sábado, 10 de abril de 2010

GHOST GIRL CAPITULOS 101112***

Petula y Virginia estaban sentadas en el banco pero apenas hablaban. Petula se percató de que la chica le miraba los pies y se puso a la defensiva. Me han quitado el esmalte -dijo Petula, señalándose el más que evidente desaguisado antes de que lo hiciera la niña.

- ¿Y? -dijo Virginia con un tono indiferente muy logrado.
- Pues que no puedes ir por ahí con los pies hechos una pena -le reprobó Petula-. Si no te interesas por ti misma, ¿quién se va a interesar por ti?

- ¿Es que no hay cosas más importantes por las que preocuparse? -preguntó Virginia.
Miró a Petula -unas raíces negras asomaban por debajo de sus deterioradas extensiones
de pelo rubio -y se dio cuenta de que probablemente no había nada más importante para
ella.
- No te engañes -dijo Petula furiosa-. Cuando tienes buen aspecto, como yo, haces que todos los que te rodean tengan buen aspecto. La belleza importa.

Lo sé de sobra -dijo Virginia con cierto pesar.

- ¡No me digas! ¿En serio? -le espetó Petula con condescendencia.
- Sí, en serio -insistió Virginia, imitando el tono irritante de Petula.

- No necesito que me des lecciones sobre la importancia de a belleza -continuó
Virginia-. ¿Sabes la foto esa que viene con el marco, la de la niña con una carita y sonrisa perfectas, la que te anima a comprar el marco?

- Sí -dijo Petula-. Es más, mi hermana solía conservar esas fotos en el marco y hacía como que su hermana era ésa y no yo.

- Vale, pues ésa era yo -dijo Virginia-. De ahí pasé a ser una de las bellezas infantiles de más éxito que te puedas imaginar.
- Pues qué bien -dijo Petula con desdén-. La verdad es que yo nunca tuve tiempo para
dedicarme a esas cosas. Estaba demasiado ocupada con mis amigas, ya sabes, con mi
vida social.

Petula trató de disimular, pero se supo derrotada. En el fondo siempre había querido ser una de esas bellezas infantiles.
- ¿Tú tienes amigas? -preguntó Virginia con una mezcla de sarcasmo y curiosidad.

- De hecho, tengo dos mejoresamigas -le restregó Petula.

- Me alegro por ti -respondió Virginia algo más melancólica esta vez.
Las dos chicas se habían cogido la medida, y finalizado el primer asalto regresaron a sus “esquinas”, sintiendo ambas un poco más de respeto hacia su contrincante. Tenían más en común de lo que Petula esperaba y de lo que a Virginia le hubiese gustado. - Fíjate, es que ni siquiera me la han quitado del todo -dijo, ostensiblemente enojada-. No va haber manera de encontrar quitaesmalte… por aquí.

Pasados unos instantes, Virginia salió al paso con un práctico consejo.

-Sólo tienes que remojarte los pies en agua templada, retirar los restos del esmalte y luego aplicarte en las uñas un poco de zumo de limón para que adquieran un tono blanco natural -sugirió, para alivio de Petula.

- ¿Cómo lo sabes? -dijo ésta, sorprendida.
- Sé un montón de cosas -dijo Virginia en tono burlón -. Un montón de chorradas estúpidas, sin importancia…

- Creo que podemos aprender mucho la una de la otra -dijo Petula a la vez que un
destello atravesaba una de sus lentes de contacto de color-. ¡Vas a ser la hermanita que siempre quise tener!

El doctor Kaufman, un joven residente de neurología muy atractivo cuya presencia
transformaba mágicamente el hospital de Hawthorne en el General Hospitad e la serie
televisiva, pasó a la habitación para examinar a las hermanas Kensington mientras
Damen guardaba vigilia entre ambas. El doctor empezó con Petula, a quien examinó tan
concienzudamente como la doctora Patrick y las enfermeras habían hecho antes.
A Damen le hizo gracia contemplar al doctor recorriendo con sus manos las piernas y los brazos de Petula, inspeccionando su piel y comprobando que no tenía erupciones. “Este tío es definitivamente su tipo”, pensó, constatando que tal vez nunca tuviera la posibilidad de intentar ligárselo.
El doctor también examinó a Scarlet, y Damen sintió una punzada de celos al mirar
cómo Kaufman la manejaba, practicando el obligado examen neurológico y motor.

Inevitablemente, pensó que prefería “jugar a los médicos” con ella mucho más que ser testigo de la inspección real. Kaufman le abrió los párpados, iluminó los ojos de Scarlet con su linterna de bolsillo y anotó sus observaciones en las omnipresentes historias, que pendían de cada una de sus camas.
. Una señal
de mejoría en el estado de cualquiera de las dos podía significar que Scarlet había
logrado su objetivo, que estaba más cerca de volver junto a él y más cerca de la vida que
de la muerte.
- Y bien, ¿cuál es el veredicto? -preguntó Damen ansiosamente, buscando una respuesta concreta que aliviara sus pensamientos.

- Te seré franco -dijo el doctor Kaufman.
- Por favor -contestó Damen, cogiendo la mano de Scarlet y apretándola entre las suyas.

- Me temo que sus constantes vitales se han debilitado desde ayer -dijo el doctor Kaufman-. Y el examen neurológico no revela ningún cambio.
- ¿Y eso qué significa? -preguntó Damen de manera ingenua, sabiendo condenadamente bien lo que significaba y sin quererlo afrontar.

- Todo indica que el estado de ambas se está deteriorando -sentenció el doctor Kaufman
mientras estampaba sus iniciales en el informe, se daba media vuelta y salía por la
puerta.

Damen inclinó la cabeza sobre Scarlet y luego pensó en un millón de preguntas que
quería hacer, aunque sólo fuera para sentir que estaba haciendo algo. Salió disparado en busca del doctor Kaufman, y alcanzó a ver cómo desaparecía en el interior de la
habitación de otro paciente situada al final del pasillo.
. Le asaltarontremendas ganas de llorar, por aquella niña, por Scarlet o por él mismo, no estaba muy
seguro.

“Su vida no es justa”, constató Damen por primera vez en su superpopular,
superconectada y superexitosa existencia a la vez que daba media vuelta y regresaba a la habitación de Petula y Scarlet.
- ¿Sí, Scarlet? -dijo la profesora, prestándole atención.

- Anoche estuve leyendo hasta tarde la Guía del Muerto Perfecty lo entiendo todo salvo una cosa -explicó Scarlet.

- ¿Y qué es lo que no entiendes? -preguntó la señorita Pierce.

- ¿Podría explicarme eso de “Decisión Anticipada”? -demandó Scarlet preparándose
para una reacción negativa de alguna clase de por parte de la habitualmente genial
decana.
La expresión de la señorita Pierce se endureció un poco y por un instante pareció haberse quedado sin habla.
- ¿Decisión Anticipada? -murmuró, con evidente desconcierto-. Me temo que no sé a qué te refieres.
- Lo vi en un antiguo manual de la Guía del Muerto Perfectque encontré en mi dormitorio -explicó Scarlet-. En la última página.
Scarlet levantó el formulario en alto desde el fondo de la clase para que la señorita Pierce y todos los alumnos pudieran verlo.

- Decisión Anticipada es un proceso mediante el cual un único alumno puede eludir el curso de Muertología -explicó la señorita Pierce con esmero.

- Consiste en pasar al Otro Lado antes de que se estime que uno está preparado -
continuó la señorita Pierce con cierta vaguedad-, y superar el mayor obstáculo de todos. No había nada peor que el lugar donde ahora se encontraba, y además, ¿acaso alguien llegaba alguna vez a estar preparado del todo?, pensó Scarlet.

- ¿Y por qué es tan peligroso? -preguntó inocentemente-. Aquí todos, bueno, casi todos están ya muertos.
- Ah, Scarlet, eso dice mucho de ti -dijo la señorita Pierce-. Hay cosas peores que la muerte, pero como no eres lo que se dice uno de nosotros, aún no puedes comprender del todo lo que trato de decir.

- Estoy escuchando -dijo Scarlet.
- Lo que estás haciendo es ocupar un sitio reservado para otra persona -explicó la señorita Pierce yendo al grano.

- Está bien -murmuró Scarlet, ofendida por la franqueza de la recatada profesora. No
era la primera vez que se la acusaba de ocupar espacio, pero en esta ocasión era
diferente.
- Dar el paso puede ser peor que quedarse -prosiguió la señorita Pierce.

- No para mí -bromeó Scarlet a la vez que dejaba muy claro cuál era su elección.
- No estés tan segura -continuó la señorita Pierce, con tono severo-. Al venir aquí nos
has puesto a todos en peligro. Has conseguido que tu problema sea nuestro problema.

Scarlet paseó la mirada por el aula y reparó en la expresión de angustia que mostraban todos en el rostro.

- Sólo intentaba salvar a mi hermana.

- Eso es admirable -dijo la señorita Pierce de manera condescendiente, suavizando la
voz-. Pero a menudo hasta las más nobles acciones acarrean consecuencias no deseadas.

- Ahora sí lo entiendo -Scarlet no alcanzó a dar otra respuesta.

- Lo dudo -advirtió la profesora-. En el caso de que sí se te acepte la forma anticipada,
no hay forma de saber dónde iras a parar. Por el contrario, si se rechaza tu solicitud…

- ¿Sí? -preguntó Scarlet pendiente de la respuesta.

- Sólo se nos da una oportunidad para cruzar al otro lado, Scarlet -informó la señorita
Pierce-. O lo hace cada uno por su cuenta, o lo hacemos todos juntos a la vez. La clase
de Muertología existe porque las probabilidades de éxito son mayores si el intento se
hace en grupo, un grupo más preparado. Hacemos lo imposible para que nadie se quede
atrás, asegurándonos de que han aprendido correctamente las lecciones que les da la
vida y la muerte.
- Me está liando -se quejó Scarlet con la cabeza dándole vueltas.

- Resumiendo, si tú fallas, lo pagamos todos -señaló la señorita Pierce-. Puede que no
seas la elegida para ayudarnos, pero podrías ser fácilmente la que nos condene a nostros y a ti misma.

- No fallaré -dijo Scarlet-. No puedo fallar.

- Puedo entregar la solicitud en tu nombre, Scarlet -dijo la señorita Pierce con un hilo de voz-, pero debes tener en cuenta que no hay garantías de que salga bien.

- Estoy dispuesta a correr el riesgo -dijo Scarlet presentando el formulario algo
vacilante, con la mano temblorosa-. Necesito intentar que todo vuelva a como estaba
antes.
Scarlet se volvió para encarar la clase. Al fin y a cabo, era nada menos que con sus
almas con las que estaba jugando, y sintió que les debía su reconocimiento, por no hablar de una explicación.

- Espero que lo comprendáis -dijo sondeando el impacto de su respuesta en sus expresiones-. Tengo que intentarlo.

- Ten fe -Scarlet le sonrió, mientras todos los chicos y chicas sentados a su espalda cruzaban los dedos.

La profesora dobló pulcramente la solicitud en tres y se acercó a una placa de latón
atornillada a la pared. La superficie tenía una ranura, muy al estilo del buzón de la
puerta de las granjas antiguas. La señorita Pierce se demoró un segundo, luego introdujo
el papel hasta la mitad, aguardando al consentimiento de Scarlet para colarse en la
eternidad.
Scarlet exhaló armada de valor, se tranquilizó y se preparó para no sabía muy bien qué.
La señorita Pierce deslizó el formulario con mucha elegancia por la ranura, y antes de que tuviera tiempo de volverse de nuevo hacia Scarlet, ésta se había esfumado.
Maddy entró en la sala de descanso y pasó junto al resto de becarios sin mediar palabra,
como siempre. No sólo no interactuaba con nadie que no fuera Charlotte, sino que
literalmente los ignoraba. Y lo que era peor, Charlotte empezaba a tratarlos igual.
--¿Y qué demonios hace ésta aquí, ya que estamos? -azuzo CoCo.

--Eso -cotorreó Violet--. ¿Por qué no estaba en Muertología con nosotros? ¿Es qué alguien sabe algo de ella?
A decir verdad, nadie sabía nada. Ni siquiera Charlotte, tan obsesionada consigo misma o tan ocupada respondiendo a las preguntas de Maddy, se había parado a pensar en preguntarle a Maddy cómo o por qué había llegado hasta allí. Las chicas estaban en pleno cotilleo cuando Maddy entró en la sala.
--Hablando del rey de Roma -dijo Prue señalando con su cabeza en su dirección. Las demás chicas soltaron una risita y retomaron la conversación.
--¿Algún problema? -preguntó Maddy secamente, acallándolas.
--Pues sí -dijo Pam con un tono igual de cortante--. Tú. Charlotte era feliz cuando llegó
aquí.

--Y entonces ¿qué pasó? -la interrumpió Maddy con brusquedad--. Pues que todas vosotras tuvisteis vuestro final feliz y ningún tiempo para ella. De no ser por mí, no tendría a nadie.

--Charlotte está en un momento muy vulnerable -racionalizó Kim, con una dosis menos de veneno que las demás en la voz--. Una amiga de verdad no cogería sus llamadas ni la aislaría ni alimentaría sus dudas y temores.

--¿Amigas de verdad? Sí, claro, como... -Maddy dejó la frase en el aire para que
penetrara en la mala conciencia del resto de becarias que rodeaban la mesa.
Debían reconocer que no le habían dedicado demasiado tiempo a Charlotte desde que cruzaron al otro lado. Entre sus nuevas “vidas” y el trabajo, cada vez era más
complicado buscar un hueco para compartirlo de verdad. Pero después de todo lo que habían pasado juntas, Charlotte debía saber lo mucho que les importaba.
Pam se tomó la sugerencia de Maddy como una ofensa personal, puesto que ella era la que conocía a Charlotte desde hacía más tiempo, más incluso que Scarlet.

--A mí nadie me viene a enseñar cómo ser amiga de Charlotte y menos tú, que la acabas
de conocer -la cuestionó Pam. Hacemos lo que hay que hacer, lo que se nos pida que
hagamos.

--Pues igual que yo -respondió Maddy vagamente y dio media vuelta y se fue, dejando a las becarias con la palabra en la boca y el asunto en el aire.
Scarlet miró a su alrededor y comprobó que estaba en otro lugar. Pero dónde,
exactamente, no tenía ni la menor idea. Parecía una urbanización cerrada un poco
deprimente: vallada, con paseos pavimentados y cierto aire a campamentos de reclutas.
A lo lejos pudo divisar una aislada torre de apartamentos, delgada como un plato.
Estaba oscureciendo, así que dirigió sus pasos hacia el edificio, la señal de luz, que no
de vida, más próxima, con la esperanza de obtener alguna información sobre Charlotte.
Franqueó la entrada y la detuvo el portero.

--Estoy buscando a una persona -dijo con nerviosismo.
El hombre la miró de arriba abajo y luego reparo en su camiseta de Demned¹. Damen se la había llevado al hospital para que se la pusiera con ocasión de su “viajecito”.
--Es un grupo de música -aclaró ella, convencida que no era el momento ni el lugar idóneos para correr riesgos.

--¿A quién? -fue la cortante respuesta de él.

--¿A Charlotte Usher? -dijo ella con tono acobardado, medio esperando que el portero la echara de allí con cajas destempladas.
El tipo levantó la vista hacia la videocámara que vigilaba la entrada como buscando una respuesta, y la luz roja parpadeó una vez.

--Diecisiete -dijo señalando el ascensor con un ademán. Scarlet permaneció en estado
de shock un minuto, petrificada en sitio, dudando si salir corriendo por la puerta o
arrojarse encima del portero y plantarle un beso. Iba a ver a su mejor amiga. Por fin
podía albergar alguna esperanza, no sólo fe, en que su viaje había merecido la pena.
Quizá diecisiete plantas más arriba se hallara la respuesta a sus plegarias, las de Petula,
las de su madre, puede que hasta también la de Damen… o, reflexionó pausadamente, el
comienzo de una pesadilla.

De pronto cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba ni de quién era el tipo aquel de la puerta. Tal vez estuviese resultando demasiado sencillo. ¿No la había advertido la señorita Pierce de que no había garantías cuando se tomaba una Decisión Anticipada? Tal vez no estuviera predestinada a salvar a Petula o a sí misma… Tal vez estuviera predestinada a convertirse en el aperitivo de algún malvado juez de reality show de proporciones gigantescas. Diecisiete plantas, nada menos.

Scarlet se volvió hacia el portero otra vez y le escudriñó tratando de evaluar su
personalidad. Su aspecto era imponente, pero no parecía malintencionado. Decidió que
se trataba de un alma buena, básicamente, poco inclinada a engañarla. Además, la planta
diecisiete estaba “arriba” después de todo. Las posibilidades, sopesó, se inclinaban a su
favor. Estuviese o no buscándose una excusa, el caso es que desechó sus dudas y se dejó
llevar por el instinto.

Damen hojeaba la revista, alzando los ojos hacia Scarlet y Petula a intervalos regulares.
Observaba los monitores, dispuesto a alertar a las enfermeras o a los médicos si percibía
algún cambio, ya fuera para bien o para mal, antes que se dispararan las alarmas.
Afortunadamente, pensó, las dos chicas permanecían desde hacía un día más o menos,
sin que hubiese sido necesaria una intervención de urgencias. Lo que suponía todo un
alivio para él y para Kiki Kensington, a la que telefoneaba para tranquilizarla cada
pocas horas.
Se rascó su desacostumbrada barba incipiente, dejó la revista y cogió la mano de
Scarlet, que colgaba entre los barrotes de la barandilla de la cama. Acarició su antebrazo
y le apretó los dedos, tratando por todos los medios de provocar algún tipo de reacción,
refleja aunque fuera. Y entonces dejó de preocuparle si obtenía una respuesta o no y se
limitó a acariciarla, perdido en sus pensamientos sobre ella. Él era el único en el mundo
entero que la conocía tal y como era realmente. Sabía que sus vacaciones preferidas era
el período de horario de verano, que cambiaba de grupo de música preferido según su

capacidad de actuar en vivo, y que para ella el día ideal consistía pasar el tiempo en librerías de viejo, comprar joyas vintage, comer una hamburguesa en una cafetería de mala muerte y luego ver una peli indie en el cine art nouveau. No quiso seguir
recordándola como si no fuera a volver nunca más, y en su lugar se puso a cavilar sobre si habría alguna manera de que él le echase una mano. Entonces miró su rostro con ternura y creyó ver el leve esbozo de una sonrisa en sus labios.

--¡Adelante! -vociferó Charlotte cuando oyó unos débiles golpecitos en la puerta. Era casi imposible oír, pero Charlotte, curiosamente, sí que podía. No había recibido
ninguna visita todavía, y la perspectiva de que, tal vez, Pam, Prue, DJ, Jerry, cualquiera de sus amigos, se pasasen a verla era de lo más emocionante.

La puerta se abrió despacio y divisó una mano que se asomaba al interior. Era una mano pálida y las uñas estaban pintadas con esmalte de color oscuro. Conocía aquellos dedos como si fueran los suyos. Charlotte se quedó sin habla.

--¿Qué? ¿Qué pasa? -preguntó Maddy, la cual no había visto jamás a Charlotte quedarse sin palabras.
--¿Es la muerte en persona? -consiguió balbucear Charlotte sin quitar los ojos de la puerta, dejando a Maddy completamente perpleja.
La puerta se abrió otro poco con un crujido y la mano se adentró en el interior otro
tanto.
--No, ni tampoco un vampiro -dijo Scarlet abriendo la puerta de par en par.

Charlotte su quedó plantada donde estaba, paralizada y muda ante aquella visión. No
podía creer lo que veían sus ojos, o más bien su corazón el que no la dejaba tener fe en
sus ojos.

--¡Scarlet!

--¡Charlotte!
Sin mediar otra palabra, caminaron una al encuentro de otra y, después de mirarse a los ojos, se fundieron en un abrazo. Fue como si volviesen a intentar la posesión, aunque esta vez se aferraban mutuamente como si les fuera la vida en ello.
Las dos permanecieron mirándose otro rato más, escudriñándose de arriba abajo y de
abajo arriba, no de manera crítica, como lo hacían las Wendys o Petula, sino con un
cariño genuino que rehuía cualquier calificativo. Mientras se abrazaban una última vez, Charlotte dio un respingo de repente. Faltaba algo. El latido del corazón de Scarlet. No podía sentirlo. La señal de vida que había atraído a Charlotte cada vez que realizaban el ritual había desaparecido.
--¿Por qué…? Es decir, ¿cómo es que está aquí? -tartamudeó reuniendo el valor suficiente para preguntar.
La sonrisa se esfumó del rostro de Scarlet y sus ojos adquirieron una mirada perdida. Scarlet miró a Charlotte y luego a Maddy, buscando la aprobación de Charlotte para hablar libremente delante de una extraña.
--Soy Maddy -dijo Matilda, tendiendo la mano a forma de presentación--. Tú debes ser
Scarlet.
Scarlet le tendió la suya sin demasiado entusiasmo. Le llamó la atención algo en su voz, como si ya la hubiese escuchado antes, pero Scarlet no podía situarla del todo.
--No te preocupes -dijo Charlotte detectando el reparo de Scarlet-

--Sabe quién eres porque le hablado de ti -añadió Charlotte, tratando de restar tensión al momento.
--No te preocupes, sólo me ha contado cosas buenas -dijo Maddy con una risita nerviosa, dejando a Scarlet preguntándose por que no iba a ser así.

Charlotte reparó en la expresión de asombro del rostro de Maddy. Parecía más preocupada que amenazada por la llegada de Scarlet.

--¿Así que esto es el paraíso, eh? -dijo Scarlet rozando a Maddy al pasar para
contemplar el nuevo hogar de Charlotte. Caminó hacia los grandes ventanales que
daban a la explanada de cemento y al semicírculo de adosados idénticos de más abajo.
Desde aquella perspectiva aérea el conjunto se le antojó más aún del Telón de Acero
que lo que había parecido a nivel de suelo. A Scarlet se le ocurrió pensar que si aquel lóbrego y corriente escenario era “arriba”, prefería no pensar en cómo sería el lugar al que Petula se encaminaba sin remedio.

--¿Scarlet? -preguntó Charlotte, temiéndose qué ésta hubiese sufrido algún daño--. ¿Estás…?

--Estoy aquí de manera voluntaria -respondió Scarlet.

A Charlotte le alivió momentáneamente escuchar aquello.
Estaba feliz de ver a Scarlet, pero también por completo confundida.

--¿Suicidio, eh? -dijo Maddy entre dientes, mirando de arriba abajo el atuendo de
Scarlet.
A juzgar por la expresión de sus caras, Maddy supo al instante que Charlotte y Scarlet
no encontraban en absoluto divertidas sus ocurrentes comentarios. Decidió entonces que mejor sería cerrar la boca y escuchar en lugar de intentar forzar una conversación a tres prematuramente.
--No estoy muerta -dijo Scarlet, que se imaginó clavando alfileres invisibles a Maddy,
como si de una muñeca vudú sobrenatural se tratase--. Al menos no todavía, espero.

--¿Por qué, entonces? -Charlotte empezaba a caer en la cuenta del evidente riesgo que Scarlet había decidido correr.

--Para encontrarte -confesó Scarlet--. Eres la única que puede ayudarme.
--¿Le pasa algo a Damen? -preguntó Charlotte, dudando si realmente quería escuchar la respuesta.

Incluso después de tanto tiempo, era la primera persona que le vino a la mente.
--No -dijo Scarlet, reparando en la añoranza que reflejaban los ojos de Charlotte--. Es
Petula -respondió dejando que la cruda realidad brotara de sus labios por primera vez--.
Se… muere.
--¿Cómo has llegado hasta aquí? -preguntó fríamente, con mucha más calma de la que
sentía.

--Hice el conjuro yo sola -empezó Scarlet--, recordando nuestra primera vez, recordándote…
--Si tú estás aquí -empezó--, ¿dónde está el resto de ti?

--En el hospital -contestó Scarlet tímidamente--. Supongo.
--¿Cómo que lo supones?

--Damen intentó detenerme -explicó Scarlet--, pero ya sabes cómo soy.
Atrapadas en la oficina de altas médicas, Petula y Virginia, para bien o para mal, empezaban a trabar conocimiento la una de la otra.
-Envejecer no es nada malo -susurró Virginia inclinándose hacia Petula.

-Tampoco es nada bueno -dijo Petula con un gesto de asco, como si su perro se acabase de cagar en la cocina - Se te arruga y se te cae todo.
-Hay mucha gente que se sentirá afortunada si pudiese envejecer -dijo Virginia casi sombríamente -. Es un regalo.

Petula le clavó una mirada penetrante. La ingenuidad de aquella pequeña sabihonda le
hacía hervir la sangre, pero se contuvo al ocurrírsele que, tal vez, había topado
accidentalmente con un momento de su vida en el que ejercer de veras su magisterio.
Con las Wendys y las otras chicas del instituto ejercía de icono más que nada, era el
modelo a seguir. Imponía su liderazgo dando ejemplo. En cuanto a Scarlet, bueno, con
ella no tenía nada que hacer. Pero la de ahora se presentaba como una oportunidad para impartir su sabiduría, para inculcar su particular filosofía a toda una nueva generación, y para cuya consecución se valdría de la pequeña Virginia como mensajera.

-No, es trágico. La juventud sí que es un regalo -arguyó Petula, admirando su cuerpo serrano -. Pregúntale a cualquier persona mayor.

-Qué intolerante -replicó Virginia dando muestras de una madurez sorprendente -. ¿Y qué hay de la sabiduría?
-Prefiero estar buena a ser sabia -dijo Petula -. No quiero convertirme en una de esas personas que recuerdan los días de su juventud cono sus días de gloria.

-No todo el mundo es tan infeliz consigo mismo -contestó Virginia -. Hablas por hablar.
Las dos amigas apenas si habían dejado de hablar desde la llegada de Scarlet y estaban
acurrucadas en la litera de Charlotte, al más puro estilo hoy-duermo-en-casa-de-mi-
mejor-amiga, charla que te charla, esperando a que amaneciera. Maddy se había tapado
la cabeza con una almohada, pero ni aun así logró ahogar por completo el sonido de sus
voces.

-Es increíble por lo que has pasado para llegar hasta aquí -dijo Charlotte maravillada.
-Bueno, supongo que se podría decir que me moría por verte -bromeó Scarlet, tan amante del humor negro.

-¿Has estado en Muertología?
-Sí, pero era una clase completamente diferente, con otros alumnos y otro profesor -
explicó Scarlet -. Nadie sabía quién eras.
-¿En serio? -preguntó Charlotte un tanto decepcionada.

-Pero les hablé de ti.
Sonrió a Charlotte, sabiendo que era eso lo que en el fondo quería escuchar, y Charlotte le devolvió la sonrisa alegrándose de que Scarlet lo supiera.

-Esos chicos y chicas se portaron muy bien conmigo. Me hizo sentir mal tener que arrastrarlos en toda esta historia -confesó Scarlet.

-Por lo que parece, no lo suficientemente mal -añadió Maddy.

-Pero estaba claro que no me podía quedar -continuó Scarlet, ignorando la puya
proveniente de la litera de abajo -. Tenía tanto miedo de quedarme atrapada allí.
-Vamos -interrumpió Maddy -, que te echaron a patadas como a quien se cuela en una
fiesta.
-No -dijo Scarlet -. Hice una solicitud de Decisión Anticipada y aquí estoy.

-Muy astuta -dijo Charlotte, alabando el desparpajo con el que Scarlet se movía en el mundo de los espíritus.
-¿Me estás diciendo que te aceptaron? -preguntó Maddy con cierta envidia.

-Sí -dijo Scarlet con orgullo -. Estoy graduada, igual que vosotras, salvo que no estoy muerta ni nada de eso.
-Y yo sólo he conseguido esta crutez de camiseta -murmuró Maddy.

Charlotte decidió distender el ambiente un poco y recondujo la conversación a un terreno menos controvertido.
-¿Y qué me dices de Hawthorne? -preguntó Charlotte con vehemencia -. ¿Se acuerda allí alguien de mí?

Charlotte sintió un cosquilleo en el estómago, similar al que se experimenta en una montaña rusa. Estaba convencida de que la recordarían, por lo menos durante un semestre o así.

Pero se preparó para escuchar los detalles de su irrelevancia.

-Al principio fue un poco raro -explicó Scarlet -. Nadie quería reconocer que había pasado realmente.
un famoso venido a menos -agregó Charlotte -que un quiero y no puedo.

-Pero entonces- Scarlet hizo una pausa para dar más efecto a sus palabras -, colocaron tu
necrológica en la vitrina del vestíbulo, al lado de los alumnos distinguidos, delegados de
clase, antiguas reinas del Baile de Bienvenida, deportistas seleccionados para
representar al Estado, geeks de la Feria de Ciencias y otras criaturas repugnantes.

-Viniendo de ti -se rió Charlotte -, me lo tomaré como un cumplido.
Charlotte estaba que no cabía en sí de gozo con la noticia de su póstuma fama, mientras
Scarlet seguía dale que te dale contándole cómo personas que ni siquiera la habían
conocido contaban su historia con cariño y familiaridad. Cómo en las semanas
inmediatamente posteriores a su muerte, la gente se fundía de manera espontanea en
abrazos multitudinarios en los pasillos para reconfortarse los unos a los otros, como si
no tuviesen otra salida que sobrevivir juntos a esa tragedia. Como si antes de que
ocurriera aquel suceso no hubiesen estado al tanto de que la gente podía morir, y se
acabasen de enterar de que también ellos eran mortales. Se repartieron lazos negros y se
contrataron psicólogos para ayudar a los estudiantes a soportar el duelo por alguien que
antes de su muerte no sabían ni que existía. Ella les había dado a todos algo de lo que
formar parte.

-Hasta hubo un estudiante que creyó ver tu imagen grabada en uno de esos rollitos que
nos dan para el almuerzo en el comedor -se rió Scarlet -. Salió en el periódico del
instituto.
Todo esto debería haber animado mucho a Charlotte, pero en lugar de disfrutar
simplemente de la celebración de su recuerdo, empezó a sentirse triste y un poco
engañada. De pronto se dio cuenta de que le hubiese gustado estar allí para verlo.
Cuando sus risas se apagaron, una extraña tristeza embargó a Scarlet también. No podía
dejar de pensar en aquella necrológica que había escrito para Charlotte y en lo cerca que
podían estar Petula y ella de necesitar una muy pronto. La posibilidad de un doble
funeral se decantaba como lo más probable. La situación era cada vez más absurda y
menos divertida.
-Es la primera vez que estamos juntas en tu habitación - señaló Scarlet con nostalgia a la vez que se sentía más próxima a la muerte que nunca.

-Nuestra habitación - la corrigió Maddy con acritud.
-No te preocupes -la tranquilizó Charlotte con una sonrisa -. Sólo estás de visita.

Scarlet adoraba el arte que tenía Charlotte de poner al mal tiempo buena cara. Creía a
Charlotte y creía en ella, como siempre. Tenía que hacerlo. A pesar de la irritante
presencia de Maddy, estar con Charlotte la devolvió a una época en la que se sentía
segura y en la que todo era nuevo y emocionante. Ahora había llegado el momento de

poner a prueba esa fe.

-Damen está sentado en esa habitación, esperando -dijo Scarlet angustiada -. Esperando su… mi… regreso.
-Entonces será mejor que te pongas en marcha -sugirió Maddy.

-Scarlet, ¿todo esto lo haces por Petula…? -Preguntó Charlotte -, ¿… o por Damen?
-No, bueno, no sé, podría ser -dijo Scarlet de forma esquiva, pues ni ella misma conocía la respuesta -. No ha pasado mucho por casa desde que empezó las clases, y ahora
aparece de pronto, coincidiendo con el grave estado de Petula.

-Pues sí que da que pensar -intervino Maddy.
-Dice que es porque quería llevarme al Baile de Bienvenida -explicó Scarlet un poco a la defensiva.

-¿El baile de bienvenida? -caviló Charlotte en voz alta, haciendo grandes esfuerzos para impedir que en su mente volvieran a rondar las vanas ilusiones de antaño.

-Últimamente no conectamos tanto como solíamos - se quejó Scarlet, mostrándose a los ojos de Charlotte con una vulnerabilidad desconocida -. Es como si viviéramos en dos mundos aparte.
Charlotte sabía, de primera mano, lo que era estar en un mundo aparte. No pudo evitar pensar que tal vez fuera ella de quien se había enamorado Damen en realidad, pero al instante se sintió culpable por permitir siquiera que la idea se le pasara por la cabeza. Maddy permanecía en silencio, reuniendo información y escuchando atentamente cómo las dos chicas desembuchaban cuanto llevaban dentro.

-¿Te llama por teléfono? -preguntó Charlotte con curiosidad.

-Sí, claro, pero no es suficiente, ¿sabes?
-¿Y sabe él cómo te sientes?

-No. Y tampoco sé realmente cómo se siente él -dijo Scarlet con evidentes signos de frustración.
-El amor es un campo de batalla -interfirió Maddy sin poder contenerse.

La conmiseración de Damen por Petula era algo que sacaba a Scarlet de sus casillas, y
la crisis de comunicación que ambos experimentaban hacía mucho más difícil que
Scarlet pudiese leerle el pensamiento. Ella sabía que la razón principal de buscar a
Charlotte era la de ayudar a Petula, algo que no estaba ansiosa por reconocer, pero

Charlotte apuntaba a otra cosa. Recuperar a Petula, salvar su vida, volvería a centrar la atención de Damen en Scarlet por completo. Y eso era algo que se resistía a hacer, sobre todo delante de Maddy.
-Francamente -dijo Scarlet de manera poco convincente -, me parece que sólo quiero recuperar a Petula para que vuelva a convenir mi vida en un infierno.
Charlotte sonrió. Podía ver a través de los mecanismos de defensa de Scarlet y leer directamente lo que decía su corazón.
Maddy, actuando como la voz de la razón, se coló de nuevo en la cálida y confusa
escena.
-Aquí no hace más que perder el tiempo, Charlotte -advirtió Maddy -. No puedes ayudarla.
-¿Y tú qué sabes? -replicó Charlotte en un tono sorprendentemente cortante -. Tal vez esté aquí por alguna razón. Tal vez sea éste mi reencuentro.

Maddy se limitó a poner los ojos en blanco. Charlotte también sabía que no era así, pero se permitió un momento de egoísmo dada las circunstancias.

-Si permanece aquí más tiempo, es probable que lo acabe siendo -dijo Maddy,
recordándole fríamente que el tiempo no corría precisamente a favor de Scarlet.
A Scarlet le complació comprobar que Charlotte conservaba el arrojo que exhibiera la
noche del Baile de Otoño, pero Maddy no andaba desencaminada. Aunque en ese
momento pocas cosas le apetecían más que quedarse con Charlotte, lo cierto era que
todavía había algo prioritario, la razón por la que estaba allí. No obstante, anduviese
desencaminada o no, Scarlet empezaba a abrigar la clara impresión de que Maddy
trataba de deshacerse de ella y no precisamente por nada que tuviese que ver con la
búsqueda de Petula.

-Creo que ella debería marcharse -le dijo Maddy a Charlotte de modo tajante, luego se volvió y se dirigió a Scarlet directamente -: No es nada personal, Scarlet, pero Petula no está aquí todavía, y éste tampoco es su sitio. Todavía.
-¿Has dicho que estaba en coma? -preguntó Charlotte, ignorando a Maddy.

-Sí.
- Bueno, pues si no está muerta del todo -especuló Charlotte -, tal vez se encuentre en
algún lugar fuera del campus, ya sabes, en una oficina de ingreso, como la del…
¿hospital?

-Menuda tontería -reprobó Maddy -. Morirse no es como esperar turno en un partido de kickball.

-A decir verdad -dijo Charlotte -, se parece mucho a eso.

Maddy se quedó completamente perpleja, pero la expresión de aprobación que adquirió el rostro de Scarlet fue instantáneo. Muertología, la película de orientación, toda la metáfora aquella sobre Bill y Butch, las habilidades especiales y el kickball. Se le
ocurrió pensar que era curioso que Maddy no hubiese pasado por eso también. Todo el mundo debía ver la película una y otra vez.
-Tenemos que salir del campus -continuó Charlotte.

-Genial. ¿Cómo? -preguntó Scarlet, ansiosa por coger la puerta e irse ya.

-Charlotte, no puedes volver al mundo de los vivos así por las buenas -la previno
Maddy con urgencia -. Ahora tienes un empleo, responsabilidades en la plataforma
telefónica.

-Te refieres a que podría perderme una de esas llamadas que nunca recibo -dijo Charlotte con sarcasmo, pero entendiendo, no obstante, que las consecuencias de aventurarse a lo desconocido podían ser muy peligrosas -. Estoy convencida de que puedes atenderlas por mí.

El malestar que le había producido el gesto de Maddy al contestar su llamada en el
trabajo días antes había estado reconcomiendo a Charlotte, y le pareció que éste era un momento tan bueno como cualquier otro para hacérselo saber.

-No quiero que hagas nada que pueda perjudicarte -dijo Scarlet sintiéndose culpable y esperanzada a la vez ante la perspectiva de poder dar finalmente con la solución -. Tú señálame el camino y yo seguiré sola.
-No. Nuestra labor es ayudar a adolescentes con problemas, ¿no es así? -dijo Charlotte
tajantemente, mirando a Maddy -. Tú eres una adolescente con problemas y yo voy a
ayudarte.
-¿Es qué no te acuerdas de todo lo que hemos hablado sobre las buenas obras? -Dijo
Maddy fuera de sí, cogiendo a Charlotte de sus escuálidos hombros en un desesperado
último intento por hacerla entrar en razón -. ¿De lo inútiles que resultan? ¿De la pérdida de tiempo que suponen?

-Sí, y también recuerdo haberte dicho que haría cualquier cosa por Scarlet -dijo
Charlotte con firmeza, mirando a Maddy a los ojos -. Scarlet necesita que la acompañe.

-Y yo necesito que te quedes -agregó Maddy.

A Charlotte le costó un poco procesar lo de que la “necesitaba”, por no decir que la
irritó bastante. En otras circunstancias, habría disfrutado escuchando a Maddy reconocer
de aquella manera su vulnerabilidad, los celos que aparentemente le causaba la visita de
Scarlet, pero no era eso lo que acababa de suceder. No era necesidad en el sentido de
deseo lo que Maddy acababa de expresar; más bien parecía necesidad en el sentido de
obligación.
-Y yo necesito que no te metas en mis asuntos -espetó Scarlet.

Charlotte estaba harta de que Maddy se metiera por medio, pero lo cierto era que se había portado como una verdadera amiga desde que llegaran, y resultaba más que comprensible que Maddy se sintiera amenazada por su relación con Scarlet.

-¿Por qué no te apuntas? -sugirió Charlotte -. Podrías sernos de ayuda.

-Lo siento, Charlotte -dijo Maddy -, pero no pienso arriesgarlo todo yéndome, y tú tampoco deberías.

Scarlet se limitó a fruncir el ceño como si ya se lo esperase. Maddy no le parecía la clase de persona que se sacrificaría por cualquier razón.
-Nadie ha dicho nunca que no nos podamos ir -contestó Charlotte de mala manera -. Al menos no técnicamente.

En ese instante sonó el teléfono del apartamento, y Maddy, haciendo gala de las
habilidades adquiridas en la plataforma, se abalanzó hacia el aparato para contestar.
Volvió la espalda a las chicas y asintió unas cuantas veces, pero ni Charlotte ni Scarlet lograron oír una sola palabra de lo que decía. Es más, no se enteraron de que la
conversación había acabado hasta que Maddy colgó el auricular y se volvió con una expresión mucho más alegre cubriéndole el rostro.
-Oye, Charlotte, ¿tienes un momento? -Preguntó a la vez que la agarraba de su
esquelética muñeca y la arrastraba al otro extremo de la habitación -. Verás, al principio
pensaba que esta historia era una mala idea, con tanta carga de trabajo como tienes y eso
-pió Maddy -, pero sé lo triste que has estado, y regresar, bueno, ya sabes, quizá tenga
sentido para ti -continuó Maddy -. Lo que quiero decir es que esa hermana tan perfecta
y popular de Scarlet está ahí tumbada, vulnerable y vacía, y tú eres probablemente la única que puede ayudarla en este momento.

-Entonces, ¿vas a ayudarme? ¿Lo dices en serio? -preguntó Charlotte.
-Para eso están las amigas, ¿no? -afirmó Maddy, y dio media vuelta y sonrió a Scarlet de oreja a oreja.

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