sábado, 10 de abril de 2010

GHOST GIRL CAPITULOS 101112***

Petula y Virginia estaban sentadas en el banco pero apenas hablaban. Petula se percató de que la chica le miraba los pies y se puso a la defensiva. Me han quitado el esmalte -dijo Petula, señalándose el más que evidente desaguisado antes de que lo hiciera la niña.

- ¿Y? -dijo Virginia con un tono indiferente muy logrado.
- Pues que no puedes ir por ahí con los pies hechos una pena -le reprobó Petula-. Si no te interesas por ti misma, ¿quién se va a interesar por ti?

- ¿Es que no hay cosas más importantes por las que preocuparse? -preguntó Virginia.
Miró a Petula -unas raíces negras asomaban por debajo de sus deterioradas extensiones
de pelo rubio -y se dio cuenta de que probablemente no había nada más importante para
ella.
- No te engañes -dijo Petula furiosa-. Cuando tienes buen aspecto, como yo, haces que todos los que te rodean tengan buen aspecto. La belleza importa.

Lo sé de sobra -dijo Virginia con cierto pesar.

- ¡No me digas! ¿En serio? -le espetó Petula con condescendencia.
- Sí, en serio -insistió Virginia, imitando el tono irritante de Petula.

- No necesito que me des lecciones sobre la importancia de a belleza -continuó
Virginia-. ¿Sabes la foto esa que viene con el marco, la de la niña con una carita y sonrisa perfectas, la que te anima a comprar el marco?

- Sí -dijo Petula-. Es más, mi hermana solía conservar esas fotos en el marco y hacía como que su hermana era ésa y no yo.

- Vale, pues ésa era yo -dijo Virginia-. De ahí pasé a ser una de las bellezas infantiles de más éxito que te puedas imaginar.
- Pues qué bien -dijo Petula con desdén-. La verdad es que yo nunca tuve tiempo para
dedicarme a esas cosas. Estaba demasiado ocupada con mis amigas, ya sabes, con mi
vida social.

Petula trató de disimular, pero se supo derrotada. En el fondo siempre había querido ser una de esas bellezas infantiles.
- ¿Tú tienes amigas? -preguntó Virginia con una mezcla de sarcasmo y curiosidad.

- De hecho, tengo dos mejoresamigas -le restregó Petula.

- Me alegro por ti -respondió Virginia algo más melancólica esta vez.
Las dos chicas se habían cogido la medida, y finalizado el primer asalto regresaron a sus “esquinas”, sintiendo ambas un poco más de respeto hacia su contrincante. Tenían más en común de lo que Petula esperaba y de lo que a Virginia le hubiese gustado. - Fíjate, es que ni siquiera me la han quitado del todo -dijo, ostensiblemente enojada-. No va haber manera de encontrar quitaesmalte… por aquí.

Pasados unos instantes, Virginia salió al paso con un práctico consejo.

-Sólo tienes que remojarte los pies en agua templada, retirar los restos del esmalte y luego aplicarte en las uñas un poco de zumo de limón para que adquieran un tono blanco natural -sugirió, para alivio de Petula.

- ¿Cómo lo sabes? -dijo ésta, sorprendida.
- Sé un montón de cosas -dijo Virginia en tono burlón -. Un montón de chorradas estúpidas, sin importancia…

- Creo que podemos aprender mucho la una de la otra -dijo Petula a la vez que un
destello atravesaba una de sus lentes de contacto de color-. ¡Vas a ser la hermanita que siempre quise tener!

El doctor Kaufman, un joven residente de neurología muy atractivo cuya presencia
transformaba mágicamente el hospital de Hawthorne en el General Hospitad e la serie
televisiva, pasó a la habitación para examinar a las hermanas Kensington mientras
Damen guardaba vigilia entre ambas. El doctor empezó con Petula, a quien examinó tan
concienzudamente como la doctora Patrick y las enfermeras habían hecho antes.
A Damen le hizo gracia contemplar al doctor recorriendo con sus manos las piernas y los brazos de Petula, inspeccionando su piel y comprobando que no tenía erupciones. “Este tío es definitivamente su tipo”, pensó, constatando que tal vez nunca tuviera la posibilidad de intentar ligárselo.
El doctor también examinó a Scarlet, y Damen sintió una punzada de celos al mirar
cómo Kaufman la manejaba, practicando el obligado examen neurológico y motor.

Inevitablemente, pensó que prefería “jugar a los médicos” con ella mucho más que ser testigo de la inspección real. Kaufman le abrió los párpados, iluminó los ojos de Scarlet con su linterna de bolsillo y anotó sus observaciones en las omnipresentes historias, que pendían de cada una de sus camas.
. Una señal
de mejoría en el estado de cualquiera de las dos podía significar que Scarlet había
logrado su objetivo, que estaba más cerca de volver junto a él y más cerca de la vida que
de la muerte.
- Y bien, ¿cuál es el veredicto? -preguntó Damen ansiosamente, buscando una respuesta concreta que aliviara sus pensamientos.

- Te seré franco -dijo el doctor Kaufman.
- Por favor -contestó Damen, cogiendo la mano de Scarlet y apretándola entre las suyas.

- Me temo que sus constantes vitales se han debilitado desde ayer -dijo el doctor Kaufman-. Y el examen neurológico no revela ningún cambio.
- ¿Y eso qué significa? -preguntó Damen de manera ingenua, sabiendo condenadamente bien lo que significaba y sin quererlo afrontar.

- Todo indica que el estado de ambas se está deteriorando -sentenció el doctor Kaufman
mientras estampaba sus iniciales en el informe, se daba media vuelta y salía por la
puerta.

Damen inclinó la cabeza sobre Scarlet y luego pensó en un millón de preguntas que
quería hacer, aunque sólo fuera para sentir que estaba haciendo algo. Salió disparado en busca del doctor Kaufman, y alcanzó a ver cómo desaparecía en el interior de la
habitación de otro paciente situada al final del pasillo.
. Le asaltarontremendas ganas de llorar, por aquella niña, por Scarlet o por él mismo, no estaba muy
seguro.

“Su vida no es justa”, constató Damen por primera vez en su superpopular,
superconectada y superexitosa existencia a la vez que daba media vuelta y regresaba a la habitación de Petula y Scarlet.
- ¿Sí, Scarlet? -dijo la profesora, prestándole atención.

- Anoche estuve leyendo hasta tarde la Guía del Muerto Perfecty lo entiendo todo salvo una cosa -explicó Scarlet.

- ¿Y qué es lo que no entiendes? -preguntó la señorita Pierce.

- ¿Podría explicarme eso de “Decisión Anticipada”? -demandó Scarlet preparándose
para una reacción negativa de alguna clase de por parte de la habitualmente genial
decana.
La expresión de la señorita Pierce se endureció un poco y por un instante pareció haberse quedado sin habla.
- ¿Decisión Anticipada? -murmuró, con evidente desconcierto-. Me temo que no sé a qué te refieres.
- Lo vi en un antiguo manual de la Guía del Muerto Perfectque encontré en mi dormitorio -explicó Scarlet-. En la última página.
Scarlet levantó el formulario en alto desde el fondo de la clase para que la señorita Pierce y todos los alumnos pudieran verlo.

- Decisión Anticipada es un proceso mediante el cual un único alumno puede eludir el curso de Muertología -explicó la señorita Pierce con esmero.

- Consiste en pasar al Otro Lado antes de que se estime que uno está preparado -
continuó la señorita Pierce con cierta vaguedad-, y superar el mayor obstáculo de todos. No había nada peor que el lugar donde ahora se encontraba, y además, ¿acaso alguien llegaba alguna vez a estar preparado del todo?, pensó Scarlet.

- ¿Y por qué es tan peligroso? -preguntó inocentemente-. Aquí todos, bueno, casi todos están ya muertos.
- Ah, Scarlet, eso dice mucho de ti -dijo la señorita Pierce-. Hay cosas peores que la muerte, pero como no eres lo que se dice uno de nosotros, aún no puedes comprender del todo lo que trato de decir.

- Estoy escuchando -dijo Scarlet.
- Lo que estás haciendo es ocupar un sitio reservado para otra persona -explicó la señorita Pierce yendo al grano.

- Está bien -murmuró Scarlet, ofendida por la franqueza de la recatada profesora. No
era la primera vez que se la acusaba de ocupar espacio, pero en esta ocasión era
diferente.
- Dar el paso puede ser peor que quedarse -prosiguió la señorita Pierce.

- No para mí -bromeó Scarlet a la vez que dejaba muy claro cuál era su elección.
- No estés tan segura -continuó la señorita Pierce, con tono severo-. Al venir aquí nos
has puesto a todos en peligro. Has conseguido que tu problema sea nuestro problema.

Scarlet paseó la mirada por el aula y reparó en la expresión de angustia que mostraban todos en el rostro.

- Sólo intentaba salvar a mi hermana.

- Eso es admirable -dijo la señorita Pierce de manera condescendiente, suavizando la
voz-. Pero a menudo hasta las más nobles acciones acarrean consecuencias no deseadas.

- Ahora sí lo entiendo -Scarlet no alcanzó a dar otra respuesta.

- Lo dudo -advirtió la profesora-. En el caso de que sí se te acepte la forma anticipada,
no hay forma de saber dónde iras a parar. Por el contrario, si se rechaza tu solicitud…

- ¿Sí? -preguntó Scarlet pendiente de la respuesta.

- Sólo se nos da una oportunidad para cruzar al otro lado, Scarlet -informó la señorita
Pierce-. O lo hace cada uno por su cuenta, o lo hacemos todos juntos a la vez. La clase
de Muertología existe porque las probabilidades de éxito son mayores si el intento se
hace en grupo, un grupo más preparado. Hacemos lo imposible para que nadie se quede
atrás, asegurándonos de que han aprendido correctamente las lecciones que les da la
vida y la muerte.
- Me está liando -se quejó Scarlet con la cabeza dándole vueltas.

- Resumiendo, si tú fallas, lo pagamos todos -señaló la señorita Pierce-. Puede que no
seas la elegida para ayudarnos, pero podrías ser fácilmente la que nos condene a nostros y a ti misma.

- No fallaré -dijo Scarlet-. No puedo fallar.

- Puedo entregar la solicitud en tu nombre, Scarlet -dijo la señorita Pierce con un hilo de voz-, pero debes tener en cuenta que no hay garantías de que salga bien.

- Estoy dispuesta a correr el riesgo -dijo Scarlet presentando el formulario algo
vacilante, con la mano temblorosa-. Necesito intentar que todo vuelva a como estaba
antes.
Scarlet se volvió para encarar la clase. Al fin y a cabo, era nada menos que con sus
almas con las que estaba jugando, y sintió que les debía su reconocimiento, por no hablar de una explicación.

- Espero que lo comprendáis -dijo sondeando el impacto de su respuesta en sus expresiones-. Tengo que intentarlo.

- Ten fe -Scarlet le sonrió, mientras todos los chicos y chicas sentados a su espalda cruzaban los dedos.

La profesora dobló pulcramente la solicitud en tres y se acercó a una placa de latón
atornillada a la pared. La superficie tenía una ranura, muy al estilo del buzón de la
puerta de las granjas antiguas. La señorita Pierce se demoró un segundo, luego introdujo
el papel hasta la mitad, aguardando al consentimiento de Scarlet para colarse en la
eternidad.
Scarlet exhaló armada de valor, se tranquilizó y se preparó para no sabía muy bien qué.
La señorita Pierce deslizó el formulario con mucha elegancia por la ranura, y antes de que tuviera tiempo de volverse de nuevo hacia Scarlet, ésta se había esfumado.
Maddy entró en la sala de descanso y pasó junto al resto de becarios sin mediar palabra,
como siempre. No sólo no interactuaba con nadie que no fuera Charlotte, sino que
literalmente los ignoraba. Y lo que era peor, Charlotte empezaba a tratarlos igual.
--¿Y qué demonios hace ésta aquí, ya que estamos? -azuzo CoCo.

--Eso -cotorreó Violet--. ¿Por qué no estaba en Muertología con nosotros? ¿Es qué alguien sabe algo de ella?
A decir verdad, nadie sabía nada. Ni siquiera Charlotte, tan obsesionada consigo misma o tan ocupada respondiendo a las preguntas de Maddy, se había parado a pensar en preguntarle a Maddy cómo o por qué había llegado hasta allí. Las chicas estaban en pleno cotilleo cuando Maddy entró en la sala.
--Hablando del rey de Roma -dijo Prue señalando con su cabeza en su dirección. Las demás chicas soltaron una risita y retomaron la conversación.
--¿Algún problema? -preguntó Maddy secamente, acallándolas.
--Pues sí -dijo Pam con un tono igual de cortante--. Tú. Charlotte era feliz cuando llegó
aquí.

--Y entonces ¿qué pasó? -la interrumpió Maddy con brusquedad--. Pues que todas vosotras tuvisteis vuestro final feliz y ningún tiempo para ella. De no ser por mí, no tendría a nadie.

--Charlotte está en un momento muy vulnerable -racionalizó Kim, con una dosis menos de veneno que las demás en la voz--. Una amiga de verdad no cogería sus llamadas ni la aislaría ni alimentaría sus dudas y temores.

--¿Amigas de verdad? Sí, claro, como... -Maddy dejó la frase en el aire para que
penetrara en la mala conciencia del resto de becarias que rodeaban la mesa.
Debían reconocer que no le habían dedicado demasiado tiempo a Charlotte desde que cruzaron al otro lado. Entre sus nuevas “vidas” y el trabajo, cada vez era más
complicado buscar un hueco para compartirlo de verdad. Pero después de todo lo que habían pasado juntas, Charlotte debía saber lo mucho que les importaba.
Pam se tomó la sugerencia de Maddy como una ofensa personal, puesto que ella era la que conocía a Charlotte desde hacía más tiempo, más incluso que Scarlet.

--A mí nadie me viene a enseñar cómo ser amiga de Charlotte y menos tú, que la acabas
de conocer -la cuestionó Pam. Hacemos lo que hay que hacer, lo que se nos pida que
hagamos.

--Pues igual que yo -respondió Maddy vagamente y dio media vuelta y se fue, dejando a las becarias con la palabra en la boca y el asunto en el aire.
Scarlet miró a su alrededor y comprobó que estaba en otro lugar. Pero dónde,
exactamente, no tenía ni la menor idea. Parecía una urbanización cerrada un poco
deprimente: vallada, con paseos pavimentados y cierto aire a campamentos de reclutas.
A lo lejos pudo divisar una aislada torre de apartamentos, delgada como un plato.
Estaba oscureciendo, así que dirigió sus pasos hacia el edificio, la señal de luz, que no
de vida, más próxima, con la esperanza de obtener alguna información sobre Charlotte.
Franqueó la entrada y la detuvo el portero.

--Estoy buscando a una persona -dijo con nerviosismo.
El hombre la miró de arriba abajo y luego reparo en su camiseta de Demned¹. Damen se la había llevado al hospital para que se la pusiera con ocasión de su “viajecito”.
--Es un grupo de música -aclaró ella, convencida que no era el momento ni el lugar idóneos para correr riesgos.

--¿A quién? -fue la cortante respuesta de él.

--¿A Charlotte Usher? -dijo ella con tono acobardado, medio esperando que el portero la echara de allí con cajas destempladas.
El tipo levantó la vista hacia la videocámara que vigilaba la entrada como buscando una respuesta, y la luz roja parpadeó una vez.

--Diecisiete -dijo señalando el ascensor con un ademán. Scarlet permaneció en estado
de shock un minuto, petrificada en sitio, dudando si salir corriendo por la puerta o
arrojarse encima del portero y plantarle un beso. Iba a ver a su mejor amiga. Por fin
podía albergar alguna esperanza, no sólo fe, en que su viaje había merecido la pena.
Quizá diecisiete plantas más arriba se hallara la respuesta a sus plegarias, las de Petula,
las de su madre, puede que hasta también la de Damen… o, reflexionó pausadamente, el
comienzo de una pesadilla.

De pronto cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba ni de quién era el tipo aquel de la puerta. Tal vez estuviese resultando demasiado sencillo. ¿No la había advertido la señorita Pierce de que no había garantías cuando se tomaba una Decisión Anticipada? Tal vez no estuviera predestinada a salvar a Petula o a sí misma… Tal vez estuviera predestinada a convertirse en el aperitivo de algún malvado juez de reality show de proporciones gigantescas. Diecisiete plantas, nada menos.

Scarlet se volvió hacia el portero otra vez y le escudriñó tratando de evaluar su
personalidad. Su aspecto era imponente, pero no parecía malintencionado. Decidió que
se trataba de un alma buena, básicamente, poco inclinada a engañarla. Además, la planta
diecisiete estaba “arriba” después de todo. Las posibilidades, sopesó, se inclinaban a su
favor. Estuviese o no buscándose una excusa, el caso es que desechó sus dudas y se dejó
llevar por el instinto.

Damen hojeaba la revista, alzando los ojos hacia Scarlet y Petula a intervalos regulares.
Observaba los monitores, dispuesto a alertar a las enfermeras o a los médicos si percibía
algún cambio, ya fuera para bien o para mal, antes que se dispararan las alarmas.
Afortunadamente, pensó, las dos chicas permanecían desde hacía un día más o menos,
sin que hubiese sido necesaria una intervención de urgencias. Lo que suponía todo un
alivio para él y para Kiki Kensington, a la que telefoneaba para tranquilizarla cada
pocas horas.
Se rascó su desacostumbrada barba incipiente, dejó la revista y cogió la mano de
Scarlet, que colgaba entre los barrotes de la barandilla de la cama. Acarició su antebrazo
y le apretó los dedos, tratando por todos los medios de provocar algún tipo de reacción,
refleja aunque fuera. Y entonces dejó de preocuparle si obtenía una respuesta o no y se
limitó a acariciarla, perdido en sus pensamientos sobre ella. Él era el único en el mundo
entero que la conocía tal y como era realmente. Sabía que sus vacaciones preferidas era
el período de horario de verano, que cambiaba de grupo de música preferido según su

capacidad de actuar en vivo, y que para ella el día ideal consistía pasar el tiempo en librerías de viejo, comprar joyas vintage, comer una hamburguesa en una cafetería de mala muerte y luego ver una peli indie en el cine art nouveau. No quiso seguir
recordándola como si no fuera a volver nunca más, y en su lugar se puso a cavilar sobre si habría alguna manera de que él le echase una mano. Entonces miró su rostro con ternura y creyó ver el leve esbozo de una sonrisa en sus labios.

--¡Adelante! -vociferó Charlotte cuando oyó unos débiles golpecitos en la puerta. Era casi imposible oír, pero Charlotte, curiosamente, sí que podía. No había recibido
ninguna visita todavía, y la perspectiva de que, tal vez, Pam, Prue, DJ, Jerry, cualquiera de sus amigos, se pasasen a verla era de lo más emocionante.

La puerta se abrió despacio y divisó una mano que se asomaba al interior. Era una mano pálida y las uñas estaban pintadas con esmalte de color oscuro. Conocía aquellos dedos como si fueran los suyos. Charlotte se quedó sin habla.

--¿Qué? ¿Qué pasa? -preguntó Maddy, la cual no había visto jamás a Charlotte quedarse sin palabras.
--¿Es la muerte en persona? -consiguió balbucear Charlotte sin quitar los ojos de la puerta, dejando a Maddy completamente perpleja.
La puerta se abrió otro poco con un crujido y la mano se adentró en el interior otro
tanto.
--No, ni tampoco un vampiro -dijo Scarlet abriendo la puerta de par en par.

Charlotte su quedó plantada donde estaba, paralizada y muda ante aquella visión. No
podía creer lo que veían sus ojos, o más bien su corazón el que no la dejaba tener fe en
sus ojos.

--¡Scarlet!

--¡Charlotte!
Sin mediar otra palabra, caminaron una al encuentro de otra y, después de mirarse a los ojos, se fundieron en un abrazo. Fue como si volviesen a intentar la posesión, aunque esta vez se aferraban mutuamente como si les fuera la vida en ello.
Las dos permanecieron mirándose otro rato más, escudriñándose de arriba abajo y de
abajo arriba, no de manera crítica, como lo hacían las Wendys o Petula, sino con un
cariño genuino que rehuía cualquier calificativo. Mientras se abrazaban una última vez, Charlotte dio un respingo de repente. Faltaba algo. El latido del corazón de Scarlet. No podía sentirlo. La señal de vida que había atraído a Charlotte cada vez que realizaban el ritual había desaparecido.
--¿Por qué…? Es decir, ¿cómo es que está aquí? -tartamudeó reuniendo el valor suficiente para preguntar.
La sonrisa se esfumó del rostro de Scarlet y sus ojos adquirieron una mirada perdida. Scarlet miró a Charlotte y luego a Maddy, buscando la aprobación de Charlotte para hablar libremente delante de una extraña.
--Soy Maddy -dijo Matilda, tendiendo la mano a forma de presentación--. Tú debes ser
Scarlet.
Scarlet le tendió la suya sin demasiado entusiasmo. Le llamó la atención algo en su voz, como si ya la hubiese escuchado antes, pero Scarlet no podía situarla del todo.
--No te preocupes -dijo Charlotte detectando el reparo de Scarlet-

--Sabe quién eres porque le hablado de ti -añadió Charlotte, tratando de restar tensión al momento.
--No te preocupes, sólo me ha contado cosas buenas -dijo Maddy con una risita nerviosa, dejando a Scarlet preguntándose por que no iba a ser así.

Charlotte reparó en la expresión de asombro del rostro de Maddy. Parecía más preocupada que amenazada por la llegada de Scarlet.

--¿Así que esto es el paraíso, eh? -dijo Scarlet rozando a Maddy al pasar para
contemplar el nuevo hogar de Charlotte. Caminó hacia los grandes ventanales que
daban a la explanada de cemento y al semicírculo de adosados idénticos de más abajo.
Desde aquella perspectiva aérea el conjunto se le antojó más aún del Telón de Acero
que lo que había parecido a nivel de suelo. A Scarlet se le ocurrió pensar que si aquel lóbrego y corriente escenario era “arriba”, prefería no pensar en cómo sería el lugar al que Petula se encaminaba sin remedio.

--¿Scarlet? -preguntó Charlotte, temiéndose qué ésta hubiese sufrido algún daño--. ¿Estás…?

--Estoy aquí de manera voluntaria -respondió Scarlet.

A Charlotte le alivió momentáneamente escuchar aquello.
Estaba feliz de ver a Scarlet, pero también por completo confundida.

--¿Suicidio, eh? -dijo Maddy entre dientes, mirando de arriba abajo el atuendo de
Scarlet.
A juzgar por la expresión de sus caras, Maddy supo al instante que Charlotte y Scarlet
no encontraban en absoluto divertidas sus ocurrentes comentarios. Decidió entonces que mejor sería cerrar la boca y escuchar en lugar de intentar forzar una conversación a tres prematuramente.
--No estoy muerta -dijo Scarlet, que se imaginó clavando alfileres invisibles a Maddy,
como si de una muñeca vudú sobrenatural se tratase--. Al menos no todavía, espero.

--¿Por qué, entonces? -Charlotte empezaba a caer en la cuenta del evidente riesgo que Scarlet había decidido correr.

--Para encontrarte -confesó Scarlet--. Eres la única que puede ayudarme.
--¿Le pasa algo a Damen? -preguntó Charlotte, dudando si realmente quería escuchar la respuesta.

Incluso después de tanto tiempo, era la primera persona que le vino a la mente.
--No -dijo Scarlet, reparando en la añoranza que reflejaban los ojos de Charlotte--. Es
Petula -respondió dejando que la cruda realidad brotara de sus labios por primera vez--.
Se… muere.
--¿Cómo has llegado hasta aquí? -preguntó fríamente, con mucha más calma de la que
sentía.

--Hice el conjuro yo sola -empezó Scarlet--, recordando nuestra primera vez, recordándote…
--Si tú estás aquí -empezó--, ¿dónde está el resto de ti?

--En el hospital -contestó Scarlet tímidamente--. Supongo.
--¿Cómo que lo supones?

--Damen intentó detenerme -explicó Scarlet--, pero ya sabes cómo soy.
Atrapadas en la oficina de altas médicas, Petula y Virginia, para bien o para mal, empezaban a trabar conocimiento la una de la otra.
-Envejecer no es nada malo -susurró Virginia inclinándose hacia Petula.

-Tampoco es nada bueno -dijo Petula con un gesto de asco, como si su perro se acabase de cagar en la cocina - Se te arruga y se te cae todo.
-Hay mucha gente que se sentirá afortunada si pudiese envejecer -dijo Virginia casi sombríamente -. Es un regalo.

Petula le clavó una mirada penetrante. La ingenuidad de aquella pequeña sabihonda le
hacía hervir la sangre, pero se contuvo al ocurrírsele que, tal vez, había topado
accidentalmente con un momento de su vida en el que ejercer de veras su magisterio.
Con las Wendys y las otras chicas del instituto ejercía de icono más que nada, era el
modelo a seguir. Imponía su liderazgo dando ejemplo. En cuanto a Scarlet, bueno, con
ella no tenía nada que hacer. Pero la de ahora se presentaba como una oportunidad para impartir su sabiduría, para inculcar su particular filosofía a toda una nueva generación, y para cuya consecución se valdría de la pequeña Virginia como mensajera.

-No, es trágico. La juventud sí que es un regalo -arguyó Petula, admirando su cuerpo serrano -. Pregúntale a cualquier persona mayor.

-Qué intolerante -replicó Virginia dando muestras de una madurez sorprendente -. ¿Y qué hay de la sabiduría?
-Prefiero estar buena a ser sabia -dijo Petula -. No quiero convertirme en una de esas personas que recuerdan los días de su juventud cono sus días de gloria.

-No todo el mundo es tan infeliz consigo mismo -contestó Virginia -. Hablas por hablar.
Las dos amigas apenas si habían dejado de hablar desde la llegada de Scarlet y estaban
acurrucadas en la litera de Charlotte, al más puro estilo hoy-duermo-en-casa-de-mi-
mejor-amiga, charla que te charla, esperando a que amaneciera. Maddy se había tapado
la cabeza con una almohada, pero ni aun así logró ahogar por completo el sonido de sus
voces.

-Es increíble por lo que has pasado para llegar hasta aquí -dijo Charlotte maravillada.
-Bueno, supongo que se podría decir que me moría por verte -bromeó Scarlet, tan amante del humor negro.

-¿Has estado en Muertología?
-Sí, pero era una clase completamente diferente, con otros alumnos y otro profesor -
explicó Scarlet -. Nadie sabía quién eras.
-¿En serio? -preguntó Charlotte un tanto decepcionada.

-Pero les hablé de ti.
Sonrió a Charlotte, sabiendo que era eso lo que en el fondo quería escuchar, y Charlotte le devolvió la sonrisa alegrándose de que Scarlet lo supiera.

-Esos chicos y chicas se portaron muy bien conmigo. Me hizo sentir mal tener que arrastrarlos en toda esta historia -confesó Scarlet.

-Por lo que parece, no lo suficientemente mal -añadió Maddy.

-Pero estaba claro que no me podía quedar -continuó Scarlet, ignorando la puya
proveniente de la litera de abajo -. Tenía tanto miedo de quedarme atrapada allí.
-Vamos -interrumpió Maddy -, que te echaron a patadas como a quien se cuela en una
fiesta.
-No -dijo Scarlet -. Hice una solicitud de Decisión Anticipada y aquí estoy.

-Muy astuta -dijo Charlotte, alabando el desparpajo con el que Scarlet se movía en el mundo de los espíritus.
-¿Me estás diciendo que te aceptaron? -preguntó Maddy con cierta envidia.

-Sí -dijo Scarlet con orgullo -. Estoy graduada, igual que vosotras, salvo que no estoy muerta ni nada de eso.
-Y yo sólo he conseguido esta crutez de camiseta -murmuró Maddy.

Charlotte decidió distender el ambiente un poco y recondujo la conversación a un terreno menos controvertido.
-¿Y qué me dices de Hawthorne? -preguntó Charlotte con vehemencia -. ¿Se acuerda allí alguien de mí?

Charlotte sintió un cosquilleo en el estómago, similar al que se experimenta en una montaña rusa. Estaba convencida de que la recordarían, por lo menos durante un semestre o así.

Pero se preparó para escuchar los detalles de su irrelevancia.

-Al principio fue un poco raro -explicó Scarlet -. Nadie quería reconocer que había pasado realmente.
un famoso venido a menos -agregó Charlotte -que un quiero y no puedo.

-Pero entonces- Scarlet hizo una pausa para dar más efecto a sus palabras -, colocaron tu
necrológica en la vitrina del vestíbulo, al lado de los alumnos distinguidos, delegados de
clase, antiguas reinas del Baile de Bienvenida, deportistas seleccionados para
representar al Estado, geeks de la Feria de Ciencias y otras criaturas repugnantes.

-Viniendo de ti -se rió Charlotte -, me lo tomaré como un cumplido.
Charlotte estaba que no cabía en sí de gozo con la noticia de su póstuma fama, mientras
Scarlet seguía dale que te dale contándole cómo personas que ni siquiera la habían
conocido contaban su historia con cariño y familiaridad. Cómo en las semanas
inmediatamente posteriores a su muerte, la gente se fundía de manera espontanea en
abrazos multitudinarios en los pasillos para reconfortarse los unos a los otros, como si
no tuviesen otra salida que sobrevivir juntos a esa tragedia. Como si antes de que
ocurriera aquel suceso no hubiesen estado al tanto de que la gente podía morir, y se
acabasen de enterar de que también ellos eran mortales. Se repartieron lazos negros y se
contrataron psicólogos para ayudar a los estudiantes a soportar el duelo por alguien que
antes de su muerte no sabían ni que existía. Ella les había dado a todos algo de lo que
formar parte.

-Hasta hubo un estudiante que creyó ver tu imagen grabada en uno de esos rollitos que
nos dan para el almuerzo en el comedor -se rió Scarlet -. Salió en el periódico del
instituto.
Todo esto debería haber animado mucho a Charlotte, pero en lugar de disfrutar
simplemente de la celebración de su recuerdo, empezó a sentirse triste y un poco
engañada. De pronto se dio cuenta de que le hubiese gustado estar allí para verlo.
Cuando sus risas se apagaron, una extraña tristeza embargó a Scarlet también. No podía
dejar de pensar en aquella necrológica que había escrito para Charlotte y en lo cerca que
podían estar Petula y ella de necesitar una muy pronto. La posibilidad de un doble
funeral se decantaba como lo más probable. La situación era cada vez más absurda y
menos divertida.
-Es la primera vez que estamos juntas en tu habitación - señaló Scarlet con nostalgia a la vez que se sentía más próxima a la muerte que nunca.

-Nuestra habitación - la corrigió Maddy con acritud.
-No te preocupes -la tranquilizó Charlotte con una sonrisa -. Sólo estás de visita.

Scarlet adoraba el arte que tenía Charlotte de poner al mal tiempo buena cara. Creía a
Charlotte y creía en ella, como siempre. Tenía que hacerlo. A pesar de la irritante
presencia de Maddy, estar con Charlotte la devolvió a una época en la que se sentía
segura y en la que todo era nuevo y emocionante. Ahora había llegado el momento de

poner a prueba esa fe.

-Damen está sentado en esa habitación, esperando -dijo Scarlet angustiada -. Esperando su… mi… regreso.
-Entonces será mejor que te pongas en marcha -sugirió Maddy.

-Scarlet, ¿todo esto lo haces por Petula…? -Preguntó Charlotte -, ¿… o por Damen?
-No, bueno, no sé, podría ser -dijo Scarlet de forma esquiva, pues ni ella misma conocía la respuesta -. No ha pasado mucho por casa desde que empezó las clases, y ahora
aparece de pronto, coincidiendo con el grave estado de Petula.

-Pues sí que da que pensar -intervino Maddy.
-Dice que es porque quería llevarme al Baile de Bienvenida -explicó Scarlet un poco a la defensiva.

-¿El baile de bienvenida? -caviló Charlotte en voz alta, haciendo grandes esfuerzos para impedir que en su mente volvieran a rondar las vanas ilusiones de antaño.

-Últimamente no conectamos tanto como solíamos - se quejó Scarlet, mostrándose a los ojos de Charlotte con una vulnerabilidad desconocida -. Es como si viviéramos en dos mundos aparte.
Charlotte sabía, de primera mano, lo que era estar en un mundo aparte. No pudo evitar pensar que tal vez fuera ella de quien se había enamorado Damen en realidad, pero al instante se sintió culpable por permitir siquiera que la idea se le pasara por la cabeza. Maddy permanecía en silencio, reuniendo información y escuchando atentamente cómo las dos chicas desembuchaban cuanto llevaban dentro.

-¿Te llama por teléfono? -preguntó Charlotte con curiosidad.

-Sí, claro, pero no es suficiente, ¿sabes?
-¿Y sabe él cómo te sientes?

-No. Y tampoco sé realmente cómo se siente él -dijo Scarlet con evidentes signos de frustración.
-El amor es un campo de batalla -interfirió Maddy sin poder contenerse.

La conmiseración de Damen por Petula era algo que sacaba a Scarlet de sus casillas, y
la crisis de comunicación que ambos experimentaban hacía mucho más difícil que
Scarlet pudiese leerle el pensamiento. Ella sabía que la razón principal de buscar a
Charlotte era la de ayudar a Petula, algo que no estaba ansiosa por reconocer, pero

Charlotte apuntaba a otra cosa. Recuperar a Petula, salvar su vida, volvería a centrar la atención de Damen en Scarlet por completo. Y eso era algo que se resistía a hacer, sobre todo delante de Maddy.
-Francamente -dijo Scarlet de manera poco convincente -, me parece que sólo quiero recuperar a Petula para que vuelva a convenir mi vida en un infierno.
Charlotte sonrió. Podía ver a través de los mecanismos de defensa de Scarlet y leer directamente lo que decía su corazón.
Maddy, actuando como la voz de la razón, se coló de nuevo en la cálida y confusa
escena.
-Aquí no hace más que perder el tiempo, Charlotte -advirtió Maddy -. No puedes ayudarla.
-¿Y tú qué sabes? -replicó Charlotte en un tono sorprendentemente cortante -. Tal vez esté aquí por alguna razón. Tal vez sea éste mi reencuentro.

Maddy se limitó a poner los ojos en blanco. Charlotte también sabía que no era así, pero se permitió un momento de egoísmo dada las circunstancias.

-Si permanece aquí más tiempo, es probable que lo acabe siendo -dijo Maddy,
recordándole fríamente que el tiempo no corría precisamente a favor de Scarlet.
A Scarlet le complació comprobar que Charlotte conservaba el arrojo que exhibiera la
noche del Baile de Otoño, pero Maddy no andaba desencaminada. Aunque en ese
momento pocas cosas le apetecían más que quedarse con Charlotte, lo cierto era que
todavía había algo prioritario, la razón por la que estaba allí. No obstante, anduviese
desencaminada o no, Scarlet empezaba a abrigar la clara impresión de que Maddy
trataba de deshacerse de ella y no precisamente por nada que tuviese que ver con la
búsqueda de Petula.

-Creo que ella debería marcharse -le dijo Maddy a Charlotte de modo tajante, luego se volvió y se dirigió a Scarlet directamente -: No es nada personal, Scarlet, pero Petula no está aquí todavía, y éste tampoco es su sitio. Todavía.
-¿Has dicho que estaba en coma? -preguntó Charlotte, ignorando a Maddy.

-Sí.
- Bueno, pues si no está muerta del todo -especuló Charlotte -, tal vez se encuentre en
algún lugar fuera del campus, ya sabes, en una oficina de ingreso, como la del…
¿hospital?

-Menuda tontería -reprobó Maddy -. Morirse no es como esperar turno en un partido de kickball.

-A decir verdad -dijo Charlotte -, se parece mucho a eso.

Maddy se quedó completamente perpleja, pero la expresión de aprobación que adquirió el rostro de Scarlet fue instantáneo. Muertología, la película de orientación, toda la metáfora aquella sobre Bill y Butch, las habilidades especiales y el kickball. Se le
ocurrió pensar que era curioso que Maddy no hubiese pasado por eso también. Todo el mundo debía ver la película una y otra vez.
-Tenemos que salir del campus -continuó Charlotte.

-Genial. ¿Cómo? -preguntó Scarlet, ansiosa por coger la puerta e irse ya.

-Charlotte, no puedes volver al mundo de los vivos así por las buenas -la previno
Maddy con urgencia -. Ahora tienes un empleo, responsabilidades en la plataforma
telefónica.

-Te refieres a que podría perderme una de esas llamadas que nunca recibo -dijo Charlotte con sarcasmo, pero entendiendo, no obstante, que las consecuencias de aventurarse a lo desconocido podían ser muy peligrosas -. Estoy convencida de que puedes atenderlas por mí.

El malestar que le había producido el gesto de Maddy al contestar su llamada en el
trabajo días antes había estado reconcomiendo a Charlotte, y le pareció que éste era un momento tan bueno como cualquier otro para hacérselo saber.

-No quiero que hagas nada que pueda perjudicarte -dijo Scarlet sintiéndose culpable y esperanzada a la vez ante la perspectiva de poder dar finalmente con la solución -. Tú señálame el camino y yo seguiré sola.
-No. Nuestra labor es ayudar a adolescentes con problemas, ¿no es así? -dijo Charlotte
tajantemente, mirando a Maddy -. Tú eres una adolescente con problemas y yo voy a
ayudarte.
-¿Es qué no te acuerdas de todo lo que hemos hablado sobre las buenas obras? -Dijo
Maddy fuera de sí, cogiendo a Charlotte de sus escuálidos hombros en un desesperado
último intento por hacerla entrar en razón -. ¿De lo inútiles que resultan? ¿De la pérdida de tiempo que suponen?

-Sí, y también recuerdo haberte dicho que haría cualquier cosa por Scarlet -dijo
Charlotte con firmeza, mirando a Maddy a los ojos -. Scarlet necesita que la acompañe.

-Y yo necesito que te quedes -agregó Maddy.

A Charlotte le costó un poco procesar lo de que la “necesitaba”, por no decir que la
irritó bastante. En otras circunstancias, habría disfrutado escuchando a Maddy reconocer
de aquella manera su vulnerabilidad, los celos que aparentemente le causaba la visita de
Scarlet, pero no era eso lo que acababa de suceder. No era necesidad en el sentido de
deseo lo que Maddy acababa de expresar; más bien parecía necesidad en el sentido de
obligación.
-Y yo necesito que no te metas en mis asuntos -espetó Scarlet.

Charlotte estaba harta de que Maddy se metiera por medio, pero lo cierto era que se había portado como una verdadera amiga desde que llegaran, y resultaba más que comprensible que Maddy se sintiera amenazada por su relación con Scarlet.

-¿Por qué no te apuntas? -sugirió Charlotte -. Podrías sernos de ayuda.

-Lo siento, Charlotte -dijo Maddy -, pero no pienso arriesgarlo todo yéndome, y tú tampoco deberías.

Scarlet se limitó a fruncir el ceño como si ya se lo esperase. Maddy no le parecía la clase de persona que se sacrificaría por cualquier razón.
-Nadie ha dicho nunca que no nos podamos ir -contestó Charlotte de mala manera -. Al menos no técnicamente.

En ese instante sonó el teléfono del apartamento, y Maddy, haciendo gala de las
habilidades adquiridas en la plataforma, se abalanzó hacia el aparato para contestar.
Volvió la espalda a las chicas y asintió unas cuantas veces, pero ni Charlotte ni Scarlet lograron oír una sola palabra de lo que decía. Es más, no se enteraron de que la
conversación había acabado hasta que Maddy colgó el auricular y se volvió con una expresión mucho más alegre cubriéndole el rostro.
-Oye, Charlotte, ¿tienes un momento? -Preguntó a la vez que la agarraba de su
esquelética muñeca y la arrastraba al otro extremo de la habitación -. Verás, al principio
pensaba que esta historia era una mala idea, con tanta carga de trabajo como tienes y eso
-pió Maddy -, pero sé lo triste que has estado, y regresar, bueno, ya sabes, quizá tenga
sentido para ti -continuó Maddy -. Lo que quiero decir es que esa hermana tan perfecta
y popular de Scarlet está ahí tumbada, vulnerable y vacía, y tú eres probablemente la única que puede ayudarla en este momento.

-Entonces, ¿vas a ayudarme? ¿Lo dices en serio? -preguntó Charlotte.
-Para eso están las amigas, ¿no? -afirmó Maddy, y dio media vuelta y sonrió a Scarlet de oreja a oreja.

sábado, 3 de abril de 2010

GHOST GIRL capitulo 7, 8 ,9

Petula despertó lentamente. Creyó haber oído una voz masculina que la llamaba, pero al
abrir los ojos estaba completamente sola. Su cabeza descansaba sobre una almohada y
se llevó la mano a la cara, para comprobar si la grava había dejado su impronta en la
mejilla. Era lo último que recordaba antes de haberse quedado dormida. Esperaba, si
Dios quiere, no tener que lidiar con un montón de feas marcas justo antes del Baile de
Bienvenida, sobre todo después del dineral invertido en tratamientos semanales de
dermabrasión y rellenados de colágeno. Medio atontada todavía, guiño los ojos varias
veces para sacarse el sueño, bajó la mirada y pasó a evaluar como hacía a diario, sólo
para comprobar que continuaba con el mismo cuerpazo que el día anterior.
No reconoció el fino blusón de poli algodón que la arrebujaba, pero no le sentaba nada
mal. Realzaba los mejores rasgos de su cuerpo, en particular el culo, que quedaba
prácticamente al aire. En lo que la gente no se fijaba, principalmente debido a la belleza
de su rostro y a la perfección de sus pechos, que atraían los ojos hacia arriba, era en que
era corta de tronco. Pero aquella graciosa prenda que llevaba tapaba ese contratiempo
anatómico menor y remarcaba lo que tenía que remarcar. Sus piernas, que se
prolongaban vertiginosamente -hasta los pies, claro-. Sus pies. La fuente del drama del
día anterior de pronto arrasó sus pensamientos.
-Zorra -dijo, guiñando los ojos durante un segundo para fijar la vista en los dedos de sus pies y la pedicura inacabada.
dedicar ese pequeño improperio a la técnica de uñas, Petula se despertó del todo, o lo suficiente, al menos, para caer en cuenta de que no estaba en su cama. Ni en casa, ya puestos. Se incorporó, miró a su alrededor y descolgó las piernas por el lateral de la
cama, que ahora pudo reconocer como una cama de hospital gracias a su voluntariadoobligatorio en un geriátrico.
-¿Qué hice o con quién me lo hice anoche? -se preguntó, más con curiosidad que con
temor.
No pudo recordar mucho de la cita con Josh, pero lo poco que sí recordaba no merecía
el gasto de neuronas que le había costado traerlo a la memoria. Se acordó, de pronto, de
que se había mareado y vomitado. Sobrecogida ante tan inapropiado comportamiento en
público, se auto convenció de que él debía de haberle puesto alguna clase de droga para
violaciones.
«Pervertido», pensó.
Se acerco al borde de la cama, hasta que sus pies tocaron el suelo, y al hacerlo sintió un pinchazo. No es que se le pudiera llamar dolor, exactamente, pero sí era lo bastante
desagradable como para notarlo. Cojeando un poco, cruzó la habitación vacía hasta la puerta y salió al pasillo.
-¿Hay alguien? -gritó Petula, y el eco de su voz resonó levemente desde el fondo del pasillo-. ¿Eo? ¿Eo? ¡Eo!
Por último, llamó -¿Hola?²- con desprecio. No hubo respuesta.
Se acercó renqueando al control de enfermeras, el cual encontró también desierto.

-¡No cabe duda de que este país necesita una reforma del sistema sanitario! -gruñó. Pasillo adelante vio una fría luz blanca que salía de una oficina.
-Gracias a Dios -dijo Petula aliviada, y se encaminó hacia el resplandor.
Al llegar a la altura de la puerta trató de mirar al interior, pero la luz brotaba desde la oficina al pasillo en penumbra con tal intensidad que le dañaba la vista. Molesta pero sin darse por vencida, Petula abrió la puerta de un empujón y pasó dentro haciendo alarde de su característico mal humor.
-¿Hola? -llamó Petula con voz repelente-. Vengo a que me den el alta.
Su saludo rebotó contra las paredes, el techo y el suelo. La oficina estaba tan desierta como los pasillos y su habitación del hospital. Pero no es sólo que no hubiera nadie, es que tampoco había nada. Ni revistas, ni folletos informativos ni documentos
administrativos de ninguna clase. El lugar estaba tan desnudo como su trasero, con la salvedad de una mesa con una campanilla, una silla al fondo de la habitación y un banco que recorría la pared lateral bajo las ventanas. En la puerta del fondo se podía leer en un cartel SÓLO PERONAL AUTORIZADO.
-¡Eh! -volvió a gritar, tocando repetidas veces la campanilla de la mesa-. De verdad, hoy no tengo tiempo para esto.

Acabadas las compras, las Wendys volvieron al hospital de Petula, se diría que para
acompañar a la enferma, o para ser más exactos, rondar a la víctima, y para su sorpresa se encontraron a Scarlet, que yacía igualmente exánime en la cama de al lado. La
doctora Patrick estaba en la habitación, haciendo la visita nocturna. Por todas partes
había evidencias de la conmoción: el lugar estaba sembrado de tubos, jeringuillas,
esparadrapo, gasas y monitores de todo tipo, restos de la batalla del equipo de
cardiología por estabilizar a Scarlet. En vez de consternación, las Wendys sólo pudieron sentir desprecio hacia Scarlet.
-¿Es que por fin ha visto la luz y ha intentado suicidarse? -dijo Wendy Anderson con
desdén.
-Míralas -dijo Wendy Thomas ante la visión de Scarlet tumbada en una cama junto a Petula-. El botín y la bestia.
-¡Qué poca personalidad! -espetó Wendy Anderson.
-Ya ves -corroboró Wendy Thomas fríamente-, no solo le quita el novio sino que va y también le roba el protagonismo de su coma.
Las dos chicas se volvieron de repente cuando Damen entró en la habitación. Estaba
hacho un cromo, arrugado, desaliñado, con los ojos enrojecidos, y parecía cansado y
preocupado. Las Wendys, que nunca le habían perdonado que prefiriera a Scarlet en vez
de Petula -o alguna de ellas dos ya que estaba-, saborearon la oportunidad de patearle
ahora que le veían en horas bajas. Él las ignoró y fue a sentarse entre las dos camas.
-¿Qué diablos ha pasado? -preguntó Wendy Thomas, más furiosa que preocupada.
Damen no se molestó en responder. Sabía que si se dejaba succionar, acabaría atrapado
en esa interminable rueda de hámster sin sentido que era el proceso de pensamientos de
las Wendys.
-Cabe la posibilidad de que Scarlet haya caído en un coma autoinducido, propiciado por un estrés extremo -dijo la doctora Patrick-. Podría ser psicosomático.
-Yo más bien la llamaría psicópata -agregó Wendy Thomas.
-A veces es difícil soportar ver a la hermana que quieres tumbada ahí, medio muerta -
dijo la doctora Patrick.

Maddy y los demás estaban pegados a sus teléfonos, de modo que Charlotte decidió irse
por su cuenta. Al cruzar el patio que separaba el complejo de oficinas de la residencia
del campus, observó las vallas que rodeaban los barracones. No había reparado antes en
ellas porque por el camino siempre estaba ocupada charlando con Maddy. Le pareció
que estaban allí más para delimitar la zona que para impedir la entrada o salida del
lugar, lo que por otra parte tenía sentido. Es posible que la gente se muriese por entrar,
bromeó consigo misma, pero nadie tenía demasiado interés en averiguar qué había al
otro lado.
La liberación se estaba convirtiendo en un concepto cada vez más importante para
Charlotte. Últimamente, su existencia se había tornado tan insoportable que había
empezado a evocar con cariño su vida -una vida marcada sobre todo por la inseguridad y el aislamiento-. Es más, desde la llamada aquella que no llegó a responder, no podía dejar de pensar en Scarlet, Petula y Damen y lo que pudo haber sido, y en su familia y lo que nunca fue. Más que nada pensaba en lo que nunca sería.
Maddy lo había dicho. Se quedarían en los diecisiete para siempre. La idea podía tener
su atractivo para las mamis objeto de los reality showsque se pasaban la vida entre
inyecciones de Botox, liposucciones, implantes y desintoxicaciones para competir en
secreto por los novios de sus hijas, pero no para Charlotte, a quien la idea le resultaba
cada vez más deprimente. Había hecho todo lo que haría jamás, y si bien esperaba haber
dejado su impronta, en pocos años la fotografía académica que adornaba el vestíbulo de
Hawthorne empezaría a amarillear y a difuminarse, tanto como el recuerdo de ella.
eso no se hacía ilusiones.
De niña, recordó, paseaba por el cementerio observando las fechas de nacimiento y
defunción de todas las lápidas, pensando en la gente que estaba allí enterrada. Hacía la resta y calculaba los años que había vivido cada persona, lo que habían visto y lo que se habían perdido. La electricidad, los vuelos al espacio, los derechos civiles, la televisión por cable, Internet, Starbucks. Algunos maridos habían muerto años antes que sus
esposas, y vástagos antes que sus padres. Pero cuando llevas muerto, pongamos, cien
años, ¿qué puede importar que tu mujer muriese dos antes que tú? Para el paseante,
ambos lleváis muertos mucho, mucho tiempo; indistinguible en la muerte.
Charlotte decidió, no obstante, que sí importaba. Esos dos años podían no significar
nada en el marco de la historia, pero habían sido importantes para quienes los vivieron. Eran cuanto tuvieron. Que llenaran ese tiempo de felicidad o desdicha resultaba
irrelevante.
Charlotte se pasó un día más sin apartar la vista del teléfono de su mesa, tratando a la vez de abstraerse del parloteo de los demás becarios. Ni siquiera podía escabullirse con la maldita videocámara constantemente fija en ella y el señor Markov paseándose por allí sin cesar como una especie de carcelero sobrenatural. Las llamadas de Kim eran las más fastidiosas y las más difíciles de ignorar.
A ella también le encantaba hablar por teléfono: no iban por ahí los tiros. Lo que pasaba
es que Kim estaba tan... segura de sí misma. Tan segura sobre qué estaba bien y qué
estaba mal.
Charlotte ya lo había notado en el Baile de Otoño, justo antes de pasar todos al otro lado. Tal vez fuera ésa la razón de que no recibiera llamadas. ¿Cómo vas a ayudar a nadie si tu propia materia gris es una gran maraña gris?



Transcrito por Los Ángeles de Charlie 51

Trató de vencer tan profundas ideas tapándose los oídos. Esta experiencia, pensó, hacía que se sintiera como un ratón atrapado en un laberinto, salvo que aquí no había un
pedazo de queso que la guiase hasta la meta. Había perdido la vida, a sus amigos, su futuro, y ahora es posible que también la cabeza. Estaba atrapada en un estado de
pubertad perpetua y en el interior de la misma ropa para siempr, y ¿qué obtenía a
cambio de tanto sacrificio? La oportunidad de ayudar a otras personas, quizá, ¡si es que su teléfono sonaba, aunque fuera una vez!
Levantó la vista hacia la lente de la cámara y articuló despacio:
-¡AYÚDAME!
Los pies de Damen rebotaban con nerviosismo contra el suelo mientras permanecía
sentado en silencio en la serena habitación del hospital, colocado a mitad de camino
entre Petula y Scarlet.
Era capaz de plantarse en la línea de ataque y hacerle frente a una horda de placadores a la carga sin pestañear, y en cambio no podía afrontar sus propios sentimientos. Por eso era tan fácil salir con Petula. No requería profundizar. A ella la podía pasear de aquí para allá igual que a uno de sus trofeos deportivos, un premio destinado a suscitar la envidia de otros antes que a ser apreciado por él mismo. Pero la relación con Scarlet le había cambiado, o por lo menos había empezado a hacerlo.
Se puso a pensar en todo lo que tenía que haberle dicho a Scarlet y para lo que no había
reunido el coraje suficiente. No tanto en lo concerniente a evitar que cruzara al otro lado
-en ese tema no había nada que hacer, la chica era demasiado cabezota- sino sobre otras cosas. Cosas como lo mucho que ella le importaba, lo mucho que la echaba de menos.
Lo mucho que la necesitaba. Cosas que ella necesitaba escuchar de boca de él.
Desesperado, trató de alcanzarla de la única forma que sabía, a través de la música.
Desde el principio de su relación habían intercambiado canciones y discos como si de
cartas de amor se tratase, y aún cuando ella no pudiese oírle a él, se le ocurrió que, tal
vez, sí pudiese oír la música que ambos habían compartido. Damen hurgó en su mochila y extrajo su iPod, cargado de temas de grupos en los que ella le había iniciado y que, en su mayoría superaban con mucho cuanto él había escuchado jamás. Con sumo cuidado, le colocó los auriculares y, rememorando su primera cita juntos, giró la rueda hasta la
pista que buscaba -Artista>Death for Cutie>Álbum>Plans>Tema>I Will Follow You
into the Dark-, seleccionó la canción y pulsó el play.
Scarlet no tenía ni idea de dónde podría encontrar a Charlotte, pero se sintió atraída, casi
como una paloma mensajera, de regreso a Hawthorne High. De regreso a Muertología.
¿La razón? Una incógnita. Todos se habían ido, que ella supiera. Graduado. ¿A cuento
de qué presentarse en un aula vacía? Pero algo tiraba de ella y siguió su instinto de
vuelta al instituto.
Mientras se internaba flotando en el edificio pensó en Petula por un segundo, en lo extraño que se le había hecho regresar a un lugar conocido y no encontrar ni una sola cara conocida. Y otro tanto de Charlotte.¿No era espeluznante llegar a un sitio nuevo, ser el nuevo del lugar?
Conforme recorría planeando el largo pasillo, vio que se confirmaban sus peores
miedos. El instituto estaba aparentemente vacío, pero antes de que el desaliento la
venciera por completo, oyó voces a lo lejos. Enfiló hacia el sonido y, en efecto, divisó una luz que emanaba de la última aula. Se detuvo junto a la puerta y espió el interior a través de la ventanilla.
Scarlet intuyó el malentendido, pero antes de que pudiera decir esta boca es mía, la
señorita Pierce le entregó un libro de texto, la cogió del brazo y la acompañó medio
camino en dirección a su asiento. Conforme avanzaba entre las mesas, Scarlet iba
mirando a izquierda y derecha y descubrió que no reconocía a nadie. No era buena
señal. Sin embargo, en lugar de protestar, decidió ser paciente y aguardar a que la clase
hubiera concluido para hablarle a la señorita Pierce de su dilema. Pensó que no había
por qué hacer pensar a los chicos y chicas muertos de verdad que se creía mejor que
ellos o algo por el estilo.
-Muy bien- continuó la señorita Pierce-, ahora que por fin estamos todos los que somos, revisaremos la película de orientación por última vez. Podéis seguir el texto en vuestros manuales de la Guía del Muerto Perfecto.
Se atenuó la luz y Scarlet se dedicó a ver la película por el rabillo de un ojo y a
escudriñar a sus compañeros de clase con el otro. Comprobó que definitivamente no reconocía a ninguno.
Luego se sobresaltó al sentir un golpecito en el hombro.
-Hola, Scarlet- dijo el chico sentado a su espalda cuando ella se giró para mirarle-. Soy
Gary.
Gary o Green Gary, que era como lo conocían sus amigos del Otro Lado, era un chaval
de aspecto agradable y asilvestrado, vestido con ropa ancha de tela de arpillera y
zapatillas de cáñamo. Su aspecto era completamente normal salvo por la parte inferior
del torso, que se veía deforme, casi retorcido por completo, como el tronco de un árbol
viejo.
-Qué tal, Gary- susurró Scarlet esforzándose por mirarle a los ojos, algo nada fácil
debido a su postura-. Estoy buscando a una chica, se llama Charlotte Usher. ¿La
conoces?
-No- contestó Gary en voz baja-, pero no llevo tanto tiempo como otros de la clase. Eh,
Lisa- se dirigió con un susurro al otro lado del pasillo-. ¿Conoces a una tal Charlotte?



Transcrito por Los Ángeles de Charlie 55

Lipo Lisa era un primor de chica perfectamente acicalada, parecía relucir y echar
destellos. La clase de chica capaz de hacerle la competencia a Petula y las Wendy´s,
pensó Scarlet, con una salvedad: ella no era un caballo de feria, ella era una mula de
carga. Lisa estaba muy atareada, viendo la película y haciendo reflexiones de brazos con
su manual Guía del Muerto Perfecto, cuando Gary interrumpió su tabal de ejercicios.
-Nunca he oído hablar de ella- gruñó Lisa sin apenas romper el ritmo.
-Pues gracias de todas formas- dijo Scarlet con sarcasmo-. Supongo que está demasiado ocupada quemando grasa para decir nada, ¿eh?.
-No es que pueda decir mucho más- dijo Gary-. Murió mientras le hacían una
liposucción chapuza en el cuello y tiene los músculos de la cara prácticamente
paralizados.
-Seguro que antes se hizo la liposucción en el cerebro- espetó Scarlet.
-Lisa se considera a sí misma como la ola del futuro, una mártir de la belleza- dijo Gary sintiendo cada una de sus palabras.
-Bueno, pues entonces espero que pueda conocer a los setenta y dos cirujanos plásticos¹ en algún momento- se burló Scarlet.
Al fin de pasar el tiempo, se entretuvo echando un vistazo a los nombres que, inscritos
en etiquetas identificativos prendidas al dedo gordo del pie de sus compañeros,
alcanzaba a leer bajo el tenue resplandor del proyector. Estaban Polly, Tilly, Bianca y
Andy, por nombrar unos pocos. Justo cuando Scarlet empezaba a especular sobre el
cómo de la muerte de cada uno de ella, Gary le ahorró el trabajo susurrándole
inesperadamente al oído:
-Ése es A.D.D² Andy, un skater que intentó deslizarse sobre el borde de la cuba de una hormiguera con el eje trasero del monopatín- informó Gary-. Lamentablemente, la hormiguera se puso en marcha y Gary pasó a formar parte de la acera.
-Tonto del culo- dijo Scarlet en un tono endiablado.
-Sí, ya, pero consiguió un montón de visitas en Youtube- dijo Gary tratando de ser positivo.
-¿Y Tilly?- preguntó Scarlet haciendo un ademán hacia la chica en cuestión.
-No lo preguntarías si estuvieran las luces encendidas- dijo Gary con una sonrisa-.
Tanning Tilly se frió en una camilla de bronceado. La chica era una auténtica adicta a los rayos UVA. Demasiado avariciosa con las bombillas.

Scarlet entró en Hawthone Manor igual que cualquier otro día de trabajo, pero en esta
ocasión tenía acceso especial a la residencia propiamente dicha. Era majestuosa y
hermosa, tal y como la recordaba de la primera vez. Atravesó las enormes puertas de
madera y cruzó el vestíbulo de mármol, orgullosa de haber colaborado en su día a
preservar un lugar tan excepcional. Allí no había nadie, que ella supiera.
Caminó hacia la fabulosa escalera y ascendió a las habitaciones, echando miradas
furtivas por encima del hombro durante todo el camino, en anticipación de los furiosos
y resentidos fantasmas que tal vez moraban ahora aquí. Mientras recorría el pasillo
reparó en que todas las puertas luían placas rotuladas, luego llegó al antiguo dormitorio
de Charlotte, que, por fortuna, parecía desocupado. Se le hizo raro atravesar la puerta,
puesto que la última vez había entrado nada menos que flotando por la enorme vidriera.
Pasó el dedo por la reprisa de la chimenea y pensó en Charlotte y en todo lo ocurrido.
Pensó también en Damen y se preguntó si seguiría revoloteando alrededor de Petula en
la habitación del hospital, o si habría encontrado un minuto para derramar unas lágrimas
por ella, acariciar su mano y pedirle también a ella que regresara del borde del abismo.
De improviso, no obstante, Scarlet se encontró pensando sobre todo en Petula y en
cómo la iba a salvar. En ese momento, oyó unos golpecitos en la puerta del dormitorio.
-¿Scarlet?- susurró una voz.
-¿Sí…?- preguntó Scarlet extrañada; deseó que no fuese el cansancio que ahora la hacía oír voces… o algo peor.
Resultó ser Green Gary, con una inesperada invitación.
-Nos hemos juntado unos cuantos en la sala de reuniones. Si te apetece, puedes unirte a nosotros.
Pese a estar agotada, Scarlet vio en ésta una buena oportunidad para obtener alguna información de los chicos y chicas de la residencia.
-Pues claro- dijo a la vez que abría la puerta y salía disparada detrás de él cuan largo era el pasillo y luego escaleras abajo.
-¿Qué pasa, rostro pálido?- preguntó Tilly, burlándose de la piel de porcelana de Scarlet, que en su estado fantasmal parecía más translúcida todavía.
Lo normal es que Scarlet se hubiese sentido ofendida, pero al mirar a Tilly, que parecía uno de esos arrugados zombis radiactivos con la carne cayéndoseles a pedazos que salen en las antiguas películas de ciencia ficción cutre, su complexión rigurosamente
protegida del sol parecía mucho más pálida en contraste. Describir el aspecto de Tilly como “bochornoso” era quedarse corto, y a Scarlet le pareció que no tenía necesidad
alguna de “escaldarla” todavía más.
-¿Podemos llevarnos bien, por favor?- preguntó Green Gary saltando en defensa de
Scarlet.
-No pasa nada- respondió ésta con brusquedad-. No estoy aquí para hacer amigos.
Polly miró a Scarlet de arriba abajo y se sintió amenazada por su estilo desenfadado y
su belleza natural, por no hablar de la actitud excesivamente solícita de Green Gary
hacia ella.
-Entonces, Tarlet³, dime- canturreó con malicia-, ¿qué haces aquí?
-Eso- inquirió Blogging Bianca, sus manos cerniéndose sobre un teclado imaginario igual que las de una bloggerazzi dispuesta a ser la primera en comentar la entrada más reciente del Blogger más popular de la red-. ¿Cuál es el propósito de tu estancia aquí? Resultaba insólitamente surrealista el modo en que Bianca se quedaba congelada
después de cada frase, como si formara parte de un blog de la vida real. Sólo le faltaba la flecha de “play again” impresa sobre la cara.
-Busco a alguien, bueno, en realidad busco a dos personas- dijo Scarlet con un hilo de voz-. Y no sé cómo encontrarlas.
-¿Amistades o familia?- preguntó Bianca.
-Las dos cosas- dijo Scarlet.
-No pueden ser las dos cosas. Las amistades son personas con las que escoges estar y la familia es gente con la que tienes que estar- dijo Bianca, que empezó a darle vueltas a la idea para convertirla en una posible entrada de blog, pero luego se dio cuenta de que
cuanto menos debía intentar echar una mano-. Puedo activar una alerta de desapariciónse medio ofreció, obviando el hecho de que a todos cuantos podía alertar ya se
encontraban en la habitación.
-Ya veo- dijo Gary-. Es que estamos todos un poco decepcionados. Me parece que esperábamos que estuvieses aquí por nosotros.
Scarlet miró a su alrededor y percibió tristeza, frustración, soledad, pero no rabia.
-Supongo que todos estamos esperando a que alguien venga y nos salve- concluyó
Scarlet.

Scarlet se acurrucó bajo las pesadas sábanas de la acogedora cama con dosel y acababa de quedarse dormida cuando sus ojos se abrieron de nuevo, espoleados por la luz de la luna que ascendía, como un falso amanecer, por la vidriera de colores. Su mala
conciencia tampoco es que la estuviera ayudando mucho, y ya se había vuelto
completamente inmune a sus cánticos chinos para dormir.

La posibilidad de conseguir dar una cabezada le pareció cada vez más remota, de modo
que se retrotrajo al momento de su partida y empezó a darle vueltas a su impulsiva
decisión. ¿No habría sido más útil echar una mano en el hospital en lugar de merodear a
la caza y captura entre dos mundos? ¿Y la preocupación que le estaría causando a su
madre? ¿Y a Damen? Al apartar la vista de la gélida mirada de la luna, reparó en el
viejo manual de la Guía del Muerto Perfecto de Charlotte, que reposaba sobre la mesilla
de noche, junto a la cama. Recordó que el manual de Charlotte era diferente de los
demás. Más antiguo, si no recordaba mal. Sacó el manual que le habían dado de debajo
de la manta y se puso a pasar hojas, comparando páginas y capítulos. Se cruzó con el
dedicado a la posesión en el libro de Charlotte, que no parecía en el suyo.
-Esto ya lo tengo visto- dijo Scarlet, y pasó de largo el ritual.

Hojeó cada libro hasta el final, cotejándolos página por página, pero la única diferencia entre ambos era lo de la posesión, aparentemente. Hasta que llegó a la última página. Parecía más un formulario o una solicitud que un texto en sí. Fácil de pasar por alto, a no ser que uno lo estuviera buscando a propósito.

La cabecera de la página decía así: DECISIÓN ANTICIPADA.

COMENTARIO:bueno yo pienso ke petula no a pensado todavia cual es la leccion de todo esto que le a pasado ella sigue preocupada por lo material y por ser mejor que las demas personas bueno ella es una persona inmadura que apesar de todo lo que le ha pasado sigue de vanidosa y bueno que hacerle y bueno por otro lado scarlet no debio de haber ido a buscar a charlotte buenoy tambien charlotte que sigue pensando en sus tonterias bueno .... en fin .......
La música no era más fuerte y el baile era muy rápido. Después de dos horas más de vendedores ambulantes bailando, estaba caliente, cansado y sediento.
Me estoy haciendo viejo, le dijo a Judas.¿estas personas nunca van a la cama?
Sólo tienes veinticinco! Dijo Judas. Eso no es vieja.
Y usted no puede parar todavía. Se está poniendo muy fácil ahora, y podemos llevarlo hasta el desayuno del pronto.
En el reloj o siete, el club privado, y Judas y Hawker tomó Johnny de regreso a su hotel.
Judas levantó el teléfono y pidió un gran desayuno en la habitación
Hawker quitó los zapatos. Ah eso es mejor, dijo.
Miró a Johnny. ¿Con qué frecuencia vas a bailar, Johnny? ¿Y qué haces en el día?
No mucho. Duermo, por lo general. Yo voy a bailar por las noches
¿Dónde vive usted? Hawker preguntó.
En las calles, dijo Johnny. Cuando yo soy rico, me voy a tomar un barco y vivo de eso.
Rich? Judas dijo. Oh, sí, todos queremos ser ricos!
Pero yo voy a ser rico, dijo Johnny. Yo tengo una buena historia, ¿ves? Se echó a reír. Voy a venderla. Un periódico quiere darme 100.000 euros por ello. Me dieron 1.000 mes pasado, y me voy a poner la otra 99.000 muy pronto.
Gran! Dijo Judas. Entonces, ¿qué es la historia entonces, Johnny?
Tiene poco más de café, y nos dicen todo.
Bueno, usted, conozca la Compañía Farmacéutica Tyler? Johnny comenzó. Ellos hacen las drogas y medicamentos.
Sí, vendedor ambulante, dijo. Es una muy una empresa europea muy grande.
Tienen oficinas en todas las grandes ciudades.
Sí, es cierto, dijo Johnny. Bueno, están teniendo los jóvenes de las calles, y utilizarlos para la prueba.
Jude se echó a reír. Nadie va a creer eso! Ella dijo. Las compañías farmacéuticas utilizan animales, no personas, para su prueba. Algunos nuevos medicamentos puede ser muy peligroso al principio.
Nadie quiere que la gente a morir de un nuevo medicamento!
¡Es cierto! Johnny dijo enojado. Piensa en ello. Todos aquellos jóvenes sin hogar en Londres. Duermen cada noche un tiempo el Strand, y otras calles. Nadie quiere saber, nadie hará preguntas acerca de ellos.
No tienen casa, ni familia, nada.
Pero tienen piernas Hawker dijo. Pueden huir.
Tú no lo entiendes, dijo Johnny. Escuchar. Lo sé porque yo estuve ahí! Yo vivo una calle ¿no?
Y una noche a lo largo del capítulo, vinieron y me llevaron y otras personas - un niño y dos niñas. Ellos querían que nos ayude, dijeron. Comida caliente, cómodas camas, ropa nueva - ¡todo! Nos llevaron a esta casa grande -
¿Dónde? Said Hawker
No estoy diciendo que dijo Johnny.
¿Y qué pasó? Preguntado Jude
Nos dieron comida y ropa nueva, y camas donde dormir, todos los derechos. Pero no podíamos salir de la casa, y los hombres de bata blanca nos miraba todo el tiempo. Y pusieron las drogas en nuestra comida.
¿Cómo sabes que «Hawker pidió?
Me sentí enfermo. Mis ojos se fue extraño, y yo no podía ver muy bien. Y una de las chicas-se puso muy mal una noche. Ella gritó y gritó, y entraron los hombres de bata blanca. Yo estaba en la habitación de al lado y he escuchado a través de la pared. Esto es muy extraño, uno de los hombres dijo. Ella
omega archivo 349 Londres, Inglaterra


En los primeros años Hawker y jude viajado mucho.
Bruselas, Estrasburgo, Roma, Nueva Delhi, Washinton ...
Norte de África, América del Sur, Australia ... sin hogar, sin familia, sólo trabajo. Ellos trabajaban para él. fue llamado Arla. Nadie knen su verdadero nombre, o mucho de él. algunos tristes fue letón, otros dicen que era de otro planeta. siempre daba los puestos de trabajo duro para vendedores ambulantes y Judas. los puestos de trabajo con preguntas, pero no muchas respuestas. los archivos de omega.
cuando los conocí, muchos años después, vendedores ambulantes y Judas eran unos setenta años. vivían en voz muy baja, en una casita blanca en una isla griega. se fueron a pie, natación, pesca, se sentaron en el sol, y dormía mucho.
al principio. no quería hablar sobre su trabajo.
no podemos, dijo Jude. "Nuestro trabajo era secreto. Todo está en los archivos del gobierno. "
y nadie puede leerlos. "
después de treinta años », le dije, 'la gente puede leer todos los archivos secretos del gobierno."
No de estos archivos, Hawker dijo. Es un centenar de años antes de que la gente puede leer los archivos EDI.
Los miré. -Pero yo no necesito leer el FLES, me dijo. " Puedo conseguir las historias de usted. "
y lo hice. Éstos son algunos de ellos ...
No hay hombre joven en Londres callend cocinero Johnny, Arla, dijo. he'doesn't tener un hogar, pero él va todos los clubes Neary ninght. Los clubes de baile toda la noche para los jóvenes. Aquí está una fotografía de él. "
Dejó la fotografía sobre la mesa, y Judas y Hawker miró.
¿Y? " Hawker dijo.
Él quiere vender una historia a un periódico, Arla, dijo.
Algunos historia sobre un medicamento le compny.Find. Habla con él. ¿Cuál es su historia? Quiero saber. "
Jude y tomó un avión Hawker tarde de Bruselas a Londres, y luego fueron a un hotel.
¿Qué vas a usar esta noche? dijo Jude. no esos pantalones vaqueros viejos, por favor!
¿Qué pasa con ellos? Hawker dijo. Vamos clubbing, no fuera a la cena en el Hotel Ritz.
Pues bien, llevar una camiseta diferente, entonces. Ese es sucia ",
'¡Piérdete! " dijo Jude
La cena han, veían la televisión durante una hora o dos, y luego salió. Era una noche cálida, que un poco de lluvia de vez en cuando.
Tiempo Londres, "dijo Hawker.
Ellos encontraron un taxi un piloto joven, y consiguió pulg
Fueron a? dijo el conductor.
Queremos ir a bailar ", dijo Jude. "Se es el mejor lugar esta semana? ¿sabe usted?
el conductor de Bruno, dijo. 'o de Gracia, junto al río. Todo el mundo va allí esta semana. "
'Está bien, vamos! " dijo Hawker.
encontraron Johnny Cook en un club de tercera, llamada Monty.
Eran las dos de la mañana.
"Es él, está bien," dijo Hawker. "Miren a su oído.
Cocinero Johnny era alto y delgado, con pelo largo amarillo y negro dos pendientes en la oreja izquierda.
johnny! cocinero Johnny! " gritó Jude sddenly. Ella corrió y puso los brazos alrededor del cuello de su Johnny cocinero. -Hola, Johnny! Te acuerdas de mí-Jude. Nos reunimos la semana pasada, en el de García, que remembe? oh, este es mi amigo Hawker.
"Hola, Johny. Un placer conocerte-dijo Haker.
-Hola-dijo Johnny cocinar. miró a Jude. «¿Se nos reunimos en García?"
"Por supuesto que hicimos", se rió Jude. "Yo estaba con Sara y Patti y los otros, ¿te acuerdas?
"Oh. Sí, "dijo Johnny. 'Recuerdo'. miró a su alrededor. "Ellos están aquí esta noche?"
'No, es sólo a mí y esta noche Hawker-dijo Jude.
«Venid, vamos a bailar."
Bailaron durante dos horas. Luego se fueron con alrededor de otras diez personas, y atravesó el río a un nuevo club
La música no era más fuerte y el baile era muy rápida. Después de dos horas más de vendedores ambulantes bailando estaba caliente, cansado y sediento.
Me estoy haciendo viejo, le dijo a Judas. No estas personas nunca van a la cama?
Sólo tienes veinticinco! Dijo Judas. Eso no es vieja.
Y usted no puede parar todavía. Se está poniendo muy fácil ahora, y podemos llevarlo hasta el desayuno del pronto.
En el reloj o siete, el club privado, y Judas y Hawker tomó Johnny de regreso a su hotel.
Judas levantó el teléfono y pidió que gran desayuno en la habitación
Hawker quitó los zapatos. Ah eso es mejor, dijo.
Miró a Johnny. ¿Con qué frecuencia ir a bailar, Johnny? ¿Y qué haces en el día?
No mucho. El sueño, por lo general. Yo ir a bailar por las noches
¿Dónde vive usted? Hawker preguntó.
En las calles, dijo Johnny. Cuando yo soy rico, me voy a tomar un barco y vivir de eso.
Rich? Judas dijo. Oh, sí, todos queremos ser ricos!
Pero yo voy a ser rico, dijo Johnny. Yo tengo una buena historia, ¿ves? Se echó a reír. Voy a venderla. Un periódico quiere darme 100.000 euros por ello. Me dieron 1.000 mes pasado, y me voy a poner la otra 99.000 muy pronto.
Gran! Dijo Judas. Entonces, ¿qué es la historia entonces, Johnny?
Tiene poco más de café, y nos dicen todo.
Bueno, usted, conozca la Compañía Farmacéutica Tyler? Johnny comenzó. Ellos hacen las drogas y medicamentos.
Sí, vendedor ambulante, dijo. Es una muy una empresa europea muy grande.
Tienen oficinas en todas las grandes ciudades.
Sí, es cierto, dijo Johnny. Bueno, están teniendo los jóvenes de las calles, y utilizarlos para la prueba.
Jude se echó a reír. Nadie va a creer eso! Ella dijo. Las compañías farmacéuticas utilizan animales, no personas, para su prueba. Algunos nuevos medicamentos puede ser muy peligroso al principio.
Nadie quiere que la gente a morir de un nuevo medicamento!
¡Es cierto! Johnny dijo enojado. Piensa en ello. Todos aquellos jóvenes sin hogar en Londres. Duermen cada noche un tiempo el Strand, y otras calles. Nadie quiere saber, nadie hará preguntas acerca de ellos.
No tienen casa, ni familia, nada.
Pero tienen piernas Hawker dijo. Pueden huir.
Tú no lo entiendes, dijo Johnny. Escuchar. Lo sé porque yo estuve ahí! Yo vivo una calle ¿no?
Y una noche a lo largo del capítulo, vinieron y me llevaron y otras personas - un niño y dos niñas. Ellos querían que nos ayude, dijeron. Comida caliente, cómodas camas, ropa nueva - ¡todo! Nos llevaron a esta casa grande -
¿Dónde? Said Hawker
No estoy diciendo que dijo Johnny.
¿Y qué pasó? Preguntado Jude
Nos dieron comida y ropa nueva, y camas donde dormir, todos los derechos. Pero no podíamos salir de la casa, y los hombres de bata blanca nos miraba todo el tiempo. Y pusieron las drogas en nuestra comida.
¿Cómo sabes que «Hawker pidió?
Me sentí enfermo. Mis ojos se fue extraño, y yo no podía ver muy bien. Y una de las chicas-se puso muy mal una noche. Ella gritó y gritó, y entraron los hombres de bata blanca. Yo estaba en la habitación de al lado y he escuchado a través de la pared. Esto es muy extraño, uno de los hombres dijo.
Ella había 20 gramos de Coplas en su cena esta noche. ¿Era demasiado, qué te parece? "" No sé ", dijo un segundo hombre." No queremos a matarla. Tratemos de 20 gramos de nuevo mañana, en esta niña y en uno de los chicos. No podemos dejar esta prueba ahora. Debemos obtener respuestas quickliy ". Affter que se hablaba más en silencio, y yo no podía oír. Pero yo no comían más en esa casa, ya la noche siguiente me metí en una oficina de planta baja y tomó unos papeles. Entonces salió de la casa y echó a correr rápido.´
Qué papeles? dijo Hawker.
Documentos con el nombre de Tyler Compañía Farmacéutica en ellos.
¿Y dónde están esos papeles ahora? preguntó Judas.
Eso es mi secreto, dijo Johnny. Cuando el periódico me da el dinero, yo voy a decirles. Pero yo no voy a decir.
Al día siguiente, Judas y Hwker voló de regreso a Bruselas y fue a la oficina s de Arla. Arla escuchó la historia de Jonny de Cook, pero no dijo nada.
Entonces, ¿qué hacemos ahora? Judas dijo. ¿Buscamos esta casa grande y.
Arla cogió su teléfono. Vuelve dentro de una hora, dijo. Obtener una oficina o algo así.
Una hora más tarde y cafés theree volvieron.
OK, dijo Arla. Puedes olvidarte de todo esto. historia de Cook no es cierto.
Judas lo miró fijamente. ¿Quién te dijo eso? , dijo.
Quiero hablar con Johnny Cook de nuevo, dijo Hawker.
No puedes, dijo que Arla. Él 's muertos.
Hawker miró a Judas, y luego a Arla. Él fue ayer, dijo Hawker.
Bueno, él no está vivo hoy. Salió de un club en theree de esta mañana y cayó en el río Támesis. Cuando lo sacaron, estaba muerto.
Pero, Judas comenzó.
Olvídalo, Judas. El archivo está cerrado.


Y es que el final de la misma? -Pregunté, cuando Judas y Hawker terminó de contar la historia.
Sí, dijo Hawker. Arla nunca habló de ello de nuevo.
¿Y creemos la historia de Johnny acerca de la compañía de drogas? Le pregunté.
Antes de que una empresa puede vender un medicamento nuevo para las personas, dijo Hawker, hay años de pruebas. Ellos hacen las pruebas con animales, por supuesto. Sin embargo, ellos aprenden mucho más rápido de los ensayos en personas. Hay un montón de compañías farmacéuticas, y cada compañía quiere ser el primero con un medicamento nuevo.
Unos cinco años más tarde, dijo Judas, la Drug Tyler.
Company comenzó a vender un nuevo medicamento, llamado Coplastin. Era una medicina para evitar que algunos tipos de cáncer, y funcionó. Everbody lo quería. La compañía hizo un montón de dinero-por lo que el gobierno tiene un montón de dinero de la compañía en impuestos. Los gobiernos como las empresas ricas y grandes, los impuestos grasa. No están muy interesados en los jóvenes sin hogar durmiendo en las calles.
Así que la historia de Johnny Cook era cierto, le dije. Y no cayó en el río, alguien lo empujó.
Por supuesto que lo empujó, dijo Jude. Los muertos no pueden hablar, ¿no?

Quiero que tome el próximo vuelo a Escocia, dijo que Arla. A continuación, obtenga hasta Loch Ness.
Oh, bien, dijo Hawker. ¿Estamos buscando el monstruo del Lago Ness Nessie de edad?
Judas se echó a reír.
No te rías, dijo Arla. ¿Está buscando un monstruo?.
Oh, vamos, Arla, dijo Judas. No quiero decir eso. Esta foto llegó por correo electrónico de Edimburgo, dijo que Arla. Mira ... Se volvió hacia su equipo y abrió un expediente. Es una foto nocturna y no muy bueno.
Hawker y Judas se quedó mirando la foto en la pantalla del ordenador. Se podía ver el agua, y algo grande y gris, la mitad fuera del agua.
Tiene los brazos y una cabeza, dijo Hawker. Pero ¿qué es?
Mata ovejas, gatos y perros, Arla, dijo. Y quizás los niños pequeños al lado. La gente en Fort Augustus están gritando en Londres, y Londres está gritando en nosotros. Ir a buscarla.
¿Qué hacemos con él cuando lo encontramos? preguntó Judas.

lunes, 29 de marzo de 2010

Ghost Girl "2"

Petula seguía tumbada en la misma camilla en la que la habían colocado los ATS,
desnuda bajo uno de esos camisones blancos de hospital, de talla única y abiertos por la espalda. Scarlet la había acompañado en la ambulancia, evitando las miradas que la acusaban de SPM -Sospechosa de Parricidio Meditado- a la vez que observaba con nerviosismo cómo los técnicos comprobaban sus constantes vitales y trataban de
estabilizarla.
- ¿Qué es, doctora? -rogó Scarlet
- De momento, no tengo ni idea -contestó la doctora Patrick-. De lo único que estamos
seguros es de que tiene fiebre y no responde a los estímulos. Clínicamente está en coma.
Scarlet apartó la vista, petrificada al escuchar aquella palabra, y le alivió ver a su madre
entrando a toda prisa en la sala. Le agradó menos ver a las Wendys precipitarse al
interior justo a la zaga. La expresión que adoptaron sus caras al ver a Petula podría haber sido interpretada por quien no las conociera tan bien como reflejo del estupor o
del dolor o puede que hasta de la aflicción, pero a Scarlet no la engañaban.

Scarlet acertó al suponer que la razón
de su envidia era la perfecta inmovilidad de Petula. Se había presentado a una selección
de modelos de body shusp ara el nuevo restaurante japonés de la ciudad, y permanecer
absolutamente inmóviles era un requisito esencial que todavía tenía que aprender a
dominar.

Existe alguna posibilidad de que esté embarazada? -preguntó la doctora Patrick.
-No. NO está embarazada -negó la señora Kensington de forma tajante y autoritaria.
- La verdad es que se le ve el vientre algo hinchado -le comentó Wendy Anderson y Thomas torciendo la boca a la vez que se daba unas palmaditas en su tripa lisa como una tabla en busca de alguna molla.

- Bueno, hay que reconocer doctora, que no podemos estar seguros de si está
embarazada o no. Verá, lo cierto es que ayer quedó para salir con Josh -dijo Wendy
Anderson, evaluando las pruebas con la destreza de una jovencísima CSI licenciada en un curso online-. Así que no creo que ninguno de los aquí presentes tengamos la
autoridad de considerarla estéril.
Scarlet puso los ojos en blanco y silenció a las Wendys con una mirada capaz de derretir los polos más rápido que el calentamiento global. No estaba por la labor de dejar que aquellas maliciosas descerebradas extendiesen por Hawthorne el rumor de un posible embarazo de las proporciones del atribuido a la princesa Diana estando Petula como estaba, fuera de combate y completamente indefensa.
La señora Kensington salió para llamar a su ex marido, con Scarlet pisándole los
talones. Scarlet la observó teclear el número, y se quedó un tanto sorprendida. Ni
siquiera sabía que su madre conservase aún su número de teléfono. La tragedia y la
enfermedad tienen una extraña manera de volver a unir a las personas, pensó. Incluso a ex parejas mal avenidas.
Por algún motivo, escuchar aquella conversación hizo que pensara en Charlotte y la
fotografía del acto conmemorativo que apareció en el periódico del instituto. Recordaba perfectamente que en ella no había nadie de la familia de Charlotte. ¿Es que no tenía a nadie que la echara de menos?, recordó que había pensado mientras tecleaba la
necrológica. ¿Es que no le importaba a nadie?
Scarlet le dio un abrazo a su madre y se dirigió hacia el ascensor mientras trataba de
localizar a Damen en el móvil.

Las Wendys consiguieron las visitas que andaban buscando, y a resultas de ello se
propagó casi al instante la noticia de que Petula estaba hospitalizada. Los chicos de su
clase partieron en peregrinación hacia el hospital tan pronto como la página web de las
Wendys se cayó por exceso de visitas. No es que quisieran interesarse por su estado o
prsentarle sus respetos, no; fueron hasta allí para ver con sus propios ojos a Petula
Kensington, inconsciente, en la cama, y prácticamente desnuda. Era un sueño colectivo hecho realidad.
- ¿Nombre? -preguntó la recepcionista demás edad que atendía en el mostrador de control de enfermeras.
- Burns, Richard -respondió un chico mientras Scarlet pasaba de largo.
La recepcionista imprimió el nombre en una etiqueta adhesiva de identificación.
- Buen intento, Dick Burns… Como si nadie hubiese oído ese nombre antes -espetó Scarlet mientras le arrancaba la identificación de su cazadora American Eagle.
La recepcionista parecía confusa.


Una larga fila de chicos suspiró al unísono y dio media vuelta para irse mientras Scarlet franqueaba las puertas de cristal.
Se volvió de espaldas a toda prisa y pulsó una vez más la tecla de marcación rápida para llamar a Damen. Necesitaba desesperadamente algo de apoyo y, sobre todo, consejo. Interrumpió su llamada el tono de otra en espera. Se despegó el teléfono de la oreja y echó un vistazo a la pantalla. Era un mensaje de texto. Pulsó ansiosamente una tecla para abrirlo pero el mensaje no era de Damen, sino de su madre. Decía que había vuelto la médico y que quería que Scarlet regresara a la habitación.

Scarlet no era una chica sentimental, pero sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas cuando tomó con delicadeza de la mano a su madre el vestido que Petula tenía planeado ponerse en el Baile de Bienvenida, que, como cada año, brindaba a los antiguos
alumnos la oportunidad de regresar al instituto y reunirse con sus viejos compañeros de clase. Al sentir el género deslizarse entre sus dedos, Scarlet comprendió por primera vez la razón por la cual el Baile de Bienvenida era tan importante para Petula. La razón por la cual se había pasado el año entero haciendo lo imposible para reparar su reputación y recuperar su grupo de incondicionales. No era que Petula quisiera ser la reina del baile, necesitabaserlo. Scarlet no pronunció una palabra más.
Al llegar al hospital entró con él a la habitación y lo colgó donde Petula pudiera “verlo”, tal y como su madre le había pedido. Tal vez no surtiera ningún efecto en el estado
actual de Petula, pero verlo allí sin lugar a dudas hizo que Scarlet se sintiera menor. Agotada, se desplomó en la silla, se quitó su trenza rockabilly, la lió en forma de
almohada y poco a poco concilió el sueño.

- Vas a ver como sale de ésta -le dijo Damen a Scarlet tratando de tranquilizarla, pero le temblaba la voz.
- No sé -suspiró.
- ¿Y qué dicen los médicos? ¿Son buenos? -preguntó Damen a la vez que luchaba contra unas ganas irrefrenables de llorar.
- No se puede hacer nada más por ella -dijo Scarlet, aguantándose también las ganas de llorar; no sólo por Petula sino también por ella-. Hay que esperar.
Damen volvió a mirar a Petula y empezó a rememorar el tiempo que habían pasado
juntos. Lo intentó todo para despertarla, como dicen que se debe hacer cuando alguien está en coma. A Scarlet, que escuchaba allí sentada, sus recuerdos le resultaban
demasiado recientes. Demasiado vivos.
- Ah, ¿y te acuerdas cuando dijiste que preferías estar muerta antes que tener el pelo encrespado? -preguntaba desesperadamente Damen, tratando de que ella recuperara el conocimiento-. Pues que sepas que se está empezando a encrespar.
Scarlet superó los celos durante un instante ante aquella demostración de sincera
conmiseración, que era lo que más le gustaba de él.
- Despierta, Petula. Te necesito… -hizo una pausa-… despierta.
Scarlet no podía soportar continuar allí y ser testigo de un segundo más de aquel
momento de intimidad. Ya fuese por deferencia o por puro egoísmo, daba igual.
Necesitaba hacer algo para recuperar a Petula. Para que todo volviera a ser tan anormal y errático como siempre. Si los médicos no podían ayudarla, encontraría otra vía por su cuenta. Acababa de enterarse de cómo hacer una RCP gracias al cartel que había
colgado en Identitea, el café de Hawthorne donde trabajaba. Pero Petula parecía estar fuera de su alcance por mucho que ella e esforzara.
Y entonces se le ocurrió.
Charlotte.
Charlotte salió de su cubículo en la plataforma, recorrió el pasillo hasta el puesto de
Pam y se excusó por su salida de tono del día antes, pero Pam estaba habla que te habla
con Dios sabe quién y despachó a Charlotte con un gesto de la mano. Entonces se
dirigió a Call Me Kim, que parloteaba como siempre. Esto sí que era el paraíso para
Kim, que lucía permanentemente en la cara la marca roja y redonda del auricular. Justo
cuando arrastraba los pies de regreso a su puesto, Charlotte creyó oír el timbre de su
teléfono.
-Ay Dios, ay Dios, ay Dios -Charlotte se detuvo y gritó, paralizada allí mismo ante la perspectiva de recibir su primera llamada.
De pronto, el nivel de excitación en toda la sala se elevó también, todos los becarios asomaban sus cabezas por encima de los muretes de sus cubículos, echándose miradas de alivio y urgiendo a Charlotte a que se apresurara y atendiera el teléfono.
-¡Las Campanas del Infierno! -chilló Metal Mike, dejando patente su fijación con AC/
DC.
-Descolgado¹ -vociferó DJ recibiendo risas de apoyo de Jerry y Bud.
Charlotte no se había sentido tan especial desde el Baile de Otoño, y el hecho de que
todo aquel alboroto se debiera a una estúpida llamada de teléfono constituía una prueba irrefutable de lo mucho que habían cambiado las cosas. Su indecisión la demoró lo suficiente para que Maddy, cuyo puesto era el más cercano al cubículo de Charlotte, levantara el auricular antes del tercer timbrazo.
-Hola -contestó Maddy con dulzura, pero su expresión se tornó seria rápidamente. Charlotte llegó un segundo después, ansiosa por contestar la llamada.
-¿Es para mí? -susurró muy excitada, dando saltitos sobre las puntas de los pies.
Maddy no respondió y Charlotte no quiso interrumpirla por respeto al interlocutor y a fin de no distraerla. Nunca había visto a Maddy con aquella expresión, tan
reconcentrada y seria.
-¿Maddy? -preguntó Charlotte con creciente impaciencia.
Maddy extendió el dedo índice con brusquedad y le dio la espalda a Charlotte, un gesto universalmente interpretado como “espera un momento” o tal vez “esto es más
importante que lo que tengas que preguntarme”.
-Eso podría funcionar -animó Maddy a quienquiera que fuese.

Charlotte apenas podía oír lo que decía, a lo que se sumaba el hecho de que Maddy estaba atajando la conversación a toda prisa.
Maddy colgó el auricular.
-¿Quién era? -preguntó Charlotte ansiosamente-. ¿Qué querían?
-Si hubieses estado aquí lo sabrías -sentenció Maddy-. Menos mal que estaba yo para cubrirte.
-Pues, gracias -dijo Charlotte tímidamente, sintiéndose más humillada que nunca.
-Te está bien merecido, Usher -intervino el señor Markov-. Estas llamadas pueden ser cuestión de vida o muerte para alguien.
Charlotte frunció el entrecejo y levantó la vista hacia la videocámara de su cubículo.
Maddy sonrió y levantó la vista hacia la que estaba instalada encima de ella. Pam, Prue
y Suzy sacudieron la cabeza sin acabar de creérselo y se hicieron señales para reunirse
en la sala de descanso. Charlotte las vio escabullirse de sus cubículos, pero no se unió a
ellas.

-Todo el mundo necesita sentirse necesitado, apreciado... querido -ronroneó Simone... … mientras Simon revalidaba sus palabras sacudiendo su negra pelambrera:
-Charlotte se siente sola.
-Mira quién habla: ¡los que se peleaban por ser más emo que el otro! -espetó Prue.
-Vamos a ver, ¿es que no podemos conseguirle una llamada y ya está? -sugirió Pam, coincidiendo con los trágicos gemelos.
-No se puede falsear una llamada -respondió Prue con un ladrido, sintiéndose frustrada-. ¡No puedes ir por ahí y solicitar adolescentes con problemas!
-Me parece que habrá que confiar en que es así como se supone que funciona esto -
terció Abigail. Que Abigail interviniese así era raro. Había perdido toda la confianza en sí misma tras sufrir un “ahogamiento seco” en sus propias lágrimas después de que su novio la dejara tras pasar un día en la piscina, que acabó con su vida y, con ésta, con
toda su autoestima.
-Del dicho al hecho hay mucho trecho -dijo Silent Violet lanzando un guiño alentador a
Abigail mientras las chicas asentían, rompían el corrillo y regresaban a sus cubículos.
-¿Por qué no nos vamos a casa y echamos allí el resto de la tarde? -dijo Maddy-. Ya sabes, una velada sólo para chicas.
Charlotte sonrió: tenía más ganas que nunca de huir del mar de teléfonos después de otro largo y anodino día sin llamadas.
-No sé, se supone que no podemos salir antes de tiempo -señaló Charlotte, apuntando hacia las videocámaras que pendían sobre sus mesas-. Y teniendo en cuenta la de veces que hemos llegado tarde...
-No te preocupes -la apremió Maddy-. Tampoco es que vayas a perderte nada, ¿no?
-Será más divertido que quedarme aquí sentada sin hacer nada, supongo -concluyó Charlotte.
Habló en voz bien alta para que todos supieran que se iba. Pam y Prue abandonaron
momentáneamente sus respectivas llamadas e intercambiaron una mirada, pero fue la
única reacción que consiguió Charlotte. Mike estaba demasiado ocupado intimidando a
algún pobre interlocutor y haciendo molinillos en el aire con un micrófono imaginario:
-Tú no deseas morir antes de hacerte viejo -atajó Mike-. Hazme caso colega.
Jerry conversaba muy concentrado y se mordía las uñas. Cuando ella y Maddy pasaban junto a él, Jerry le levantó un instante los dos dedos en señal de paz. Charlotte apreció aquel gesto de despedida como todo un detalle por su parte.

Atravesaron el patio de cemento hasta el edificio de apartamentos, saludaron con la
cabeza al portero y se dirigieron a los ascensores. Justo delante de ellas había un grupo
de chicos y chicas más o menos de su misma edad, quienes, a decir por su aspecto, no
parecían demasiado contentos ni amistosos. No alborotaban como los otros chavales,
más pequeños. Es más, apenas si se dignaron mirar a Charlotte y Maddy.
Se iluminó la flecha de bajada y las puertas se abrieron. Todos salvo Charlotte y Maddy
entraron en el ascensor. El grupo dio media vuelta y dirigió una mirada vacía en
dirección a las dos chicas.
Charlotte también los miró. Tenían todos una expresión triste y desamparada, y se sintió mal por ellos.
-Supongo que no hay suficientes habitaciones para todos en las plantas superiores -le
susurró a Maddy, convencida de que sus problemas se debían a la disponibilidad de
plazas.
-Me parece que no -dijo Maddy.
Mientras las puertas se cerraban, Charlotte contempló cómo los pasajeros hundían la
cabeza.
El ascensor que subía llegó escasos segundos después, y Maddy y Charlotte entraron y
pulsaron el botón de la decimoséptima planta. Se quitaron los zapatos y se pusieron
cómodas.
-Bueno, no me has contado todavía cómo fue que acabaste aquí -preguntó Maddy, un tanto abruptamente, con un repentino interés por el pasado de Charlotte.
“Por fin”, pensó ella muy contenta. Al fin alguien interesado en su persona, deseoso de escuchar su historia.
-Pues resulta que estaba enamorada de un chico, o al menos eso creía -dijo Charlotte-. Era tan guapo. Tan fuerte y ocurrente y divertido. Impresionante, pero si lo sabía, no presumía de ello.

No puedo quedarme mirándola en este estado y no hacer nada -dijo Scarlet, llegando finalmente al límite de lo que podía soportar.
-Lo sé -trató de reconfortarla Damen.
-No, en serio, no pienso quedarme sentada sin hacer nada -dijo Scarlet, rechazando su compasión.
-Tal vez deberías irte a casa y descansar un poco -dijo Damen con dulzura, intuyendo que ella estaba a punto de perder los nervios -. Yo me quedaré.
-No me digas -masculló Scarlet.
-Pero ¿qué pasa contigo? -preguntó Damen.
-Estos médicos no están haciendo nada de nada -dijo Scarlet, tan frustrada como celosa
-. Pero he estado pensando…
-Oh-oh -dijo Damen, reaccionando a la expresión de seriedad en el rostro de Scarlet.
-Puede que conozca la forma de ayudarla -dijo-. Es más quizá yo sea la única persona que pueda.
-¿Y cómo te propones hacerlo? -a Damen le ponía nervioso pensar en lo que Scarlet pudiera tener en mente -. Cuenta con los mejores médicos, especialistas y enfermeras, que hacen cuanto está en sus manos.
Scarlet se lo expuso a Damen.
-Si Petula no está aquí, ¿dónde está entonces? -preguntó.
-Pero sí que está aquí -Damen señaló la cama, tratando a Scarlet como si fuera una niña, o una lunática.
-No me refiero a su cuerpo, eso no es más que un caparazón -le amonestó Scarlet -.


Scarlet… -dijo Damen con voz suave.
-¿Y si ha entrado en un círculo vicioso? ¡Y si está esperando a que comprueben su
nombre en una maldita lista, y nosotros aquí sin hacer nada más mientras hacen leña con
ella!
-Scarlet, necesitas tranquilizarte -dijo Damen, ahora con más contundencia.
-¿Y tú qué sabes lo que yo necesito? -le espetó Scarlet, sorprendiéndose a sí misma con lo que acababa de soltar por la boca.
Damen se preocupo. Aquellos cambios de humor no eran propios de ella y empezaba a pensar que tal vez estuviera al borde de un ataque de nervios.
-Lo siento -dijo Scarlet muy seria -. Sólo quiero ayudar a Petula. Que sepamos, bien podría estar condenada.
Lo de Scarlet no era sólo teatro, pero tampoco estaba siendo honesta del todo, ni con
Damen ni consigo misma. Ambos sabían que la vida de Petula no es que hubiese sido
ejemplar que digamos y que las probabilidades de que la esperase un final feliz en la
Otra Vida eran cundo menos escasas. Pero el desasosiego de Scarlet no se debía tanto a
las deficiencias espirituales de Petula cuanto a su propio sentimiento de culpabilidad.
En su mente, ella le había arrebatado a Damen. Y hasta cierto punto la hacía sentirse
bien eso de ser ella la que ganase por una vez y que Petula se llevara las sobras. Pero la
idea de no poder ya nunca arreglar las cosas entre ambas, pedir perdón, aun cuando en
realidad no se arrepintiera de ello, antes de que Petula se fuese directa al infierno en un
bolso extragrande, era insoportable.
-Eso no lo sabemos -la animó Damen.
-No, claro que no, pero conozco a alguien que es probable que sí lo sepa -dijo Scarlet, en parte esperanzada y en parte aterrada.
-¿Y cómo vas a contactar con Charlotte? -preguntó Damen con escepticismo -. Ella…se
ha ido.
-La voy a encontrar.
-No vas a ponerte a hablar en lenguas, ¿verdad?
-¡No puedo permitir que hagas eso! ¿Y si no regresas?
-Pienso hacerlo -dijo Scarlet con firmeza.
-¿Y si se despierta Petula? -preguntó Damen, tratando aún de convencerla para que esperase a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos -. ¡Puede pasar de un
momento a otro!
-“Y si” no es “lo que es” -sentenció Scarlet.
Damen percibió en su expresión una calma y resignación repentinas, la clase de gesto que se ve en los rostros de esos santos martirizados que decoran las velas votivas de los supermercados.
-Puedo encontrar a Charlotte -razonó Scarlet -. Tal vez ella pueda ayudarme a encontrar a Petula. Y entonces podremos salvarla.
Damen la estrechó entre sus brazos y le susurró al oído:
-¿Y qué hay de ti? ¿Quién te va a salvar a ti?
-Oh, Romeo -dijo Scarlet, intentando animar la cosa. A Damen le reconfortó un poco saber que su sentido del humor, no así su cordura, seguía intacto.
-Scarlet, hablo en serio -dijo con severidad -. Ya sé que crees que sabes lo que estás haciendo…
-Damen, ya he estado allí antes. Si está en mi mano ayudar a Petula y no lo hago, no podré vivir con ello.
A pesar de su extrema sensatez, Damen supo que ella tenía razón. Y supo además que
ya no había forma humana de detenerla. Conocía aquella mirada. La decisión estaba
tomada.
Se miraron a los ojos como si aquélla pudiera ser la última vez que lo hacían. Él vio determinación en los ojos de ella, y en los de él, ella vio respeto… y temor.
-Ella haría lo mismo por mí -dijo Scarlet con sarcasmo, por si así le robaba una sonrisa. Ambos se echaron a reír, unidos por el egoísmo de Petula, que ahora, por extraño que fuera, tanto echaban de menos.
-Sólo hay dos problemas -dijo Damen -: Primero, ¿cómo vas a llegar hasta allí? Y
segundo, ¿Qué pasará con tu cuerpo si tu espíritu se divide en dos?
-Detalles, detalles -se burlo Scarlet.
Luego se quedó callada, perdida en sus pensamientos por un segundo, mientras caía en la cuenta de que en ningún momento había sopesado las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer. Sin su alma, era más probable que su cuerpo acabase como el de
Petula, o puede que peor incluso.
-Bueno, ya sabes lo que dicen, que el diablo está en los detalles.
-¿Es que no me conoces? -preguntó Scarlet -. Me importa bien poco lo que diga la
gente.

El armario era diminuto, ni mucho menos un armario ropero grande, que es lo que
Petula habría insistido que fuera, de haber estado consciente. Estaba atestado de toallas dobladas, mantas, guantes de látex, camisones abiertos por la espalda, cuñas, vaselina, pomadas de antibiótico triple, vendas y calzas de quirófano. Apenas había espacio para almacenar el material de hospital, y menos aún para dar cabida a Damen y Scarlet. Pero era la única habitación privada disponible.
A él le hubiese gustado más colarse en un baño para darse una rápida sesión de
achuchones, pero el romanticismo era en lo último en lo que podía pensar ahora, buen, casi en lo último. Al fin y al cabo era un tío.
-No te preocupes -susurró Scarlet con un tono muy convincente -. Sé lo que me hago.
-¿En serio? -contestó Damen con un sarcástico susurro -. ¿Y qué vas a hacer, chocar los talones de tus Doc Martens tres veces o algo así? -nunca hasta entonces se había
mostrado tan frágil ante ella -. Si algo saliera mal…
-¿Qué? -replicó Scarlet esperanzada, rompiendo su concentración por un instante nada más, y dándole pie a declararle su amor imperecedero.
Damen quería decir que la quería, que no podía vivir sin ella, pero de ningún modo
podía ponerse en plan Casablanca con ella. Sería demasiado sensiblero, demasiado
definitivo.
-¿Qué voy a decirle a tu madre? -le preguntó, en cambio, abrazándola fuerte.
-Dile que volveré -contesto Scarlet, tratando al mismo tiempo de convencerse a sí misma de que así sería.
-¿Prometido?
Aquellas no eran exactamente las palabras que esperaba escuchar, pero lo dicho dicho estaba. A Scarlet empezaban a flojearle las piernas y quería empezar con el conjuro antes de que el sentido común se apoderara de ella.
-¿Podrías, esto, esperar fuera? -le pidió Scarlet a Damen como disculpándose.
-Claro -accedió él nervioso -. Estaré aquí mismo.
Damen cerró la puerta y la sala se quedó a oscuras. Scarlet cerró los ojos y empezó a
hipnotizarse convenciéndose de que estaba con Charlotte. Pensó en su primer encuentro,
recordando cada detalle: los vasos de precipitados, el polvo de tiza, Charlotte, el tacto
de sus frágiles manos mientras recitaba el encantamiento con la respiración
entrecortada. Y enseguida se encontró allí. En ese lugar, en ese preciso momento.
Le asustó un poco, pero sentir la presencia de Charlotte tan vívidamente la calmó.
-Tú y yo, nuestras almas son tres -dijo entusiasmada.
Aguardó un instante -o así de deprisa le pareció que fue -y escuchó una voz, reverberando débilmente en la distancia.
-Yo y tú, nuestras almas son dos -susurró en un tono muy familiar.
-Somos yo -terminó Scarlet, y sus ojos se abrieron tanto como su boca.
Damen la oyó golpearse contra las estanterías, se precipitó al interior del almacén y
llegó a tiempo de cogerla antes de que se golpeara contra el suelo. Tenía los ojos en
blanco, apenas respiraba y su piel estaba húmeda y fría. Era como si alguien acabase
de desconectarla de la corriente.
Damen abrió rápidamente la puerta de un empujón y gritó pidiendo auxilio como si a Scarlet le fuese la vida en ello. Y es que en más de un sentido, así era.


COMENTARIO:Pues yo pienso que Scarlet no deberia de sentir celos porque si Damen la quiere no tendra porke dudadr de el ya que es logico que Damen al ver a Petula se le muevan sus sentimientos.