sábado, 3 de abril de 2010

GHOST GIRL capitulo 7, 8 ,9

Petula despertó lentamente. Creyó haber oído una voz masculina que la llamaba, pero al
abrir los ojos estaba completamente sola. Su cabeza descansaba sobre una almohada y
se llevó la mano a la cara, para comprobar si la grava había dejado su impronta en la
mejilla. Era lo último que recordaba antes de haberse quedado dormida. Esperaba, si
Dios quiere, no tener que lidiar con un montón de feas marcas justo antes del Baile de
Bienvenida, sobre todo después del dineral invertido en tratamientos semanales de
dermabrasión y rellenados de colágeno. Medio atontada todavía, guiño los ojos varias
veces para sacarse el sueño, bajó la mirada y pasó a evaluar como hacía a diario, sólo
para comprobar que continuaba con el mismo cuerpazo que el día anterior.
No reconoció el fino blusón de poli algodón que la arrebujaba, pero no le sentaba nada
mal. Realzaba los mejores rasgos de su cuerpo, en particular el culo, que quedaba
prácticamente al aire. En lo que la gente no se fijaba, principalmente debido a la belleza
de su rostro y a la perfección de sus pechos, que atraían los ojos hacia arriba, era en que
era corta de tronco. Pero aquella graciosa prenda que llevaba tapaba ese contratiempo
anatómico menor y remarcaba lo que tenía que remarcar. Sus piernas, que se
prolongaban vertiginosamente -hasta los pies, claro-. Sus pies. La fuente del drama del
día anterior de pronto arrasó sus pensamientos.
-Zorra -dijo, guiñando los ojos durante un segundo para fijar la vista en los dedos de sus pies y la pedicura inacabada.
dedicar ese pequeño improperio a la técnica de uñas, Petula se despertó del todo, o lo suficiente, al menos, para caer en cuenta de que no estaba en su cama. Ni en casa, ya puestos. Se incorporó, miró a su alrededor y descolgó las piernas por el lateral de la
cama, que ahora pudo reconocer como una cama de hospital gracias a su voluntariadoobligatorio en un geriátrico.
-¿Qué hice o con quién me lo hice anoche? -se preguntó, más con curiosidad que con
temor.
No pudo recordar mucho de la cita con Josh, pero lo poco que sí recordaba no merecía
el gasto de neuronas que le había costado traerlo a la memoria. Se acordó, de pronto, de
que se había mareado y vomitado. Sobrecogida ante tan inapropiado comportamiento en
público, se auto convenció de que él debía de haberle puesto alguna clase de droga para
violaciones.
«Pervertido», pensó.
Se acerco al borde de la cama, hasta que sus pies tocaron el suelo, y al hacerlo sintió un pinchazo. No es que se le pudiera llamar dolor, exactamente, pero sí era lo bastante
desagradable como para notarlo. Cojeando un poco, cruzó la habitación vacía hasta la puerta y salió al pasillo.
-¿Hay alguien? -gritó Petula, y el eco de su voz resonó levemente desde el fondo del pasillo-. ¿Eo? ¿Eo? ¡Eo!
Por último, llamó -¿Hola?²- con desprecio. No hubo respuesta.
Se acercó renqueando al control de enfermeras, el cual encontró también desierto.

-¡No cabe duda de que este país necesita una reforma del sistema sanitario! -gruñó. Pasillo adelante vio una fría luz blanca que salía de una oficina.
-Gracias a Dios -dijo Petula aliviada, y se encaminó hacia el resplandor.
Al llegar a la altura de la puerta trató de mirar al interior, pero la luz brotaba desde la oficina al pasillo en penumbra con tal intensidad que le dañaba la vista. Molesta pero sin darse por vencida, Petula abrió la puerta de un empujón y pasó dentro haciendo alarde de su característico mal humor.
-¿Hola? -llamó Petula con voz repelente-. Vengo a que me den el alta.
Su saludo rebotó contra las paredes, el techo y el suelo. La oficina estaba tan desierta como los pasillos y su habitación del hospital. Pero no es sólo que no hubiera nadie, es que tampoco había nada. Ni revistas, ni folletos informativos ni documentos
administrativos de ninguna clase. El lugar estaba tan desnudo como su trasero, con la salvedad de una mesa con una campanilla, una silla al fondo de la habitación y un banco que recorría la pared lateral bajo las ventanas. En la puerta del fondo se podía leer en un cartel SÓLO PERONAL AUTORIZADO.
-¡Eh! -volvió a gritar, tocando repetidas veces la campanilla de la mesa-. De verdad, hoy no tengo tiempo para esto.

Acabadas las compras, las Wendys volvieron al hospital de Petula, se diría que para
acompañar a la enferma, o para ser más exactos, rondar a la víctima, y para su sorpresa se encontraron a Scarlet, que yacía igualmente exánime en la cama de al lado. La
doctora Patrick estaba en la habitación, haciendo la visita nocturna. Por todas partes
había evidencias de la conmoción: el lugar estaba sembrado de tubos, jeringuillas,
esparadrapo, gasas y monitores de todo tipo, restos de la batalla del equipo de
cardiología por estabilizar a Scarlet. En vez de consternación, las Wendys sólo pudieron sentir desprecio hacia Scarlet.
-¿Es que por fin ha visto la luz y ha intentado suicidarse? -dijo Wendy Anderson con
desdén.
-Míralas -dijo Wendy Thomas ante la visión de Scarlet tumbada en una cama junto a Petula-. El botín y la bestia.
-¡Qué poca personalidad! -espetó Wendy Anderson.
-Ya ves -corroboró Wendy Thomas fríamente-, no solo le quita el novio sino que va y también le roba el protagonismo de su coma.
Las dos chicas se volvieron de repente cuando Damen entró en la habitación. Estaba
hacho un cromo, arrugado, desaliñado, con los ojos enrojecidos, y parecía cansado y
preocupado. Las Wendys, que nunca le habían perdonado que prefiriera a Scarlet en vez
de Petula -o alguna de ellas dos ya que estaba-, saborearon la oportunidad de patearle
ahora que le veían en horas bajas. Él las ignoró y fue a sentarse entre las dos camas.
-¿Qué diablos ha pasado? -preguntó Wendy Thomas, más furiosa que preocupada.
Damen no se molestó en responder. Sabía que si se dejaba succionar, acabaría atrapado
en esa interminable rueda de hámster sin sentido que era el proceso de pensamientos de
las Wendys.
-Cabe la posibilidad de que Scarlet haya caído en un coma autoinducido, propiciado por un estrés extremo -dijo la doctora Patrick-. Podría ser psicosomático.
-Yo más bien la llamaría psicópata -agregó Wendy Thomas.
-A veces es difícil soportar ver a la hermana que quieres tumbada ahí, medio muerta -
dijo la doctora Patrick.

Maddy y los demás estaban pegados a sus teléfonos, de modo que Charlotte decidió irse
por su cuenta. Al cruzar el patio que separaba el complejo de oficinas de la residencia
del campus, observó las vallas que rodeaban los barracones. No había reparado antes en
ellas porque por el camino siempre estaba ocupada charlando con Maddy. Le pareció
que estaban allí más para delimitar la zona que para impedir la entrada o salida del
lugar, lo que por otra parte tenía sentido. Es posible que la gente se muriese por entrar,
bromeó consigo misma, pero nadie tenía demasiado interés en averiguar qué había al
otro lado.
La liberación se estaba convirtiendo en un concepto cada vez más importante para
Charlotte. Últimamente, su existencia se había tornado tan insoportable que había
empezado a evocar con cariño su vida -una vida marcada sobre todo por la inseguridad y el aislamiento-. Es más, desde la llamada aquella que no llegó a responder, no podía dejar de pensar en Scarlet, Petula y Damen y lo que pudo haber sido, y en su familia y lo que nunca fue. Más que nada pensaba en lo que nunca sería.
Maddy lo había dicho. Se quedarían en los diecisiete para siempre. La idea podía tener
su atractivo para las mamis objeto de los reality showsque se pasaban la vida entre
inyecciones de Botox, liposucciones, implantes y desintoxicaciones para competir en
secreto por los novios de sus hijas, pero no para Charlotte, a quien la idea le resultaba
cada vez más deprimente. Había hecho todo lo que haría jamás, y si bien esperaba haber
dejado su impronta, en pocos años la fotografía académica que adornaba el vestíbulo de
Hawthorne empezaría a amarillear y a difuminarse, tanto como el recuerdo de ella.
eso no se hacía ilusiones.
De niña, recordó, paseaba por el cementerio observando las fechas de nacimiento y
defunción de todas las lápidas, pensando en la gente que estaba allí enterrada. Hacía la resta y calculaba los años que había vivido cada persona, lo que habían visto y lo que se habían perdido. La electricidad, los vuelos al espacio, los derechos civiles, la televisión por cable, Internet, Starbucks. Algunos maridos habían muerto años antes que sus
esposas, y vástagos antes que sus padres. Pero cuando llevas muerto, pongamos, cien
años, ¿qué puede importar que tu mujer muriese dos antes que tú? Para el paseante,
ambos lleváis muertos mucho, mucho tiempo; indistinguible en la muerte.
Charlotte decidió, no obstante, que sí importaba. Esos dos años podían no significar
nada en el marco de la historia, pero habían sido importantes para quienes los vivieron. Eran cuanto tuvieron. Que llenaran ese tiempo de felicidad o desdicha resultaba
irrelevante.
Charlotte se pasó un día más sin apartar la vista del teléfono de su mesa, tratando a la vez de abstraerse del parloteo de los demás becarios. Ni siquiera podía escabullirse con la maldita videocámara constantemente fija en ella y el señor Markov paseándose por allí sin cesar como una especie de carcelero sobrenatural. Las llamadas de Kim eran las más fastidiosas y las más difíciles de ignorar.
A ella también le encantaba hablar por teléfono: no iban por ahí los tiros. Lo que pasaba
es que Kim estaba tan... segura de sí misma. Tan segura sobre qué estaba bien y qué
estaba mal.
Charlotte ya lo había notado en el Baile de Otoño, justo antes de pasar todos al otro lado. Tal vez fuera ésa la razón de que no recibiera llamadas. ¿Cómo vas a ayudar a nadie si tu propia materia gris es una gran maraña gris?



Transcrito por Los Ángeles de Charlie 51

Trató de vencer tan profundas ideas tapándose los oídos. Esta experiencia, pensó, hacía que se sintiera como un ratón atrapado en un laberinto, salvo que aquí no había un
pedazo de queso que la guiase hasta la meta. Había perdido la vida, a sus amigos, su futuro, y ahora es posible que también la cabeza. Estaba atrapada en un estado de
pubertad perpetua y en el interior de la misma ropa para siempr, y ¿qué obtenía a
cambio de tanto sacrificio? La oportunidad de ayudar a otras personas, quizá, ¡si es que su teléfono sonaba, aunque fuera una vez!
Levantó la vista hacia la lente de la cámara y articuló despacio:
-¡AYÚDAME!
Los pies de Damen rebotaban con nerviosismo contra el suelo mientras permanecía
sentado en silencio en la serena habitación del hospital, colocado a mitad de camino
entre Petula y Scarlet.
Era capaz de plantarse en la línea de ataque y hacerle frente a una horda de placadores a la carga sin pestañear, y en cambio no podía afrontar sus propios sentimientos. Por eso era tan fácil salir con Petula. No requería profundizar. A ella la podía pasear de aquí para allá igual que a uno de sus trofeos deportivos, un premio destinado a suscitar la envidia de otros antes que a ser apreciado por él mismo. Pero la relación con Scarlet le había cambiado, o por lo menos había empezado a hacerlo.
Se puso a pensar en todo lo que tenía que haberle dicho a Scarlet y para lo que no había
reunido el coraje suficiente. No tanto en lo concerniente a evitar que cruzara al otro lado
-en ese tema no había nada que hacer, la chica era demasiado cabezota- sino sobre otras cosas. Cosas como lo mucho que ella le importaba, lo mucho que la echaba de menos.
Lo mucho que la necesitaba. Cosas que ella necesitaba escuchar de boca de él.
Desesperado, trató de alcanzarla de la única forma que sabía, a través de la música.
Desde el principio de su relación habían intercambiado canciones y discos como si de
cartas de amor se tratase, y aún cuando ella no pudiese oírle a él, se le ocurrió que, tal
vez, sí pudiese oír la música que ambos habían compartido. Damen hurgó en su mochila y extrajo su iPod, cargado de temas de grupos en los que ella le había iniciado y que, en su mayoría superaban con mucho cuanto él había escuchado jamás. Con sumo cuidado, le colocó los auriculares y, rememorando su primera cita juntos, giró la rueda hasta la
pista que buscaba -Artista>Death for Cutie>Álbum>Plans>Tema>I Will Follow You
into the Dark-, seleccionó la canción y pulsó el play.
Scarlet no tenía ni idea de dónde podría encontrar a Charlotte, pero se sintió atraída, casi
como una paloma mensajera, de regreso a Hawthorne High. De regreso a Muertología.
¿La razón? Una incógnita. Todos se habían ido, que ella supiera. Graduado. ¿A cuento
de qué presentarse en un aula vacía? Pero algo tiraba de ella y siguió su instinto de
vuelta al instituto.
Mientras se internaba flotando en el edificio pensó en Petula por un segundo, en lo extraño que se le había hecho regresar a un lugar conocido y no encontrar ni una sola cara conocida. Y otro tanto de Charlotte.¿No era espeluznante llegar a un sitio nuevo, ser el nuevo del lugar?
Conforme recorría planeando el largo pasillo, vio que se confirmaban sus peores
miedos. El instituto estaba aparentemente vacío, pero antes de que el desaliento la
venciera por completo, oyó voces a lo lejos. Enfiló hacia el sonido y, en efecto, divisó una luz que emanaba de la última aula. Se detuvo junto a la puerta y espió el interior a través de la ventanilla.
Scarlet intuyó el malentendido, pero antes de que pudiera decir esta boca es mía, la
señorita Pierce le entregó un libro de texto, la cogió del brazo y la acompañó medio
camino en dirección a su asiento. Conforme avanzaba entre las mesas, Scarlet iba
mirando a izquierda y derecha y descubrió que no reconocía a nadie. No era buena
señal. Sin embargo, en lugar de protestar, decidió ser paciente y aguardar a que la clase
hubiera concluido para hablarle a la señorita Pierce de su dilema. Pensó que no había
por qué hacer pensar a los chicos y chicas muertos de verdad que se creía mejor que
ellos o algo por el estilo.
-Muy bien- continuó la señorita Pierce-, ahora que por fin estamos todos los que somos, revisaremos la película de orientación por última vez. Podéis seguir el texto en vuestros manuales de la Guía del Muerto Perfecto.
Se atenuó la luz y Scarlet se dedicó a ver la película por el rabillo de un ojo y a
escudriñar a sus compañeros de clase con el otro. Comprobó que definitivamente no reconocía a ninguno.
Luego se sobresaltó al sentir un golpecito en el hombro.
-Hola, Scarlet- dijo el chico sentado a su espalda cuando ella se giró para mirarle-. Soy
Gary.
Gary o Green Gary, que era como lo conocían sus amigos del Otro Lado, era un chaval
de aspecto agradable y asilvestrado, vestido con ropa ancha de tela de arpillera y
zapatillas de cáñamo. Su aspecto era completamente normal salvo por la parte inferior
del torso, que se veía deforme, casi retorcido por completo, como el tronco de un árbol
viejo.
-Qué tal, Gary- susurró Scarlet esforzándose por mirarle a los ojos, algo nada fácil
debido a su postura-. Estoy buscando a una chica, se llama Charlotte Usher. ¿La
conoces?
-No- contestó Gary en voz baja-, pero no llevo tanto tiempo como otros de la clase. Eh,
Lisa- se dirigió con un susurro al otro lado del pasillo-. ¿Conoces a una tal Charlotte?



Transcrito por Los Ángeles de Charlie 55

Lipo Lisa era un primor de chica perfectamente acicalada, parecía relucir y echar
destellos. La clase de chica capaz de hacerle la competencia a Petula y las Wendy´s,
pensó Scarlet, con una salvedad: ella no era un caballo de feria, ella era una mula de
carga. Lisa estaba muy atareada, viendo la película y haciendo reflexiones de brazos con
su manual Guía del Muerto Perfecto, cuando Gary interrumpió su tabal de ejercicios.
-Nunca he oído hablar de ella- gruñó Lisa sin apenas romper el ritmo.
-Pues gracias de todas formas- dijo Scarlet con sarcasmo-. Supongo que está demasiado ocupada quemando grasa para decir nada, ¿eh?.
-No es que pueda decir mucho más- dijo Gary-. Murió mientras le hacían una
liposucción chapuza en el cuello y tiene los músculos de la cara prácticamente
paralizados.
-Seguro que antes se hizo la liposucción en el cerebro- espetó Scarlet.
-Lisa se considera a sí misma como la ola del futuro, una mártir de la belleza- dijo Gary sintiendo cada una de sus palabras.
-Bueno, pues entonces espero que pueda conocer a los setenta y dos cirujanos plásticos¹ en algún momento- se burló Scarlet.
Al fin de pasar el tiempo, se entretuvo echando un vistazo a los nombres que, inscritos
en etiquetas identificativos prendidas al dedo gordo del pie de sus compañeros,
alcanzaba a leer bajo el tenue resplandor del proyector. Estaban Polly, Tilly, Bianca y
Andy, por nombrar unos pocos. Justo cuando Scarlet empezaba a especular sobre el
cómo de la muerte de cada uno de ella, Gary le ahorró el trabajo susurrándole
inesperadamente al oído:
-Ése es A.D.D² Andy, un skater que intentó deslizarse sobre el borde de la cuba de una hormiguera con el eje trasero del monopatín- informó Gary-. Lamentablemente, la hormiguera se puso en marcha y Gary pasó a formar parte de la acera.
-Tonto del culo- dijo Scarlet en un tono endiablado.
-Sí, ya, pero consiguió un montón de visitas en Youtube- dijo Gary tratando de ser positivo.
-¿Y Tilly?- preguntó Scarlet haciendo un ademán hacia la chica en cuestión.
-No lo preguntarías si estuvieran las luces encendidas- dijo Gary con una sonrisa-.
Tanning Tilly se frió en una camilla de bronceado. La chica era una auténtica adicta a los rayos UVA. Demasiado avariciosa con las bombillas.

Scarlet entró en Hawthone Manor igual que cualquier otro día de trabajo, pero en esta
ocasión tenía acceso especial a la residencia propiamente dicha. Era majestuosa y
hermosa, tal y como la recordaba de la primera vez. Atravesó las enormes puertas de
madera y cruzó el vestíbulo de mármol, orgullosa de haber colaborado en su día a
preservar un lugar tan excepcional. Allí no había nadie, que ella supiera.
Caminó hacia la fabulosa escalera y ascendió a las habitaciones, echando miradas
furtivas por encima del hombro durante todo el camino, en anticipación de los furiosos
y resentidos fantasmas que tal vez moraban ahora aquí. Mientras recorría el pasillo
reparó en que todas las puertas luían placas rotuladas, luego llegó al antiguo dormitorio
de Charlotte, que, por fortuna, parecía desocupado. Se le hizo raro atravesar la puerta,
puesto que la última vez había entrado nada menos que flotando por la enorme vidriera.
Pasó el dedo por la reprisa de la chimenea y pensó en Charlotte y en todo lo ocurrido.
Pensó también en Damen y se preguntó si seguiría revoloteando alrededor de Petula en
la habitación del hospital, o si habría encontrado un minuto para derramar unas lágrimas
por ella, acariciar su mano y pedirle también a ella que regresara del borde del abismo.
De improviso, no obstante, Scarlet se encontró pensando sobre todo en Petula y en
cómo la iba a salvar. En ese momento, oyó unos golpecitos en la puerta del dormitorio.
-¿Scarlet?- susurró una voz.
-¿Sí…?- preguntó Scarlet extrañada; deseó que no fuese el cansancio que ahora la hacía oír voces… o algo peor.
Resultó ser Green Gary, con una inesperada invitación.
-Nos hemos juntado unos cuantos en la sala de reuniones. Si te apetece, puedes unirte a nosotros.
Pese a estar agotada, Scarlet vio en ésta una buena oportunidad para obtener alguna información de los chicos y chicas de la residencia.
-Pues claro- dijo a la vez que abría la puerta y salía disparada detrás de él cuan largo era el pasillo y luego escaleras abajo.
-¿Qué pasa, rostro pálido?- preguntó Tilly, burlándose de la piel de porcelana de Scarlet, que en su estado fantasmal parecía más translúcida todavía.
Lo normal es que Scarlet se hubiese sentido ofendida, pero al mirar a Tilly, que parecía uno de esos arrugados zombis radiactivos con la carne cayéndoseles a pedazos que salen en las antiguas películas de ciencia ficción cutre, su complexión rigurosamente
protegida del sol parecía mucho más pálida en contraste. Describir el aspecto de Tilly como “bochornoso” era quedarse corto, y a Scarlet le pareció que no tenía necesidad
alguna de “escaldarla” todavía más.
-¿Podemos llevarnos bien, por favor?- preguntó Green Gary saltando en defensa de
Scarlet.
-No pasa nada- respondió ésta con brusquedad-. No estoy aquí para hacer amigos.
Polly miró a Scarlet de arriba abajo y se sintió amenazada por su estilo desenfadado y
su belleza natural, por no hablar de la actitud excesivamente solícita de Green Gary
hacia ella.
-Entonces, Tarlet³, dime- canturreó con malicia-, ¿qué haces aquí?
-Eso- inquirió Blogging Bianca, sus manos cerniéndose sobre un teclado imaginario igual que las de una bloggerazzi dispuesta a ser la primera en comentar la entrada más reciente del Blogger más popular de la red-. ¿Cuál es el propósito de tu estancia aquí? Resultaba insólitamente surrealista el modo en que Bianca se quedaba congelada
después de cada frase, como si formara parte de un blog de la vida real. Sólo le faltaba la flecha de “play again” impresa sobre la cara.
-Busco a alguien, bueno, en realidad busco a dos personas- dijo Scarlet con un hilo de voz-. Y no sé cómo encontrarlas.
-¿Amistades o familia?- preguntó Bianca.
-Las dos cosas- dijo Scarlet.
-No pueden ser las dos cosas. Las amistades son personas con las que escoges estar y la familia es gente con la que tienes que estar- dijo Bianca, que empezó a darle vueltas a la idea para convertirla en una posible entrada de blog, pero luego se dio cuenta de que
cuanto menos debía intentar echar una mano-. Puedo activar una alerta de desapariciónse medio ofreció, obviando el hecho de que a todos cuantos podía alertar ya se
encontraban en la habitación.
-Ya veo- dijo Gary-. Es que estamos todos un poco decepcionados. Me parece que esperábamos que estuvieses aquí por nosotros.
Scarlet miró a su alrededor y percibió tristeza, frustración, soledad, pero no rabia.
-Supongo que todos estamos esperando a que alguien venga y nos salve- concluyó
Scarlet.

Scarlet se acurrucó bajo las pesadas sábanas de la acogedora cama con dosel y acababa de quedarse dormida cuando sus ojos se abrieron de nuevo, espoleados por la luz de la luna que ascendía, como un falso amanecer, por la vidriera de colores. Su mala
conciencia tampoco es que la estuviera ayudando mucho, y ya se había vuelto
completamente inmune a sus cánticos chinos para dormir.

La posibilidad de conseguir dar una cabezada le pareció cada vez más remota, de modo
que se retrotrajo al momento de su partida y empezó a darle vueltas a su impulsiva
decisión. ¿No habría sido más útil echar una mano en el hospital en lugar de merodear a
la caza y captura entre dos mundos? ¿Y la preocupación que le estaría causando a su
madre? ¿Y a Damen? Al apartar la vista de la gélida mirada de la luna, reparó en el
viejo manual de la Guía del Muerto Perfecto de Charlotte, que reposaba sobre la mesilla
de noche, junto a la cama. Recordó que el manual de Charlotte era diferente de los
demás. Más antiguo, si no recordaba mal. Sacó el manual que le habían dado de debajo
de la manta y se puso a pasar hojas, comparando páginas y capítulos. Se cruzó con el
dedicado a la posesión en el libro de Charlotte, que no parecía en el suyo.
-Esto ya lo tengo visto- dijo Scarlet, y pasó de largo el ritual.

Hojeó cada libro hasta el final, cotejándolos página por página, pero la única diferencia entre ambos era lo de la posesión, aparentemente. Hasta que llegó a la última página. Parecía más un formulario o una solicitud que un texto en sí. Fácil de pasar por alto, a no ser que uno lo estuviera buscando a propósito.

La cabecera de la página decía así: DECISIÓN ANTICIPADA.

COMENTARIO:bueno yo pienso ke petula no a pensado todavia cual es la leccion de todo esto que le a pasado ella sigue preocupada por lo material y por ser mejor que las demas personas bueno ella es una persona inmadura que apesar de todo lo que le ha pasado sigue de vanidosa y bueno que hacerle y bueno por otro lado scarlet no debio de haber ido a buscar a charlotte buenoy tambien charlotte que sigue pensando en sus tonterias bueno .... en fin .......

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