lunes, 29 de marzo de 2010

Ghost Girl "2"

Petula seguía tumbada en la misma camilla en la que la habían colocado los ATS,
desnuda bajo uno de esos camisones blancos de hospital, de talla única y abiertos por la espalda. Scarlet la había acompañado en la ambulancia, evitando las miradas que la acusaban de SPM -Sospechosa de Parricidio Meditado- a la vez que observaba con nerviosismo cómo los técnicos comprobaban sus constantes vitales y trataban de
estabilizarla.
- ¿Qué es, doctora? -rogó Scarlet
- De momento, no tengo ni idea -contestó la doctora Patrick-. De lo único que estamos
seguros es de que tiene fiebre y no responde a los estímulos. Clínicamente está en coma.
Scarlet apartó la vista, petrificada al escuchar aquella palabra, y le alivió ver a su madre
entrando a toda prisa en la sala. Le agradó menos ver a las Wendys precipitarse al
interior justo a la zaga. La expresión que adoptaron sus caras al ver a Petula podría haber sido interpretada por quien no las conociera tan bien como reflejo del estupor o
del dolor o puede que hasta de la aflicción, pero a Scarlet no la engañaban.

Scarlet acertó al suponer que la razón
de su envidia era la perfecta inmovilidad de Petula. Se había presentado a una selección
de modelos de body shusp ara el nuevo restaurante japonés de la ciudad, y permanecer
absolutamente inmóviles era un requisito esencial que todavía tenía que aprender a
dominar.

Existe alguna posibilidad de que esté embarazada? -preguntó la doctora Patrick.
-No. NO está embarazada -negó la señora Kensington de forma tajante y autoritaria.
- La verdad es que se le ve el vientre algo hinchado -le comentó Wendy Anderson y Thomas torciendo la boca a la vez que se daba unas palmaditas en su tripa lisa como una tabla en busca de alguna molla.

- Bueno, hay que reconocer doctora, que no podemos estar seguros de si está
embarazada o no. Verá, lo cierto es que ayer quedó para salir con Josh -dijo Wendy
Anderson, evaluando las pruebas con la destreza de una jovencísima CSI licenciada en un curso online-. Así que no creo que ninguno de los aquí presentes tengamos la
autoridad de considerarla estéril.
Scarlet puso los ojos en blanco y silenció a las Wendys con una mirada capaz de derretir los polos más rápido que el calentamiento global. No estaba por la labor de dejar que aquellas maliciosas descerebradas extendiesen por Hawthorne el rumor de un posible embarazo de las proporciones del atribuido a la princesa Diana estando Petula como estaba, fuera de combate y completamente indefensa.
La señora Kensington salió para llamar a su ex marido, con Scarlet pisándole los
talones. Scarlet la observó teclear el número, y se quedó un tanto sorprendida. Ni
siquiera sabía que su madre conservase aún su número de teléfono. La tragedia y la
enfermedad tienen una extraña manera de volver a unir a las personas, pensó. Incluso a ex parejas mal avenidas.
Por algún motivo, escuchar aquella conversación hizo que pensara en Charlotte y la
fotografía del acto conmemorativo que apareció en el periódico del instituto. Recordaba perfectamente que en ella no había nadie de la familia de Charlotte. ¿Es que no tenía a nadie que la echara de menos?, recordó que había pensado mientras tecleaba la
necrológica. ¿Es que no le importaba a nadie?
Scarlet le dio un abrazo a su madre y se dirigió hacia el ascensor mientras trataba de
localizar a Damen en el móvil.

Las Wendys consiguieron las visitas que andaban buscando, y a resultas de ello se
propagó casi al instante la noticia de que Petula estaba hospitalizada. Los chicos de su
clase partieron en peregrinación hacia el hospital tan pronto como la página web de las
Wendys se cayó por exceso de visitas. No es que quisieran interesarse por su estado o
prsentarle sus respetos, no; fueron hasta allí para ver con sus propios ojos a Petula
Kensington, inconsciente, en la cama, y prácticamente desnuda. Era un sueño colectivo hecho realidad.
- ¿Nombre? -preguntó la recepcionista demás edad que atendía en el mostrador de control de enfermeras.
- Burns, Richard -respondió un chico mientras Scarlet pasaba de largo.
La recepcionista imprimió el nombre en una etiqueta adhesiva de identificación.
- Buen intento, Dick Burns… Como si nadie hubiese oído ese nombre antes -espetó Scarlet mientras le arrancaba la identificación de su cazadora American Eagle.
La recepcionista parecía confusa.


Una larga fila de chicos suspiró al unísono y dio media vuelta para irse mientras Scarlet franqueaba las puertas de cristal.
Se volvió de espaldas a toda prisa y pulsó una vez más la tecla de marcación rápida para llamar a Damen. Necesitaba desesperadamente algo de apoyo y, sobre todo, consejo. Interrumpió su llamada el tono de otra en espera. Se despegó el teléfono de la oreja y echó un vistazo a la pantalla. Era un mensaje de texto. Pulsó ansiosamente una tecla para abrirlo pero el mensaje no era de Damen, sino de su madre. Decía que había vuelto la médico y que quería que Scarlet regresara a la habitación.

Scarlet no era una chica sentimental, pero sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas cuando tomó con delicadeza de la mano a su madre el vestido que Petula tenía planeado ponerse en el Baile de Bienvenida, que, como cada año, brindaba a los antiguos
alumnos la oportunidad de regresar al instituto y reunirse con sus viejos compañeros de clase. Al sentir el género deslizarse entre sus dedos, Scarlet comprendió por primera vez la razón por la cual el Baile de Bienvenida era tan importante para Petula. La razón por la cual se había pasado el año entero haciendo lo imposible para reparar su reputación y recuperar su grupo de incondicionales. No era que Petula quisiera ser la reina del baile, necesitabaserlo. Scarlet no pronunció una palabra más.
Al llegar al hospital entró con él a la habitación y lo colgó donde Petula pudiera “verlo”, tal y como su madre le había pedido. Tal vez no surtiera ningún efecto en el estado
actual de Petula, pero verlo allí sin lugar a dudas hizo que Scarlet se sintiera menor. Agotada, se desplomó en la silla, se quitó su trenza rockabilly, la lió en forma de
almohada y poco a poco concilió el sueño.

- Vas a ver como sale de ésta -le dijo Damen a Scarlet tratando de tranquilizarla, pero le temblaba la voz.
- No sé -suspiró.
- ¿Y qué dicen los médicos? ¿Son buenos? -preguntó Damen a la vez que luchaba contra unas ganas irrefrenables de llorar.
- No se puede hacer nada más por ella -dijo Scarlet, aguantándose también las ganas de llorar; no sólo por Petula sino también por ella-. Hay que esperar.
Damen volvió a mirar a Petula y empezó a rememorar el tiempo que habían pasado
juntos. Lo intentó todo para despertarla, como dicen que se debe hacer cuando alguien está en coma. A Scarlet, que escuchaba allí sentada, sus recuerdos le resultaban
demasiado recientes. Demasiado vivos.
- Ah, ¿y te acuerdas cuando dijiste que preferías estar muerta antes que tener el pelo encrespado? -preguntaba desesperadamente Damen, tratando de que ella recuperara el conocimiento-. Pues que sepas que se está empezando a encrespar.
Scarlet superó los celos durante un instante ante aquella demostración de sincera
conmiseración, que era lo que más le gustaba de él.
- Despierta, Petula. Te necesito… -hizo una pausa-… despierta.
Scarlet no podía soportar continuar allí y ser testigo de un segundo más de aquel
momento de intimidad. Ya fuese por deferencia o por puro egoísmo, daba igual.
Necesitaba hacer algo para recuperar a Petula. Para que todo volviera a ser tan anormal y errático como siempre. Si los médicos no podían ayudarla, encontraría otra vía por su cuenta. Acababa de enterarse de cómo hacer una RCP gracias al cartel que había
colgado en Identitea, el café de Hawthorne donde trabajaba. Pero Petula parecía estar fuera de su alcance por mucho que ella e esforzara.
Y entonces se le ocurrió.
Charlotte.
Charlotte salió de su cubículo en la plataforma, recorrió el pasillo hasta el puesto de
Pam y se excusó por su salida de tono del día antes, pero Pam estaba habla que te habla
con Dios sabe quién y despachó a Charlotte con un gesto de la mano. Entonces se
dirigió a Call Me Kim, que parloteaba como siempre. Esto sí que era el paraíso para
Kim, que lucía permanentemente en la cara la marca roja y redonda del auricular. Justo
cuando arrastraba los pies de regreso a su puesto, Charlotte creyó oír el timbre de su
teléfono.
-Ay Dios, ay Dios, ay Dios -Charlotte se detuvo y gritó, paralizada allí mismo ante la perspectiva de recibir su primera llamada.
De pronto, el nivel de excitación en toda la sala se elevó también, todos los becarios asomaban sus cabezas por encima de los muretes de sus cubículos, echándose miradas de alivio y urgiendo a Charlotte a que se apresurara y atendiera el teléfono.
-¡Las Campanas del Infierno! -chilló Metal Mike, dejando patente su fijación con AC/
DC.
-Descolgado¹ -vociferó DJ recibiendo risas de apoyo de Jerry y Bud.
Charlotte no se había sentido tan especial desde el Baile de Otoño, y el hecho de que
todo aquel alboroto se debiera a una estúpida llamada de teléfono constituía una prueba irrefutable de lo mucho que habían cambiado las cosas. Su indecisión la demoró lo suficiente para que Maddy, cuyo puesto era el más cercano al cubículo de Charlotte, levantara el auricular antes del tercer timbrazo.
-Hola -contestó Maddy con dulzura, pero su expresión se tornó seria rápidamente. Charlotte llegó un segundo después, ansiosa por contestar la llamada.
-¿Es para mí? -susurró muy excitada, dando saltitos sobre las puntas de los pies.
Maddy no respondió y Charlotte no quiso interrumpirla por respeto al interlocutor y a fin de no distraerla. Nunca había visto a Maddy con aquella expresión, tan
reconcentrada y seria.
-¿Maddy? -preguntó Charlotte con creciente impaciencia.
Maddy extendió el dedo índice con brusquedad y le dio la espalda a Charlotte, un gesto universalmente interpretado como “espera un momento” o tal vez “esto es más
importante que lo que tengas que preguntarme”.
-Eso podría funcionar -animó Maddy a quienquiera que fuese.

Charlotte apenas podía oír lo que decía, a lo que se sumaba el hecho de que Maddy estaba atajando la conversación a toda prisa.
Maddy colgó el auricular.
-¿Quién era? -preguntó Charlotte ansiosamente-. ¿Qué querían?
-Si hubieses estado aquí lo sabrías -sentenció Maddy-. Menos mal que estaba yo para cubrirte.
-Pues, gracias -dijo Charlotte tímidamente, sintiéndose más humillada que nunca.
-Te está bien merecido, Usher -intervino el señor Markov-. Estas llamadas pueden ser cuestión de vida o muerte para alguien.
Charlotte frunció el entrecejo y levantó la vista hacia la videocámara de su cubículo.
Maddy sonrió y levantó la vista hacia la que estaba instalada encima de ella. Pam, Prue
y Suzy sacudieron la cabeza sin acabar de creérselo y se hicieron señales para reunirse
en la sala de descanso. Charlotte las vio escabullirse de sus cubículos, pero no se unió a
ellas.

-Todo el mundo necesita sentirse necesitado, apreciado... querido -ronroneó Simone... … mientras Simon revalidaba sus palabras sacudiendo su negra pelambrera:
-Charlotte se siente sola.
-Mira quién habla: ¡los que se peleaban por ser más emo que el otro! -espetó Prue.
-Vamos a ver, ¿es que no podemos conseguirle una llamada y ya está? -sugirió Pam, coincidiendo con los trágicos gemelos.
-No se puede falsear una llamada -respondió Prue con un ladrido, sintiéndose frustrada-. ¡No puedes ir por ahí y solicitar adolescentes con problemas!
-Me parece que habrá que confiar en que es así como se supone que funciona esto -
terció Abigail. Que Abigail interviniese así era raro. Había perdido toda la confianza en sí misma tras sufrir un “ahogamiento seco” en sus propias lágrimas después de que su novio la dejara tras pasar un día en la piscina, que acabó con su vida y, con ésta, con
toda su autoestima.
-Del dicho al hecho hay mucho trecho -dijo Silent Violet lanzando un guiño alentador a
Abigail mientras las chicas asentían, rompían el corrillo y regresaban a sus cubículos.
-¿Por qué no nos vamos a casa y echamos allí el resto de la tarde? -dijo Maddy-. Ya sabes, una velada sólo para chicas.
Charlotte sonrió: tenía más ganas que nunca de huir del mar de teléfonos después de otro largo y anodino día sin llamadas.
-No sé, se supone que no podemos salir antes de tiempo -señaló Charlotte, apuntando hacia las videocámaras que pendían sobre sus mesas-. Y teniendo en cuenta la de veces que hemos llegado tarde...
-No te preocupes -la apremió Maddy-. Tampoco es que vayas a perderte nada, ¿no?
-Será más divertido que quedarme aquí sentada sin hacer nada, supongo -concluyó Charlotte.
Habló en voz bien alta para que todos supieran que se iba. Pam y Prue abandonaron
momentáneamente sus respectivas llamadas e intercambiaron una mirada, pero fue la
única reacción que consiguió Charlotte. Mike estaba demasiado ocupado intimidando a
algún pobre interlocutor y haciendo molinillos en el aire con un micrófono imaginario:
-Tú no deseas morir antes de hacerte viejo -atajó Mike-. Hazme caso colega.
Jerry conversaba muy concentrado y se mordía las uñas. Cuando ella y Maddy pasaban junto a él, Jerry le levantó un instante los dos dedos en señal de paz. Charlotte apreció aquel gesto de despedida como todo un detalle por su parte.

Atravesaron el patio de cemento hasta el edificio de apartamentos, saludaron con la
cabeza al portero y se dirigieron a los ascensores. Justo delante de ellas había un grupo
de chicos y chicas más o menos de su misma edad, quienes, a decir por su aspecto, no
parecían demasiado contentos ni amistosos. No alborotaban como los otros chavales,
más pequeños. Es más, apenas si se dignaron mirar a Charlotte y Maddy.
Se iluminó la flecha de bajada y las puertas se abrieron. Todos salvo Charlotte y Maddy
entraron en el ascensor. El grupo dio media vuelta y dirigió una mirada vacía en
dirección a las dos chicas.
Charlotte también los miró. Tenían todos una expresión triste y desamparada, y se sintió mal por ellos.
-Supongo que no hay suficientes habitaciones para todos en las plantas superiores -le
susurró a Maddy, convencida de que sus problemas se debían a la disponibilidad de
plazas.
-Me parece que no -dijo Maddy.
Mientras las puertas se cerraban, Charlotte contempló cómo los pasajeros hundían la
cabeza.
El ascensor que subía llegó escasos segundos después, y Maddy y Charlotte entraron y
pulsaron el botón de la decimoséptima planta. Se quitaron los zapatos y se pusieron
cómodas.
-Bueno, no me has contado todavía cómo fue que acabaste aquí -preguntó Maddy, un tanto abruptamente, con un repentino interés por el pasado de Charlotte.
“Por fin”, pensó ella muy contenta. Al fin alguien interesado en su persona, deseoso de escuchar su historia.
-Pues resulta que estaba enamorada de un chico, o al menos eso creía -dijo Charlotte-. Era tan guapo. Tan fuerte y ocurrente y divertido. Impresionante, pero si lo sabía, no presumía de ello.

No puedo quedarme mirándola en este estado y no hacer nada -dijo Scarlet, llegando finalmente al límite de lo que podía soportar.
-Lo sé -trató de reconfortarla Damen.
-No, en serio, no pienso quedarme sentada sin hacer nada -dijo Scarlet, rechazando su compasión.
-Tal vez deberías irte a casa y descansar un poco -dijo Damen con dulzura, intuyendo que ella estaba a punto de perder los nervios -. Yo me quedaré.
-No me digas -masculló Scarlet.
-Pero ¿qué pasa contigo? -preguntó Damen.
-Estos médicos no están haciendo nada de nada -dijo Scarlet, tan frustrada como celosa
-. Pero he estado pensando…
-Oh-oh -dijo Damen, reaccionando a la expresión de seriedad en el rostro de Scarlet.
-Puede que conozca la forma de ayudarla -dijo-. Es más quizá yo sea la única persona que pueda.
-¿Y cómo te propones hacerlo? -a Damen le ponía nervioso pensar en lo que Scarlet pudiera tener en mente -. Cuenta con los mejores médicos, especialistas y enfermeras, que hacen cuanto está en sus manos.
Scarlet se lo expuso a Damen.
-Si Petula no está aquí, ¿dónde está entonces? -preguntó.
-Pero sí que está aquí -Damen señaló la cama, tratando a Scarlet como si fuera una niña, o una lunática.
-No me refiero a su cuerpo, eso no es más que un caparazón -le amonestó Scarlet -.


Scarlet… -dijo Damen con voz suave.
-¿Y si ha entrado en un círculo vicioso? ¡Y si está esperando a que comprueben su
nombre en una maldita lista, y nosotros aquí sin hacer nada más mientras hacen leña con
ella!
-Scarlet, necesitas tranquilizarte -dijo Damen, ahora con más contundencia.
-¿Y tú qué sabes lo que yo necesito? -le espetó Scarlet, sorprendiéndose a sí misma con lo que acababa de soltar por la boca.
Damen se preocupo. Aquellos cambios de humor no eran propios de ella y empezaba a pensar que tal vez estuviera al borde de un ataque de nervios.
-Lo siento -dijo Scarlet muy seria -. Sólo quiero ayudar a Petula. Que sepamos, bien podría estar condenada.
Lo de Scarlet no era sólo teatro, pero tampoco estaba siendo honesta del todo, ni con
Damen ni consigo misma. Ambos sabían que la vida de Petula no es que hubiese sido
ejemplar que digamos y que las probabilidades de que la esperase un final feliz en la
Otra Vida eran cundo menos escasas. Pero el desasosiego de Scarlet no se debía tanto a
las deficiencias espirituales de Petula cuanto a su propio sentimiento de culpabilidad.
En su mente, ella le había arrebatado a Damen. Y hasta cierto punto la hacía sentirse
bien eso de ser ella la que ganase por una vez y que Petula se llevara las sobras. Pero la
idea de no poder ya nunca arreglar las cosas entre ambas, pedir perdón, aun cuando en
realidad no se arrepintiera de ello, antes de que Petula se fuese directa al infierno en un
bolso extragrande, era insoportable.
-Eso no lo sabemos -la animó Damen.
-No, claro que no, pero conozco a alguien que es probable que sí lo sepa -dijo Scarlet, en parte esperanzada y en parte aterrada.
-¿Y cómo vas a contactar con Charlotte? -preguntó Damen con escepticismo -. Ella…se
ha ido.
-La voy a encontrar.
-No vas a ponerte a hablar en lenguas, ¿verdad?
-¡No puedo permitir que hagas eso! ¿Y si no regresas?
-Pienso hacerlo -dijo Scarlet con firmeza.
-¿Y si se despierta Petula? -preguntó Damen, tratando aún de convencerla para que esperase a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos -. ¡Puede pasar de un
momento a otro!
-“Y si” no es “lo que es” -sentenció Scarlet.
Damen percibió en su expresión una calma y resignación repentinas, la clase de gesto que se ve en los rostros de esos santos martirizados que decoran las velas votivas de los supermercados.
-Puedo encontrar a Charlotte -razonó Scarlet -. Tal vez ella pueda ayudarme a encontrar a Petula. Y entonces podremos salvarla.
Damen la estrechó entre sus brazos y le susurró al oído:
-¿Y qué hay de ti? ¿Quién te va a salvar a ti?
-Oh, Romeo -dijo Scarlet, intentando animar la cosa. A Damen le reconfortó un poco saber que su sentido del humor, no así su cordura, seguía intacto.
-Scarlet, hablo en serio -dijo con severidad -. Ya sé que crees que sabes lo que estás haciendo…
-Damen, ya he estado allí antes. Si está en mi mano ayudar a Petula y no lo hago, no podré vivir con ello.
A pesar de su extrema sensatez, Damen supo que ella tenía razón. Y supo además que
ya no había forma humana de detenerla. Conocía aquella mirada. La decisión estaba
tomada.
Se miraron a los ojos como si aquélla pudiera ser la última vez que lo hacían. Él vio determinación en los ojos de ella, y en los de él, ella vio respeto… y temor.
-Ella haría lo mismo por mí -dijo Scarlet con sarcasmo, por si así le robaba una sonrisa. Ambos se echaron a reír, unidos por el egoísmo de Petula, que ahora, por extraño que fuera, tanto echaban de menos.
-Sólo hay dos problemas -dijo Damen -: Primero, ¿cómo vas a llegar hasta allí? Y
segundo, ¿Qué pasará con tu cuerpo si tu espíritu se divide en dos?
-Detalles, detalles -se burlo Scarlet.
Luego se quedó callada, perdida en sus pensamientos por un segundo, mientras caía en la cuenta de que en ningún momento había sopesado las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer. Sin su alma, era más probable que su cuerpo acabase como el de
Petula, o puede que peor incluso.
-Bueno, ya sabes lo que dicen, que el diablo está en los detalles.
-¿Es que no me conoces? -preguntó Scarlet -. Me importa bien poco lo que diga la
gente.

El armario era diminuto, ni mucho menos un armario ropero grande, que es lo que
Petula habría insistido que fuera, de haber estado consciente. Estaba atestado de toallas dobladas, mantas, guantes de látex, camisones abiertos por la espalda, cuñas, vaselina, pomadas de antibiótico triple, vendas y calzas de quirófano. Apenas había espacio para almacenar el material de hospital, y menos aún para dar cabida a Damen y Scarlet. Pero era la única habitación privada disponible.
A él le hubiese gustado más colarse en un baño para darse una rápida sesión de
achuchones, pero el romanticismo era en lo último en lo que podía pensar ahora, buen, casi en lo último. Al fin y al cabo era un tío.
-No te preocupes -susurró Scarlet con un tono muy convincente -. Sé lo que me hago.
-¿En serio? -contestó Damen con un sarcástico susurro -. ¿Y qué vas a hacer, chocar los talones de tus Doc Martens tres veces o algo así? -nunca hasta entonces se había
mostrado tan frágil ante ella -. Si algo saliera mal…
-¿Qué? -replicó Scarlet esperanzada, rompiendo su concentración por un instante nada más, y dándole pie a declararle su amor imperecedero.
Damen quería decir que la quería, que no podía vivir sin ella, pero de ningún modo
podía ponerse en plan Casablanca con ella. Sería demasiado sensiblero, demasiado
definitivo.
-¿Qué voy a decirle a tu madre? -le preguntó, en cambio, abrazándola fuerte.
-Dile que volveré -contesto Scarlet, tratando al mismo tiempo de convencerse a sí misma de que así sería.
-¿Prometido?
Aquellas no eran exactamente las palabras que esperaba escuchar, pero lo dicho dicho estaba. A Scarlet empezaban a flojearle las piernas y quería empezar con el conjuro antes de que el sentido común se apoderara de ella.
-¿Podrías, esto, esperar fuera? -le pidió Scarlet a Damen como disculpándose.
-Claro -accedió él nervioso -. Estaré aquí mismo.
Damen cerró la puerta y la sala se quedó a oscuras. Scarlet cerró los ojos y empezó a
hipnotizarse convenciéndose de que estaba con Charlotte. Pensó en su primer encuentro,
recordando cada detalle: los vasos de precipitados, el polvo de tiza, Charlotte, el tacto
de sus frágiles manos mientras recitaba el encantamiento con la respiración
entrecortada. Y enseguida se encontró allí. En ese lugar, en ese preciso momento.
Le asustó un poco, pero sentir la presencia de Charlotte tan vívidamente la calmó.
-Tú y yo, nuestras almas son tres -dijo entusiasmada.
Aguardó un instante -o así de deprisa le pareció que fue -y escuchó una voz, reverberando débilmente en la distancia.
-Yo y tú, nuestras almas son dos -susurró en un tono muy familiar.
-Somos yo -terminó Scarlet, y sus ojos se abrieron tanto como su boca.
Damen la oyó golpearse contra las estanterías, se precipitó al interior del almacén y
llegó a tiempo de cogerla antes de que se golpeara contra el suelo. Tenía los ojos en
blanco, apenas respiraba y su piel estaba húmeda y fría. Era como si alguien acabase
de desconectarla de la corriente.
Damen abrió rápidamente la puerta de un empujón y gritó pidiendo auxilio como si a Scarlet le fuese la vida en ello. Y es que en más de un sentido, así era.


COMENTARIO:Pues yo pienso que Scarlet no deberia de sentir celos porque si Damen la quiere no tendra porke dudadr de el ya que es logico que Damen al ver a Petula se le muevan sus sentimientos.

domingo, 21 de marzo de 2010

LOS ARCHIVOS DE OMEGA cuentos Algunas cosas extrañas suceden en este mundo. Su escuchar todo tipo de historias de miedo. Pero, ¿son verdad? ¿a quién creer? Algunas historias nunca entrar en el periódico, porque los gobiernos quieren mantenerlos en secreto. Y estas son las historias en los archivos de Omega. ¿Cuántas personas saben acerca de los archivos Omega? No muchos-tal vez no más de treinta personas en Bruselas. Hawker y Jude saber acerca de ellos, porque traer un montón de historias de historias que van en los archivos. Ellos tienen una vida interesante. Una theyre día en Londres, hablando con un hombre joven. Hectáreas Hes una extraña historia que decirles, sobre una empresa de drogas, pero ¿es cierto? Otro día Ir a Escocia, en busca de monstruo en Loch Ness, pero por supuesto no hay monstruos, hay? Otro theyre tiempo en una islandin el Océano Pacífico, donde todo el mundo está hablando de una nave espacial. Pero, ¿dónde está la nave espacial? ¿Y quién ha visto realmente? Su todo allí, en los archivos de Omega. Había dos de ellos. Hawker y Judas. No tenían otros nombres. Justo Hawker y Jude Eran jóvenes, rápido e inteligente. Trabajaban para Edi, en el Gobierno europeo. Usted K ahora sobre la CIA estadounidenses y theRussiands KGB? Bueno esto fue EDI-el Departamento Europeo de la inteligencia. Los grandes secretos. Secretos muy extraño. Los secretos de los archivos de Omega. No reciben intothe periódicos, y la mayoría de la gente nunca oímos hablar de ellos. La mayoría de la gente no knowanything sobre EDI. En los primeros años Hawker y Jude viajado mucho. Bruselas, Estrasburgo, Roma, Nueva Delhi, Washintong ... Norte de África, América del Sur, Australia. . . Ni casa, ni familia, sólo trabajo. Trabajaban para el hombre superior en la oficina de Bruselas del EDI, y sólo para él. Fue llamado Arla. Nadie sabía su nombre real, o mucho de él. Algunos dijeron que era letona, otros dicen que era de otro planeta. El siempre le dio duro a los puestos de trabajo Hawker y Judas. L a puestos de trabajo con las preguntas, pero no muchos Archivos de respuestas. El omega Cuando los conocí, muchos años después, Hawker y Judas eran unos setenta años olda.They vivía muy tranquilamente, en una casita blanca en una isla griega. Habían salido a caminar, natación, pesca, sino que estaba sentado en el sol, y dormía un mucho. Al principio, dindnt quiere hablar de su trabajo. ¡No podemos, dijo Jude. Nuestro trabajo era secreto. Su todo en los archivos del gobierno, y nadie puede leerlos. Después de treinta años me dijo que la gente puede leer todos los archivos secretos del gobierno. No estos archivos Hawker dijo. Sus cien años antes de que la gente puede leer los archivos de EDI Me miró. Pero no es necesario leer los archivos que dije que puedo conseguir las historias de usted. Y lo hice. Éstos son algunos de ellos.

sábado, 20 de marzo de 2010

primer tarea ghost girl EL REGRESO...

GENERO LITERARIO: es para odo tipo de personas y en especial adolescentesCONTEXTO LITERARIO : se refería a una época modernaCONTEXTO GEOGRAFICO : EspañaPERSONAJES PRINCIPALES: Charlotte HusherPERSONAJES SECUNDARIOS : Scarlet , Damen , Petula


orirse de aburrimiento no era una opción. Charlotte
Usher ya estaba muerta. Tamborileó sus finos
dedos sobre la mesa, impasible, y se desplazó
en su silla de oficina de tres ruedas a un lado del cubículo y
luego al otro, estirando el cuello por si así obtenía una mejor
perspectiva del pasillo.
—Esto no es vida —gruñó Charlotte, lo bastante alto como
para que Pam y Prue, que ocupaban sendos cubículos cercanos,
la oyeran.
—Evidente. No lo es para ninguno —graznó Prue—. Y
ahora cierra la boca, que estoy atendiendo una llamada.
—Cosa que también tú deberías hacer —sentenció Pam,
recurriendo a una mano en lugar de a la tecla correspondiente
para silenciar el auricular y evitar que su «cliente» pudiera
escucharla.
Pam y Prue continuaron parloteando muy ocupadas, y Charlotte
lanzó a su aparato una mirada cargada de resentimiento.


Pasar día tras día allí sentada, incomunicada, era algo terriblemente
frustrante para Charlotte, por no decir más que bochornoso.
¡Los teléfonos de los otros no paraban de sonar! Además,
¿no era gracias a ella que el resto de sus compañeros de
clase, ahora becarios en prácticas, estaban allí para empezar?
Demonios, si hasta la chica nueva, Matilda Miner, que se sentaba
justo enfrente, estaba parloteando y recibiendo centenares
de llamadas más que ella.
—Menuda lata, ¿eh? —dijo Maddy, asomando su encrespada
cabeza sobre la división que las separaba—. Es una lata que
nadie te llame.
Un hilo de esperanza
Charlotte asintió decaída y justo cuando empezaba a armarse
de valor para hablar, el teléfono de Maddy sonó. Otra
vez.
—Ay, perdona —la atajó Maddy, haciendo constatar algo más
que evidente para Charlotte—. Ahora no puedo hablar. Tengo
que responder a esa llamada. Hablamos luego, ¿te parece?
—Claro —dijo Charlotte con resignación, y volvió a apoyar
la cabeza sobre los brazos, si bien en esta ocasión torció los ojos
hacia la videocámara que, desde el techo, apuntaba en su dirección.
¿La estaban monitorizando? Más bien se estarían burlando
de ella, sí, eso era más probable.
Con todo, trató de mantener el rostro impasible, al más puro
estilo de un adolescente de la realeza británica que asiste a
un besamanos creyéndose explotado. Si algo había aprendido
era que su conducta importaba, sobre todo si la estaban observando.
Bajó la mirada, guiñando los ojos contra el blanco cegador
de las paredes y las luces de neón del techo de la oficina,
y aceptó su soledad con la gracia y dignidad propias de una
becaria en prácticas consciente de su pedigrí. Enderezó la espalda,
cruzó las piernas a la altura de los tobillos, plegó sus huesudos
dedos sobre los muslos, frunció los labios en una rígida
sonrisita y prosiguió con… la espera.
Charlotte se puso a cavilar; algo que, últimamente, hacía con
excesiva frecuencia.
Atragantarse con aquel osito de goma y morir en clase lo había
cambiado todo, pero no todo era malo. La muerte hizo
posible que madurara como persona mucho más de lo que lo
hiciera en vida. Aprendió a valorar el trabajo en equipo, el altruismo
y el sacrificio gracias a sus compañeros de Muertología
y al apoyo y condescendencia del profesor Brain. Incluso
consiguió ir al Baile de Otoño con Damen, el chico de sus
sueños. O algo parecido, por lo menos. Y lo más importante
de todo, encontró una amiga íntima, un alma gemela, Scarlet
Kensington, una conexión que había estado buscando toda
la vida. Cruzó satisfecha al otro lado, esperanzada e
ilusionada. Pero ahora, su futuro, el que tan luminoso se le
presentara en aquel instante, se parecía cada vez más a un punto
muerto. La vida en el Otro Lado no era ni mucho menos
lo que Charlotte se esperaba. Antes que al paraíso se parecía
al día después de Navidad. Cada día.

El señor Markov era uno de esos tipos impacientes que no
toleran con facilidad comentarios sarcásticos de sus subordinados,
pero podía leer la confusión en el rostro de los becarios
y se sintió obligado a ofrecerles una explicación.
—¿Alguna vez has batallado contigo misma? —preguntó.
—A diario —reflexionó Suzy Scratcher.
—¿Se refiere a mentalmente? —replicó Pam, captando la
idea antes que los demás.
—Exacto —dijo el señor Markov—. Vais a ser la voz que otros
escuchen dentro de sus cabezas. Cuando estén asustados o confusos
o se sientan solos o tal vez contemplen la posibilidad de
hacer algo impensable, entonces vuestro teléfono sonará

—¿Como el tutor del grupo de alcohólicos anónimos de un
famoso o algo así? —saltó CoCo, dejando una vez más que
aflorara su antigua adicción a las revistas de cotilleo.
—Os brindará la oportunidad de ser útiles, de hacer algo
bueno por los demás y de comunicar a otros lo que habéis
aprendido —añadió el señor Markov.
—¡Sí, va a ser genial poder hablar otra vez con personas vivas!
—exclamó Charlotte, dando claras muestras de no haber
entendido del todo el concepto.
—No es que vayáis a hablar con ellos, exactamente, Usher
—la corrigió él—. En realidad, seréis algo así como…
—Su conciencia —le interrumpió Charlotte, demostrando
que había entendido el concepto mejor de lo que hubiese podido
aparentar instantes atrás.
—Sí, eso es —dijo el señor Markov.
—Rebobine, por favor —sonó como un pitido la voz de Metal
Mike, muestra de su infantil «voz interior».
En lugar de reprenderle por su sarcástico eslogan, Markov
aprovechó el comentario para proseguir con la explicación. Se
fue hasta el teléfono de Mike, lo descolgó para dar mayor efecto
a sus palabras y continuó:
—Tarde o temprano todos necesitamos ayuda —dijo.
—Algunos más que otros —espetó CoCo con arrogancia,
paseando la mirada por la sala.
—Sin embargo, ayudar a los demás no es sólo una llamada,
es una habilidad —dijo haciendo un alarde de ingenio sorprendente—.
Algo aprendido.
Charlotte escuchaba escéptica. Sabía sobradamente por haberlo
experimentado en sus propias carnes que la simpatía, la
empatía hacia los demás, era un don que o se tenía o no. Y la
mayoría de la gente no lo tenía.
—Se pueden tener muy buenas intenciones —dijo Markov—,
pero dar un mal consejo o prestar ayuda de forma
inapropiada en el momento equivocado puede resultar mucho
peor que no hacer nada.

Cuando murieron, ella sólo tenía dos años, así que probablemente
no los reconocería ni aun teniéndolos delante. Recuperando
una vieja costumbre, Charlotte empezó a examinar
la nariz de todo el mundo, por si alguna se parecía a la
suya. Se acordaba de que cuando las madres de sus compañeros
acudían al colegio a recogerlos, la profesora siempre decía
«tiene tu nariz», de modo que era eso lo que Charlotte siempre
había buscado. Se había pasado la vida entera deseando
encontrar a alguien que tuviera su nariz. Pero ahora, mientras
miraba a su alrededor, entre la multitud, no dio con ninguna
que casara con la suya.
—A ver, por favor, un poco de atención —interrumpió Markov
a la vez que sacaba lo que a todas luces parecía una perspectiva
de una urbanización—. Esto os ayudará a orientaros.
Era un sencillo complejo circular e incluía una manzana en
forma de media luna compuesta por lo que parecían casitas
adosadas a lo largo del perímetro, cada una de los cuales lucía
una etiqueta con el nombre del becario a quien había sido
asignada. Charlotte estaba demasiado distraída para ponerse a buscar su nombre entre el grupo de domicilios, pero ni falta
hacía que se hubiese molestado, porque, como enseguida
pudo comprobar, éste no estaba allí.
A cierta distancia de los adosados se erguía el edificio en el
que se encontraban ahora y, frente a él, uno más grande de
apartamentos. Charlotte trató de calcular cuál sería la distancia
real entre ambos a partir de la escala del plano, su mente
ocupada con ecuaciones del tipo «un centímetro es igual a
tantos metros» mientras los demás se centraban en sonreír.
Las viejas costumbres, y los mecanismos de defensa, nunca
mueren.
—Todos estamos solos en la muerte… y unos pocos lo seguimos
estando después —suspiró compadeciéndose de sí misma.
Cuando la muchedumbre se hubo ido y la puerta se cerró
tras la última pareja, Charlotte levantó la vista y vio a alguien
en quien no había reparado antes: una chica que la miraba sentada
desde el otro extremo de la habitación.
La chica estaba acicalada de los pies a la cabeza. Su oscura melena
rizada, que llevaba recogida en el cogote, sin un solo mechón
fuera de lugar, acentuaba sus rasgos afilados y sus gruesos
labios. El largo vestido, estampado con motivos geométricos,
estaba estudiadamente gastado y descolorido para hacer ver que
no le importaba su aspecto, pero a Charlotte no le daban gato
por liebre. Bien mirado, el atuendo no tenía nada de casual, y
la chica menos. Todo en ella destilaba autosuficiencia, todo salvo
la simpática sonrisa que le dedicó al cruzarse sus miradas.
—Hola —dijo la chica con entusiasmo, antes de que Charlotte
pudiera preguntarle qué hacía allí—. Soy Matilda, pero
puedes llamarme Maddy.
—Encantada de conocerte… Maddy —dijo Charlotte agradecida,
a la par que un tanto desconcertada por la calidez de
Maddy. Después de todo, no se conocían de nada.
—Se ve que somos compis —pió Maddy alegremente.
—Oh, eh, no sé… Antes tendré que hablar con Pam y Prue…
—Pensaba que… —la voz de Maddy se apagó—. Como
sólo quedamos nosotras…
Charlotte conocía aquella expresión. Cómo era eso de tender
la mano y ser, bueno, rechazada.
—¿Se ha ofrecido alguna de tus amigas a que las acompañaras
para presentarte a sus seres queridos?
—No… pero… —empezó Charlotte tratando de buscar alguna
excusa para sus amigas, mas se detuvo. Era evidente que,
por lo menos de momento, se habían olvidado de ella—. Estamos
aquí gracias a mí, ¿lo sabías? —dijo Charlotte, que no
pudo resistirse a la tentación de crecerse delante de una chica
nueva—. Bueno, todos menos tú, claro.
—Vaya, es verdaderamente impresionante —replicó Maddy
con brusquedad—. Sí que se olvidan pronto, ¿eh?
—Sí —dijo Charlotte con un hilo de voz.
—Entonces de nada sirve que nos quedemos aquí, ¿verdad?
¿Nos vamos a casa?
Charlotte vaciló unos instantes, todavía aturdida y levemente
desmoralizada por la situación, pero al final consiguió
sobreponerse.
—Suena tentador. Vamos.
Maddy sonrió con amabilidad y ambas abandonaron la
oficina y se dispusieron a cruzar el patio hacia la enorme y
altísima torre circular de apartamentos que les serviría de re-
sidencia el tiempo, cuánto no lo sabían, que permaneciesen
allí estancadas.
—¿Éste es nuestro… hogar? —le preguntó Charlotte a Maddy
sin demasiado entusiasmo mientras contemplaba el edificio.
Era de una altura imponente aunque impersonal, justo igual
que la plataforma telefónica. En parte obelisco, en parte aguja
espacial, encajaba a la perfección en aquel extraño complejo de
corte militar. Atemporal y espartano. Entraron, se dirigieron al
mostrador de la entrada y saludaron al portero. Él las miró impasible,
les tendió las llaves de un apartamento de la decimoséptima
planta y les indicó dónde se encontraban los ascensores.
Aparentemente, charlar no entraba dentro de sus funciones.
—¿Diecisiete? —murmuró Charlotte en voz alta—. Qué absurdo.
—Será mejor que te vayas acostumbrando —dijo Maddy
como quien no quiere la cosa mientras se dirigían a los ascensores.

Las puertas del ascensor se abrieron ante un vestíbulo circular
alfombrado con una mohosa moqueta gris de esas que sirven
tanto para interiores como para el exterior. Charlotte se
imaginó el olor a moho y, aun estando muerta, la sola idea la
hizo estremecerse. Cuando dieron con su habitación, Maddy
abrió la puerta muy despacio y accionó el interruptor de la luz.
—¿Qué es esto? —graznó Charlotte, examinando la estancia
fría y húmeda.
Era una habitación desnuda, de aspecto industrial, «acabada
» con suelos de cemento y grandes ventanales, desprovista
de mobiliario salvo por una mesa, dos sillas de tijera y dos
camas, si es que a aquello se le podían llamar camas. En reali-
dad eran literas, unas literas de acero inoxidable empotradas a
la pared. El mullido edredón, las vidrieras y los postes tallados
de la cama de Hawthorne Manor no eran más que un bonito
recuerdo.
—Ni que alguien fuera a querer llevárselas —dijo Charlotte,
sacudiendo la inmóvil estructura de las literas con todas sus
fuerzas. Al contacto, la situación adquirió un tinte mucho más
real, y mucho más desagradable.
—No sé —dijo Maddy con un atisbo de optimismo en la
voz—. Tampoco está tan mal. Tiene un aire muy… fresco.
—Tú lo has dicho, sí. Fresco como el Polo Norte.
—Oye, al menos nos tenemos la una a la otra, ¿no? —dijo
Maddy, tratando de arrancarle una sonrisa.
Charlotte sólo pudo concluir una cosa: fuera lo que fuese
aquello, era todo menos una escalera al cielo.

comentario: estos 3 capitulos son muy buenos espero le alla gustado mi resumen
lo relaciono con mi vida soy joven al igual que charlotte
la entiendo en como se siente