijo Damen.
—Eres un sucio secretito —dijo Petula lanzándole a Scarlet una puñalada más.
—¡Sí, ya, pues este sucio secretito va a ir al Baile de Otoño conmigo! —anunció Damen.
Petula y Scarlet se quedaron mudas de asombro. Hasta a Damen le sorprendió haber soltado la proposición.
Scarlet volvió la cabeza, incapaz de mirar a Charlotte a la cara, y siguió escurriendo su ropa. Al hacerlo, cayeron unas gotas ante el rostro de Charlotte, casi como si llorara, que era lo que más deseaba hacer en ese momento.
La lluvia inclemente atravesaba a Charlotte y se precipitaba al suelo mientras caminaba melancólicamente por la calle oscurecida lamentándose de su mala suerte. Deseó sentir la fría llovizna contra su cuerpo de nuevo, pero no podía. No era más que un recordatorio de que era tan hueca como la guitarra Ovation de Damen, y poco podía hacer ella ya para solucionarlo, ni ahora ni nunca. Nada podía tocarla, ni siquiera el chaparrón, pensó mientras vadeaba los charcos que se acumulaban. A decir verdad, Charlotte no tenía adonde ir, y no había dónde estar. No tenía hora de llegar a casa, ni nadie que la esperara despierto, ni aun necesidad de dormir.
Deambuló por las calles en silencio hasta que se despejo el cielo, revelando los últimos instantes fugaces del atardecer recortados contra el contorno de Hawthorne. A pesar de encontrarse sumida en su decepción, reparó en el frente frío que soplaba a través de ella disipando la humedad, aunque no su mala conciencia. Había avergonzado y herido a sus amigos, y era más que probable que se hubiese condenado a sí misma y a los compañeros de Muertología.
No sólo estaba triste, sino celosa además. Se sentía excluida. Su plan para conquistar el amor de Damen y el respeto de Petula le había estallado en las manos, y ello era en gran parte culpa suya. En gran parte, claro está, porque también había tenido parte de culpa Scarlet, ¿o no? Y Prue. En ningún momento tuvo intención de que las cosas salieran como en efecto lo habían hecho, se justificó Charlotte. No eran más que —¿cómo llaman a las bajas los militares?— «daños colaterales».
Al fin y al cabo es lo que hacen los fantasmas, ¿no? —pensó en voz alta, resignándose al olvido—. Vagar. Lamentarse.
Mientras pasaba bajo un viaducto de piedra y atravesaba un macizo de árboles muertos estrangulados por enmarañadas trepadoras, no podía dejar de obsesionarse con Damen y Scarlet —se encontraban bajo la misma luna que ella— y de preguntarse qué estarían haciendo.
El pensamiento empezaba a reconcomerla por dentro cuando, de manera inexplicable, se halló en el exterior de la casa de Damen. Era un lugar hasta el que había pedaleado muchas veces en verano. Necesitaba ver que dormía, que estaba solo y que, de momento, no sucedía nada entre él y Scarlet. Necesitaba, como mínimo, ese tanto de paz de espíritu.



Prue dio media vuelta y se marchó toda enfurruñada, sin apenas dirigirle una mirada a Charlotte y cerrando telequinésicamente la puerta de golpe tras de sí, de modo que les dejó bien claro a ambos lo que opinaba de Charlotte.
No contenta con ello, Prue volvió a la puerta, pegó la cabeza al cristal y se deslizó hacia abajo, dejando un rastro baboso en su mofa de la muerte de Charlotte.
—¿Por qué me odia tanto? —le preguntó ésta al profesor Brain.
—No te odia, Charlotte —explicó Brain—. Pero necesitamos apoyarnos los unos en los otros para alcanzar una meta común, y hasta ahora has demostrado ser… poco fiable.
—Lo estoy intentando —dijo ella.
—¿Ah, sí? —preguntó Brain de forma algo retórica.
Charlotte recapacitó e hizo una pausa a la vez que crecía su desesperación.
—No sé lo que hago —admitió—. Estoy fracasando en todo lo que me importa. Ni baile, ni Damen, ni amigos, ni casa, ni vida —dijo Charlotte, sincerándose por completo, con la esperanza de obtener alguna respuesta y algo de ayuda.
—Tal vez sea ésa la lección, Charlotte —sugirió Brain—. Debes dejar de vivir y empezar a morir. Estás negando la realidad.
—Intento pasar página, pero cada elección que hago es la errónea —dijo con abatimiento—. Me había esforzado tanto para conseguir ese Beso de Medianoche… digo, la resolución —se delató.
—¿Beso de Medianoche? —preguntó el profesor Brain, que empezaba a encajar piezas—. Charlotte, ¿es que hay alguien que puede verte?
El silencio de Charlotte le dijo a Brain cuanto necesitaba saber.
—¿Te has parado a pensar que ser vista implica mucho más que conseguir lo que quieres? —preguntó aproximándose a ella.
—¿A qué se refiere? —preguntó Charlotte.
—Tus elecciones nos afectan a todos, Charlotte, y no sólo a ti —dijo Brain con gravedad—. La interacción con los vivos está, casi sin excepción, estrictamente prohibida. El riesgo es demasiado grande para ellos… y para nosotros.
—¿Y desde cuándo importan las elecciones que yo haga? —lloriqueó Charlotte—. Yo no quiero esa responsabilidad. Pero si yo apenas puedo resolver mis propios problemas, cómo voy a atender los de los demás.
—Me temo que no depende de ti que la aceptes o no, Charlotte —contestó Brain—. Tus problemas empiezan a serlo también de los demás.
—Genial, así que vengo aquí a que me aconsejen… —dijo Charlotte mientras Brain permanecía con la mirada fija al frente, completamente sumido en sus pensamientos
asunto que resolver. Scarlet. Seguían sin hablarse, y sin su cooperación nada era posible.
Justo entonces, resonó en los pasillos vacíos del instituto el siguiente anuncio del director Styx:

Atención, alumnos de Hawthorne. Debido a la inundación
del gimnasio, nos resulta imposible celebrar el Baile de Otoño en
dicho espacio este año. De no hallar otro lugar conveniente,
nos veremos obligados a cancelarlo. Y permítanme informarles
que las perspectivas no son nada halagüeñas.

Pareció que nadie reaccionaba igual al notición. Petula, que se encontraba en Expresión Oral leyendo ante toda la clase un artículo sobre «Cómo complacer a un hombre» sacado del último número de Cosmo, rebosaba de rencoroso placer ante la noticia.
Damen, que estaba acabando de cambiarse para el entrenamiento de fútbol, parecía visiblemente fastidiado, y Scarlet, que se hallaba sentada en clase de Historia, se vino abajo en silencio.
Afuera en el patio, Charlotte pasó de largo junto a Prue con renovada confianza.
—¡Ya lo tengo!—chilló emocionada.
El arreglo para vientos y timbales del Love Will Tear Us Apart de Joy División asaltó las clases de primera hora mientras la banda de música de Hawthorne High daba vueltas al edificio. Charlotte estaba muy por encima de todo ello, posada en una cornisa de piedra sobre la entrada. Al cabo de un rato divisó a Scarlet, que se aproximaba al edificio. Se apareció delante de ella y le dio un susto de muerte.
—Mira, sé que ya no somos amigas —dijo Charlotte sin rodeos—, pero ¿qué te parecería ser «amienemigas»?
Scarlet se sacó los auriculares, pausó su iPod y cruzó los brazos con fuerza, en un gesto que Charlotte interpretó como levemente abierto a la conversación.
—A ver, qué… —la retó Scarlet, otorgándole un segundo para plantear su argumento.
—Tal y como están las cosas, no puedes ni vengarte de tu hermana ni ir al baile… a no ser que encuentren un sitio nuevo —explico Charlotte.
—Bueno, eso parece bastante poco probable —atajó Scarlet—, así que yo no dejaría que esos encogidos organitos tuyos se emocionaran demasiado.
Había sido una ingenuidad pensar que vengarse de Petula sería motivación suficiente para Scarlet, pero lo que Scarlet no podía reconocerle a Charlotte ni reconocerse del todo a sí misma era lo entusiasmada que estaba ante la perspectiva de ir al baile con Damen.
Scarlet exponía simultáneamente su propuesta en la otra punta de la ciudad.
—Es lo bastante grande. Está vacía… —dijo Scarlet… o casi.
Lucinda, la profesora titular responsable del grupo de animadoras de Hawthorne High, se levantó inmediatamente para apoyar la propuesta de Scarlet. Era igualita que Dolly Parton, sin su talento, con una fabulosa pelambrera blanca, el rostro supermaquillado y unas larguísimas uñas pintadas de rojo chabacano.
—Bueno, hay cierta persona en el centro de la ciudad que me debe un favor… Estoy convencida de que podemos conseguir que nos den el visto bueno para utilizar la casa por una noche —dijo, guiñándole un ojo a Scarlet.
A Scarlet le alivió comprobar que tenía a alguien de su lado.
—Incluso podríamos montar una atracción tipo casa encantada para reunir fondos con los que costear la reparación de los daños del gimnasio —dijo Scarlet, cuyas ideas cabalgaban ya desenfrenadas sobre sus pies enfundados en medias de rejilla y botas de punta de acero.
—Suena como guay eso de celebrar el baile en un tétrico caserón abandonado —añadió la chica popular, dando por sellado el plan en un giro insospechado.

Scarlet decidió hacer otra intentona para investigar a Prue. Había llegado a la conclusión de que el saber es poder y quería estar preparada. Volvió a teclear «Prue», si bien en esta ocasión armada con la contraseña —«listoparaimprimir»— de su supervisor de prensa, el profesor Filosa, la cual había «obtenido» del cajón de su mesa.
Con ella tendría mayor acceso a la base de datos y a los archivos online del instituto. Esperó y esperó a que se completara la búsqueda avanzada. Finalmente, el enlace a un único artículo apareció en la pantalla.
«Atropello y fuga de Hawthorne declarado accidental», rezaba el titular. Scarlet se desplazó hacia abajo en el texto, con la mano temblorosa y la certeza de que por fin había dado con lo que buscaba.

UN JUEZ DE LOS JUZGADOS DEL DISTRITO DICTAMINO HOY QUE LA MUERTE POR ATROPELLO Y FUGA DE LA ALUMNA DEL INSTITUTO REGIONAL DE HAWTHORNE, PRUDENCE SHELLEY, DE DIECISIETE AÑOS, FUE ACCIDENTAL. SHELLEY SE DIRIGÍA EN COMPAÑÍA DE LA ESTRELLA DE ATLETISMO RANDOLF HEARST AL BAILE ANUAL DE LA VENDIMIA CUANDO, SEGÚN DECLARACIONES DE ÉSTE, ELLA LE PIDIÓ QUE LA DEJARA APEARSE DEL COCHE. ÉSA FUE LA ÚLTIMA VEZ QUE SE LA VIO CON VIDA. TRAS DOS DÍAS DE BÚSQUEDA, UN REPARTIDOR DE LECHE HALLÓ SU CUERPO EN UNA CUNETA.

—Prudence —dijo Scarlet dándose una palmada en la frente.

LA POLICÍA, QUE DESDE EL PRIMER MOMENTO SOSPECHÓ QUE HEARST OCULTABA INFORMACIÓN RELATIVA A LA MUERTE, PROCEDIÓ A ACUSARLE DE HOMICIDIO IMPRUDENTE CON VEHÍCULO A MOTOR, PERO POR FIN NO SE PUDO PROBAR LA IMPUTACIÓN ANTE EL JUEZ. NO HUBO OTROS SOSPECHOSOS.
EN DECLARACIONES EN EXCLUSIVA PARA NUESTRO PERIÓDICO, EL FISCAL HA AFIRMADO: «DADA LA NATURALEZA DE LAS HERIDAS QUE PRESENTABA EL CUERPO, NADIE VA A CONVENCERME JAMÁS DE QUE ESTO FUE UN SIMPLE ATROPELLO Y FUGA».
SUS AFLIGIDOS PADRES HAN COMENTADO A SU VEZ: «LA ADVERTIMOS DE QUE NO ANDARÁ CON ESOS NIÑOS RICOS. QUE ESO SÓLO LE IBA A TRAER PROBLEMAS. PERO NO NOS HIZO CASO, NUNCA PRESTABA ATENCIÓN A LO QUE LE DECÍAMOS».

—Qué horror —dijo Scarlet—. Encima van sus padres y le echan a ella la culpa.

HEARST PIENSA RETOMAR SUS ESTUDIOS EN LA UNIVERSIDAD, DONDE SE ENCUENTRA REALIZANDO UN MASTER EN FINANZAS, NO HA QUERIDO HACER COMENTARIOS SOBRE EL AUTO, PERO SU ABOGADO, RUFUS BENCH, HA DECLARADO QUE HEARST SE SENTÍA «ALIVIADO».

Se quedó mirando la pantalla fijamente durante un buen rato, reflexionando sobre el trágico episodio. Scarlet tenía por fin sus respuestas… y su munición.

* * * *

En Hawthorne High, Prue, a solas entre el mar de trastos del aula de Muertología, arañaba con las uñas la pizarra de arriba abajo, una y otra vez, echando humo todavía por el asunto de la violación del código y la cagada de Charlotte.
—Ya sé, ahuyentemos a los compradores —espetó burlonamente con tono nasal, culpándose tanto a sí misma como a Charlotte de las terribles consecuencias de «la casa encantada» original.
Esta panzada de autocompasión no era propia de Prue, pero estaba convencida de que con la nueva estrategia de celebrar el baile en la casa a fin de conservarla, y el asunto aquel del Beso de Medianoche, Charlotte los había arrastrado peligrosamente cerca del Olvido. Es más, se sentía por completo, o casi, incapaz de hacer nada para detenerlo.
—Asustarlos —dijo en voz alta, levantando los brazos en el aire estancado—. Vaya estupid… —hizo una pausa a mitad de la frase y guardó silencio—. Brain tiene razón —se dijo tajantemente a sí misma a la vez que contemplaba la mesa y silla vacías del profesor—. Voy a tener que encontrar otra manera de hacerla entrar en razón.
»No hay mucho que yo pueda hacerle —teorizó Prue—. Pero los demás… —dijo, esta vez con la convicción de un auténtico creyente.
COMENTARIO :SON MUY BUENOS LOS CAPITULOS Y YA ESTA MAS INTERESANTE CADA VES Y TAMBIEN ES UNA MUESTRA DE NO DARNOS PORVENCIDOS NUNCA