domingo, 22 de noviembre de 2009

5 TAREA

GHOSTGIRLGENERO LITERARIO: PARA TODO TIPO DE PERSONASCONTEXTO HISTORICO: EPOCA MODERNACONTEXTO GEOGRAFICO: ESPAÑAPERSONAJES PRINCIPALES: CharlottePERSONAJES SECUNDARIOS: Profesor Brian, Pam, Mike, Jerry, Abigail, suzy, Prudence.
Estaban atónitas por lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Sus cuerpos continuaron fundiéndose en una suerte de osmosis ultramundana, de los pies al torso.
—«Somos yo…» —dijo Charlotte, encajando su corazón en el de Scarlet al tiempo que desaparecía en el cuerpo de ésta.
A los ojos de Scarlet se asomaban periódicamente, como una serie de sinapsis fallidas, retazos de Charlotte en el interior de su cuerpo.
—«… dentro de ti» —dijo Charlotte a la vez que hacía girar sus ojos marrones de ratón y éstos desaparecían en lo más hondo de Scarlet.




Un segundo después el alma translúcida de Scarlet abandonó su propio cuerpo, cediéndoselo a Charlotte por completo. Los ojos de Scarlet reaparecieron, aunque con un brillo muy distinto. Su lenguaje corporal reflejaba ahora la personalidad de Charlotte, y no la suya.
Consciente de que la posesión había sido un éxito, Charlotte respiró hondo y se palpó su nuevo cuerpo. Scarlet ascendió flotando hasta el techo, donde se demoró momentáneamente, miró hacia abajo y vio a Charlotte pasando las manos por todo su cuerpo.

Charlotte abrió la puerta del laboratorio de quimica y salió al pasillo con cautela. Estaba encantada de estar «viva» otra vez, y se notaba. El gesto malhumorado tan propio de Scarlet aparecía ahora atenuado, transformado en una amplia sonrisa de esperanza más parecida a la de Charlotte y los estudiantes la miraban dos veces mientras ella se dedicaba a repartir besos a diestro y siniestro, saludando a completos extraños con una vehemencia inusitada. Pero la metamorfosis no sólo se plasmaba en su actitud; bajo el control de Charlotte, el cuerpo de Scarlet también había empezado a adoptar un aspecto y una forma de moverse diferentes. Su postura se volvió más erguida, sus andares menos cansinos, hasta su comportamiento
Con todo, Damen había acudido al rescate de Scarlet en el incidente de la ducha, recordó. Y eso ya era algo para empezar. De vuelta al punto de partida, Charlotte empezó a sentir cierto sentimiento de gratitud. ¿Quién era ella, después de todo, para criticar el atractivo de Scarlet en modo alguno? Ah sí, ella era la estupida niña rara que se había asfixiado con una golosina, según Petula.

Entre tanto, Scarlet también se divertía. Tras atravesar el techo flotando y acceder con sorprendente facilidad al angosto espacio inmediatamente superior, vagó sin rumbo durante un rato hasta que escuchó retumbar la pedante voz de su arrogante profesor de Literatura en el aula de abajo. El profesor Nemchick parecía estar más interesado en humillar que en enseñar a los estudiantes, y con muchas ínfulas escribía cada tema en la pizarra como si estuviera dispensando los Diez Mandamientos. Scarlet no podía dejar pasar la oportunidad de fastidiarle, aunque sólo fuera un poquito.
Hoy —empezó el profesor Nemchick—, vamos a comparar a «T-r-u-m-a-n C-a-p-o-t-e» con «H-o-m-e-r o» se cuidaba muy mucho de no hablar más deprisa de lo que escribía, lo que resultaba tremendamente irritante.
Cuando se volvió hacia la clase para iniciar el debate, Scarlet modificó los nombres para que pudiera leerse «Truman Capote» y «Homo». La clase estalló en carcajadas, y Nemchick, se quedó allí plantado, totalmente humillado y más que confundido.
Charlotte recorrió la parte exterior de la pista de atletismo y encontró un tranquilo rincón debajo de una grada apartada, extendió la manta a cuadros que había embutido en la mochila de Scarlet y esperó a que se presentara Damen. Obsesionada, le dio una y mil vueltas a cómo colocar la manta, como si fuera una adicta al sol buscando el mejor ángulo para ponerse morena, lo que resultaba irónico, porque a la piel de porcelana de Scarlet no parecía que le hubiese dado el sol en años.
Estiró el brazo a través del hueco y le agarró la pierna.
—Pero ¿qué…? —gritó Damen, apartando sobresaltado la pierna de un tirón.
Bajó la vista, vio que era la mano de Scarlet que le agarraba del tobillo y se relajó.
—Casi me matas del susto —dijo, a la vez que saltaba al suelo y se agachaba para meterse bajo las gradas.
Vaya, no se me había ocurrido —dijo Charlotte, casi hablando para sí.
—¿Cómo? —contestó Damen sin prestar demasiada atención.
—Bueno, pues eso, que entonces, esto, no tendrías que hacer el examen de Física —improvisó Charlotte—. No es más que una pequeña broma privada mía —remató, ansiosa por cambiar de tema—. De todas maneras, perdona por lo de la pierna. Pensaba que a lo mejor no me veías —añadió en un intento de comenzar desde cero.
—Te veo —dijo Damen, sin saber cómo iba nadie a no fijarse en Scarlet; llamaba tanto la atención.

—¿Qué tal si empezamos desde el principio y nos dejamos de formalismos? —preguntó Damen educadamente. La agarró de los brazos y, aplicando una levísima presión, la obligó a sentarse en la manta. La suavidad y firmeza del gesto dejaron a Charlotte completamente atontada. Damen se dejó caer después que ella—. Bonita manta. Creía que te traerías una toalla negra —dijo Damen, ensayando un chiste de su cosecha.
Todo lo que hagamos será estrictamente confidencial… —dijo ella dejando una puerta abierta a, bueno, a que se cumplieran sus sueños más salvajes—. Todo… —repitió.
Concluidos los formalismos, Charlotte y Damen se pusieron a ello. Por mucho que la impresionara Damen, Charlotte empezó la clase con soltura y seriedad. Se jugaba el Baile de Otoño, y no iba a dejar que nada se interpusiera entre ella y el premio, nada, ni siquiera sus sentimientos.
Sabes qué? Estaba pensando en presentarme a las pruebas —espetó Charlotte, tratando de reclamar la atención de Damen.
—Sí, seguro. Ni muerta te presentarías tú a las pruebas de animadora—contestó él desechando por completo su comentario.
Sin mediar palabra, Charlotte cerró el libro de golpe y echó a andar hacia el campo de fútbol. Damen se quedó paralizado al principio, pero enseguida se echó a reír, pensando que Scarlet estaba de broma o iba a hacer una de las suyas.
Las Wendys supervisaban las pruebas a animadora como auténticas funcionarias de prisiones, cotejando los nombres de la lista con los carnés del instituto y comprobando que ninguna candidata llevara ni un mechón de sus melenas oxigenadas fuera de su sitio. Atusaban y meneaban a todas las de la fila a fin de que estuvieran perfectamente presentables para cuando Petula les pasara revista.
Desde las gradas, Damen escrutaba la hilera de candidatas y hacía apuestas sobre cuáles pasarían el corte, cuando vio a Charlotte-convertida-en-Scarlet situarse a un extremo de la fila. No parecía una buena apuesta. Allí plantada junto a las futuras Miss Jovencita de EE.UU., resultaba más gótica y fuera de lugar que nunca.
Charlotte se arrancó parte de la falda de Scarlet y rasgó la tela, con la cuchilla de un solo filo que Scarlet siempre llevaba en el bolsillo, para hacerse unos pompones. La idea era sin duda innovadora, pero resultaba difícil que le fuese a procurar la amistad o el favor de las Wendys. Las demás chicas de la fila eran indistinguibles, rigurosamente uniformadas con camiseta de tirantes y falda blancas; una procesión de cabecitas perfectamente peinadas y de cuerpos perfectamente esculpidos.
Las Wendys vieron a Charlotte cuando se aproximaban al final de la fila. Ambas se encogieron a la vista de su uniforme y pompones tan peculiares, pero en lugar de rechazarla al instante, decidieron que antes se divertirían un poco a su costa, conscientes de que era una oportunidad única para humillarla de una vez por todas.
Vengo a animar —declaró Charlotte a la vez que torcía el característico gesto huraño de Scarlet en una sonrisa ultrabrillante.
—Pues bienvenida a… tu funeral —se mofó Wendy Anderson, que le echó una mirada al atuendo de Charlotte, garabateó un número y se lo tendió de mala manera.
Charlotte se prendió orgullosa el número: 666.
Damen las miró con escepticismo, preguntándose qué guardaban las Wendys bajo sus idénticas mangas, y en ese momento Petula se adentró en el campo.
—¿Qué narices hace su jodido y apestoso culo virgen contaminando mi campo de fútbol? —gruñó Petula al aproximarse.
Scarlet se lo estaba pasando como nunca y se dirigió a la sala de profesores, sin dedicar un solo pensamiento a lo que Charlotte pudiera estar haciendo en su cuerpo.
—De modo que éste es su habitat —se dijo mientras contemplaba a los profesores almorzando y charlando entre ellos.
Reparó en dos pares de pies que jugueteaban debajo de una mesa; unos calzados con tacones y los otros con unas recias botas negras. Eran dos mujeres, haciendo un sucio bailecillo debajo de la mesa.
Ay, Dios! —chilló la profesora, y se inclinó aún más hacia la ventana, sus ojos prácticamente contra los de Scarlet.
Convencida de que la habían cazado, Scarlet se bajó de un salto de la repisa y huyó a un rincón.
La profesora abrió la ventana y llamó a los demás con un gesto de la mano para que acudieran a mirar. Los profesores acudieron raudos, y finalmente Scarlet hizo tres cuartos de lo mismo.
Pero ¡¿qué narices?! —chilló ésta, al lado de los profesores, espantada por lo que estaban viendo sus ojos.
—Eso no es muy gótico que digamos, ¿eh? —dijo con sorna la señorita Pearl, una de las profesoras recién sacadas del armario, mientras Charlotte, en plena prueba, saltaba, giraba y hacía piruetas sin el menor esfuerzo, con una habilidad e ímpetu desconocidos para los profesores y Petula. Damen, entre tanto, observaba boquiabierto desde las gradas, disfrutando aparentemente con cada instante del ejercicio de Charlotte… y con la agonía de Petula.
—¡G*A*N*A*R*!—cantó Charlotte, deletreando la palabra y marcando cada letra con una patada o un salto.
—¿Se puede saber qué narices estás haciendo? —le chilló Scarlet a Charlotte.
Scarlet se lanzó en picado hacia Charlotte, decidida a poner fin a la humillación pública a la que ella —bueno, o su cuerpo al menos— estaba siendo sometida.
Charlotte estaba que se salía y siguió cantando, completamente ajena al hecho de que Scarlet la observaba.

¡A GANAR!
¡Sí, Sí!
¡ESTE PARTIDO LO VAMOS A…!

Aterrada por la idea de lo que pudiera venir a continuación, Scarlet decidió actuar. Se empotró en Charlotte, expulsándola de su cuerpo y dejándola suspendida en el aire. Una vez con los pies en tierra de nuevo, Scarlet recuperó el control de su cuerpo y acabó la cantinela a su manera.

El campo de fútbol era ya un hervidero de excitación y un pequeño grupo de estudiantes hacía corro para observar las piruetas ultramundanas de Scarlet. Así de impresionantes eran. Las demás animadoras, sintiéndose amenazadas, se agruparon rápidamente para maquinar una respuesta.
Las animadoras rompieron el corro con una palmada y, adoptando su expresión más profesional, se colocaron en formación de animación, frente a Scarlet.
Tres de ellas dieron un paso adelante —Petula y las Wendys— para arrancar con la réplica. Aunque la superaban en número, Scarlet estaba preparada. Wendy Thomas se adelantó y disparó la primera salva.

¡TÚ DE ESO, NADA DE NADA,
NOSOTRAS AL MENOS TENEMOS BUENA CARA!
¡NI ESTAMOS A DOS VELAS,
NI EL SOL NOS DA LA ESPALDA.'

Y batió las palmas con aspereza. Scarlet, que la miraba y escuchaba impertérrita, respondió a continuación con una pulla de su propia cosecha.

¿VOSOTRAS A DOS VELAS?
¡PUES CLARO QUE NO!
¡TENÉIS CITA GRATIS
EN PLANIFICACIÓN!

Scarlet dobló el dedo índice y se «apuntó» un tanto en un marcador imaginario. Wendy Anderson era la siguiente. Hizo un puente hacia atrás con remonte y empezó:

QUE MAS QUISIERAS TÚ,
QUE ALGÚN TÍO TE HICIERA CASO…

Antes de que Wendy pudiera declamar el resto de su rencorosa arenga, Scarlet la interrumpió.

¡AL MENOS NO ME AGOBIO
SI LA REGLA VIENE CON RETRASO!

Los deportistas estallaron a reír como histéricos, alucinados con lo que Scarlet acababa de decir. Scarlet se llevó un dedo a la boca y sopló, como si fuera el cañón humeante de una pistola. El aplauso fue ensordecedor.
—Oh, no —se quejó Charlotte, que veía cómo sus esperanzas de impresionar a Damen y ganarse la aceptación de Petula se esfumaban tan deprisa como el ego de las Wendys.
La muchedumbre crecía por momentos y había ya caras aplastadas contra todas las ventanas. Se acercaba el desenlace y se podía palpar la tensión. Era el turno de Petula, y ésta decidió ser original y hacer una auténtica exhibición de liderazgo animador. En lugar de esgrimir una rima, Petula agarró a las Wendys y se pusieron a cantar. Una pegadiza canción de campamento, retorcida y vil, que hirió a Scarlet como sólo una hermana puede herir.

SI ERES UNA APESTADA, Y LO SABES
CÓRTATE LAS VENAS.
SI ESTÁS DEPRIMIDA, Y LO SABES,
CORTATE LAS VENAS.
Sl TE MUERES POR QUE TE HAGAN CASO,
O TU VIDA ES UN FRACASO.
¡SI ERES UNA APESTADA, Y LO SABES,
CORTATE LAS VENAS!

Petula y las Wendys se volvieron hacia la audiencia y saludaron, para restregarle la humillación a Scarlet en la cara un poco más.
Scarlet saltó a escena, pasó junto a las Wendys con desdén, y se fue a por la Zorra Reina, su hermana, Petula.


¡EL PRÓXIMO OTOÑO,
GORDA, SEBOSA Y SIN SOLUCIÓN,
BUSCARÁS AL PADRE DE TU RETOÑO
EN UN PROGRAMA DE TELEVISIÓN.

Ohhhhh», coreó la muchedumbre, abochornada por Petula.
Scarlet no había hecho más que empezar cuando Charlotte trató de meterse en su cuerpo una vez más. Ya fuera porque quería echarle una mano a su amiga o porque estaba celosa de que Scarlet le hubiera robado el protagonismo que ella se había trabajado, el caso es que estaba decidida a montar una escena.
—¿Qué haces? —le preguntó Charlotte, desesperada—. Vas a estropearlo todo.
—¿Quién? ¿Yo? —la atajó Scarlet—. ¡Oye, que no soy yo quien hace méritos para entrar en las Paraolimpiadas!
El forcejeo entre los dos espíritus lanzó el cuerpo de Scarlet hacia el cielo como una muñeca de trapo, volteándolo de aquí para allá en una danza de Tigre y Dragón que desafiaba todas las leyes de la gravedad. Mientras las chicas botaban, se retorcían y giraban más y más deprisa, todo lo que se alcanzaba a ver era un remolino de brazos y piernas que, como un derviche en pleno frenesí, ardían sobre el campo.
La muchedumbre se volvió loca con aquella apoteosis sobrenatural.
El espectáculo llegó a su dramático fin con Scarlet recuperando el control de su cuerpo y Charlotte tirada en el suelo, decepcionada.
Charlotte llegó temprano a la gran fiesta de pijamas S.P.A., intoxicada por la idea de que se la incluyera en la camarilla por primera vez. Empezó a llamar al timbre de casa de Petula, pero después de pensárselo mejor procedió a atravesar la puerta sin más. La cosa era cada vez más fácil.
Allí en el salón se topó con el cuerpo medio exánime de Scarlet, indolentemente tirado en el sillón, con gafas oscuras y aspecto derrotado y deprimido.
—Vaya, mira a quién tenemos aquí, nada menos que al espíritu del instituto —dijo, sin apenas levantar la cabeza.
—Bonitas gafas —dijo Charlotte para romper el hielo.
Mira, ¡no sabía que lo conseguiríamos! Pero va a ser más fácil ahora que eres una animadora. No sabes cuánto agradezco lo que estás haciendo por mí, y me va a ayudar a alcanzar la resolución. Ya verás —dijo Charlotte.
—No, no voy a ver nada. Búscate a otro que sea fácil-de-usar. Yo ya he visto suficiente —dijo Scarlet.
—¿Y eso qué quiere decir? —pregunto Charlotte con nerviosismo.
—Quiere decir que se acabó. No más «Scarlet a la Carta» —dijo Scarlet, que confirmaba así el peor de los temores de Charlotte.
—¿No eras tú la que se quejaba de ser la eterna dama de honor? —suplicó Charlotte—. Venga, ¿es que no es alucinante ser invisible y hacer lo que te viene en gana?
Scarlet guardó silencio, sabiendo que lo había pasado en grande pero sin querer admitirlo.
—Venga ya, admítelo, es alucinante… Ni barreras, ni limitaciones, ni autoridad —dijo Charlotte pinchándola—. Fight the power!
—A mí no me vengas con consignas raperas —dijo Scarlet poniendo los ojos en blanco—. Mira, no digo que no sea alucinante…
Huy, pues no sé… ¿Qué me dices de tu propia fiesta de pijamas en mi casa mientras yo estoy en la tuya? —la provocó Charlotte.
—¿En la Residencia Muerta? —preguntó Scarlet, con la voz desbórdante de emoción, para variar.
En Hawthorne Manor, Prue se dirigió a la Asamblea Muerta, congregada para la reunión de «intimidación».
—Muy bien, entonces, ¿cómo exactamente vamos a hacer creer a los compradores potenciales que la casa es inhabitable? —ladró Prue mientras giraba la cabeza por completo y empezaba a repartir misiones—. Jerry, tú ocúpale de la fontanería.
—Sí, haz que la casa huela como los pies de Britney Spears después de salir descalza de unos lavabos públicos —añadió Coco.
Deadhead Jerry hizo la señal de la paz, indicando que podían contar con él.
—Bud. Ocúpate de que la estructura de la casa sea inestable —espetó Prue mientras Bud levantaba el muñón y asentía.
—¡Ya sabes, inestable como Paula Abdul, ni un pelo menos! —chilló CoCo divirtiendo a todos, pero sobre todo a sí misma, con sus ingeniosas referencias a la cultura pop.
—¿Dónde está nuestra pequeña estudiante alemana de intercambio? —preguntó Prue dispuesta a dar su última asignación.
Una niñita en descomposición levantó la mano muy despacio, mientras unas larvas diminutas le brotaban sin cesar de cada poro de su cara.
—Rotting Rita. Tú a la brigada de infestación —anunció Prue.
—¡Sí, eso, queremos gusanos pululando como paparazzi alrededor de Brangelina!—exclamó CoCo en un tono enfrebecido.
Prue abrió las puertas telequinésicamente y todos salieron en tropel de la habitación. Se percató de que Charlotte no estaba presente.
—¿Dónde está Usher? —preguntó.
Piccolo Pam se echó a temblar y emitió un agudo silbido por la garganta mientras se apresuraba a pasar de largo.
Entre tanto, las Wendys llegaban a casa de Petula para la fiesta de pijamas arrastrando equipaje para un mes: maletas, maletitas y baúles Vuitton. Después de llamar al timbre, se entretuvieron recitando la rima de Scarlet de esa tarde.
—«Buscarás al padre de tu retoño…» —canturreó Wendy Anderson.
—«… en un programa de televisión» —completó Wendy Thomas.
En la planta de arriba, la insistencia de Charlotte daba sus frutos y Scarlet accedía a ser poseída una vez más.
—Ah, una cosa más antes de que te vayas. Que no te asuste nada de lo que veas —advirtió Charlotte restándole importancia—. Es sólo algo que tenemos que hacer de deberes esta noche, ¿de acuerdo?
Scarlet asintió conforme.
—Hay una chica, se llama Prue… —empezó Charlotte.
—Prue —repitió Scarlet.
—Sí, pues bueno, tú asegúrate de no cruzarte en su camino, ¿de acuerdo? —recalcó Charlotte.
—De acuerdo —le aseguró Scarlet.
—¿Prometido? —dijo Charlotte, apoyando sus manos sobre los hombros de Scarlet y mirándola de hito en hito.
—Que sí, no me cruzaré en su camino. Me estás asustando —dijo Scarlet liberándose de una sacudida.
—De todas formas van a estar todos tan ocupados que creo que ni siquiera se darán cuenta de que estás allí —le explicó Charlotte.
—Ya, y tú no te asustes tampoco de lo que puedas ver esta noche —dijo Scarlet a la vez que salía por la ventana y se esfumaba en la despejada noche otoñal. Ambas estaban emocionadas con lo que la noche les tenía reservado, y ninguna quería perdérselo ni por un segundo.
Charlotte oyó el timbre y se precipitó escáleras abajo ya que Petula parecía no tener ninguna prisa en abrir. Se deshizo en falsas sonrisas, justo igual que las Wendys, cuando abrió la puerta y las hizo pasar.
—Que empiece la fiesta —exclamó Seudo Scarlet pecando quizá de exceso de entusiasmo a la vez que le daba al Play del mando del CD.
En la otra punta de la ciudad, era el timbre de otra puerta el que sonaba. La señorita Wacksel, una extraña, repelente y excéntrica agente inmobiliaria a la que le había sido asignada la venta de Hawthorne Manor, se encontraba en el porche y estaba a punto de enseñar la casa a los Martin, una pareja joven e inquieta en busca de una ganga que esperaba adquirir la reliquia como una inversión asequible para reformar. Hacía viento y mucho frío, y a cada minuto que pasaban en el porche, más de-sagradable se volvía. Hacía tiempo que Wacksel sospechaba que la casa podía no estar deshabitada del todo, pero intentó poner buena cara ante los jóvenes.
A su espalda, un enorme y viejo cartel de «Se vende» chirriaba mecido por el viento. Piccolo Pam se había encaramado a las ramas de un retorcido árbol seco y trataba desesperadamente de dar con alguna señal de Charlotte. Las melancólicas notas que brotaban de su garganta se mezclaron con el aullido del viento, proporcionando a la señorita Wacksel una lastimera música de fondo con la que comenzar la visita.
—¿Y por qué llama al timbre si aquí no vive nadie? —preguntó el marido, que no veía el momento de entrar.
—Tiene toda la razón, señor Martin —dijo la señorita Wacksel con nerviosismo—. No hace falta llamar, tengo llave.
Dominando el temblor de la mano, introdujo la vieja llave maestra en la cerradura, pero a cada intento ésta le era escupida de nuevo a la mano.
«Aquí no vive nadie», se repetía una y otra vez, luchando empedernidamente con la cerradura y la llave. De haber podido ver a Silent Violet taponando el ojo de la cerradura con el dedo desde el otro lado de la puerta, es posible que la señorita Wacksel hubiese dado por concluida su jornada laboral. Pero se trataba de una mujer obstinada, y pensar en la comisión que obtendría por el viejo caserón era un gran aliciente.
—Esta casa tiene tanta… personalidad —dijo por decir algo a los cada vez más impacientes recién casados, cuando conseguía por fin introducir la llave en la cerradura y hacerla girar antes de que Violet pudiera meter el dedo hasta el fondo. Silent Violet, la primera línea de defensa de Muertología, había fallado. En un abrir y cerrar de ojos se esfumó de allí y reapareció en lo alto de la escalera antes de que la pareja tuviese tiempo de entrar. Acto seguido, empezó a regurgitar una plasta negra

—¿Cómo le llaman a eso los amarillos? —preguntó, demostrando cuan políticamente incorrecta era en verdad—. ¡¿Jo Del… Feng Shui… o algo así?! —exclamó mientras se apresuraba a conducir a la escamada pareja al baño de arriba.
Lo único que alcanzaban a ver en el baño era la cortina de ducha, que aparecía corrida delante de la bañera de porcelana con patas. A estas alturas, la imaginación les había desbordado por completo y estaban obsesionados pensando qué se agazapaba tras la cortina. Prue empezaba a estar algo preocupada, porque ya deberían de haber salido despavoridos, y lo cierto era que los chicos no tenían un plan alternativo. No contaba con la avaricia desmedida ni de Wacksel ni de la pareja. Con una señal, avisó a Mike, Jerry y Bud, que tenían asignado el show del baño, de que empezaran con lo suyo.
Wacksel se acercó despacio, con tiento, como caminando sobre cascaras de huevo, la respiración contenida, agarró la cortina y la abrió de un tirón. No había nada. La pareja se aproximó con cautela, temblando, para echar un vistazo. De pronto, un líquido marrón asqueroso salió expulsado del sumidero de la bañera, empapando a la pareja de cieno hediondo de pies a cabeza.
Tras empalmar sus «cañerías» a la fontanería, Mike, Jerry y Bud habían procedido a bombear sus aguas residuales tuberías arriba hasta el baño, creando así un nefasto hedor.
La señorita Wacksel se llevó a los Martin a la cocina en volandas para que pudieran limpiarse, temiéndose que el incidente iba a dar al traste definitivamente con la venta.
—¿No decías que querías algo para reformar? —dijo el señor Martin, esforzándose por sonar optimista y que su mujer no se tomara demasiado a pecho tener la cara, el pelo y la ropa cubiertos de porquería.
Wacksel respiró larga y hondamente, agradecida por el socorrido comentario del marido. Mientras se adecentaban, la pareja no pudo evitar admirar la ebanistería artesanal. El marido abrió uno de los armarios, y una nube cegadora de bichos irritados emergió del interior e invadió la cocina. Rotting Rita estaba escupiendo alimañas de cada uno de sus orificios, incluidos sus lechosos ojos velados.
En un abrir y cerrar de ojos, la señorita Wacksel echó mano a su bolso de cuero sintético y extrajo de su interior un bote de insecticida tamaño viaje.
—Parecen termitas —dijo la señora Martin completamente asqueada mientras daba palmetazos a las diminutas criaturas que revoloteaban a su alrededor.
—Las apariencias engañan —dijo Wacksel matando bichos a diestro y siniestro con su aerosol.

* * * *

Todo eran apariencias, en cambio, en casa de Petula, donde Charlotte-convertida-en-Scarlet disfrutaba de la sesión de manicura y pedicura entre las demás chicas, que Todo eran apariencias, en cambio, en casa de Petula, donde Charlotte-convertida-en-Scarlet disfrutaba de la sesión de manicura y pedicura entre las demás chicas, que cotilleaban sin parar. La minicumbre de popularidad era ya un insondable mar de ca-misoncitos rosas, todos idénticos al de Petula, salvo en el caso de Charlotte, que vestía la combinación vintage verde azulado oscuro con encajes negros de Scarlet. El gran tema de la noche era «Citas para el Baile de Otoño». Quién tenía, quién no y qué pensaban hacer para solventarlo.
Mientras el desasosiego abría una brecha en la noche casi perfecta de Charlotte, Scarlet volaba muy alto… por encima de hileras de tejados cortados con el mismo patrón hasta llegar a una fabulosa y tétrica estructura que se cernía como un nubarrón sobre las demás casas, indistinguibles, del barrio. Flotó de ventana en ventana, asomándose a cada una de ellas, hasta que localizó una mochila sin deshacer, una agenda y un portátil tirados sobre una colcha de chenilla.
—Esto tiene que ser suyo—dijo Scarlet.
Entró en el dormitorio de Charlotte atravesando una vidriera alargada y estrecha que se extendía del suelo al techo en el hastial superior del tejado. Había visto la casa desde fuera en muchas ocasiones, y lo mejor que se podía decir de ella era que era vieja. Ahora, sin embargo, contemplada desde ese otro estado, se le apareció transformada, rutilante de intensos y ricos colores, muebles ornamentados e historiados candelabros y arañas que lloraban cristales tintados como piedras preciosas.
—Me parece que he muerto y subido al cielo —se dijo, admirando la decoración. Scarlet se tiró en la enorme cama con dosel y aterrizó junto a la montaña de trastos de Charlotte—. Pues parece que sí puedes llevártelo contigo —dijo mientras hurgaba entre las cosas de Charlotte.
Se fijó en el portátil, en cuya pantalla aparecía el recorte de un vestido de fiesta de alta costura con la cabeza de Charlotte pegada encima. Scarlet presionó la barra espaciadora y vio cómo aparecía un chico en sus brazos y ambos empezaban a bailar por la pantalla.
—¡Puaj! —exclamó Scarlet.
De pronto, un fortísimo ruido proveniente de la planta de abajo llamó su atención, sustrayéndola de realizar una inspección más pormenorizada del ordenador. Scarlet optó por ir a su encuentro en lugar de esperar a que éste la encontrara a ella.
Scarlet, a quien la escena había dejado por completo paralizada, se había escondido detrás del destrozado tabique para evitar tanto a Wacksel y a los Martin como a Prue y a los demás chicos muertos, cuyo plan acababa de desbaratar.
—¿Qué es esto? —preguntó el señor Martin conforme se aproximaba a Scarlet y a una pila de trozos de escayola que habían caído del techo.
Scarlet salió disparada del boquete, pero Prue la agarró rápidamente de los tobillos antes de que pudiera huir.
—¡Ni hablar de comprar esta casa! —anunció el hombre de forma tajante.
Los chicos muertos no podían creer las palabras que acababan de brotar de su boca.
—Ni nosotros ni nadie —añadió el hombre.
Todos los que estaban muertos se pusieron a gritar y chillar y bailar de alegría por toda la casa, incluso los gemelos, que seguían atrapados en los brazos retorcidos de la araña.
—Pero ¿qué dice? —preguntó la señorita Wacksel totalmente abatida.
—¡Mire! —reclamó, desmenuzando un pedazo de la escayola del techo y reduciéndolo a un fino polvo grisáceo—. Parece asbesto —dijo el señor Martin con voz severa—. Esta casa va a tener que ser… —Prue apretó aún más los tobillos espectrales de Scarlet mientras aguardaba a escuchar el veredicto.
—… condenada —reconoció la señorita Wacksel en voz baja.
Pensar que pudieran vender la casa era terrible, pero la perspectiva de que fuera demolida resultaba devastadora.
—¡¡¿Condenada?!! —rugió Prue retorciéndole los tobillos a Scarlet.
—Mierda —murmuró Scarlet, que no lograba zafarse de sus garras.
Recuperada de la conmoción, Prue se dio cuenta de que la situación era la peor imaginable. Relajó su agarre sobre Scarlet, que se retorció para liberarse del todo y salió disparada hacia su casa como alma que lleva el diablo.
—Si la casa está condenada, también lo estamos nosotros —dijo Prue, apesadumbrada.
Damen y sus amigos se habían atrincherado entre los arbustos y se asomaban clandestinamente a las ventanas de casa de Petula, espiando a las chicas en sus camisoncitos.
—Disculpad la E.P.E. —dijo Max mientras se debatían a codazos por hacerse con un sitio delante de la ventana.
Los chicos se volvieron hacia Max, desconcertados.
—Exhibición Pública de Erección —dijo con una carcajada, para vergüenza ajena de los demás.
Petula se percató de la presencia de los chicos en el jardín y procedió a darles cuerda.
—Esta noche hace mucho frío ahí fuera. No queremos que os quedéis tiesos —dijo Petula de forma provocativa, inclinándose hacia delante.
Conforme entraban los demás por la ventana, uno derribó un refresco sin calorías. La botella giró sobre sí misma y se detuvo apuntando a Wendy Anderson.
—¿Quién juega a la botella? —dijo Max con tono lascivo.
—¡Qué recuerdos! —exclamó Wendy Anderson—. ¡Yo primer!
Hizo girar la botella y acabó morreándose con Max.
Petula delante de sus narices. La situación era violenta como poco, pero también había que pensar que era un juego. —Te toca —instó con vehemencia a Charlotte-convertida-en-Scarlet un chico con pinta de no comerse una rosca.
Charlotte no es que tuviera muchas ganas pero miró a Damen de reojo y se armó de valor. La botella giró y se detuvo apuntando al chico soso.
Horrorizada, Charlotte concentró toda su energía en la botella por si podía emplear la telequinesia para moverla y que apuntara a Damen. Para su sorpresa, funcionó.
Damen vaciló, sin saber muy bien qué hacer. No deseaba besar a la hermana de
—¡Venga, tío, no te rajes! —dijo Max.
Petula se quería morir, pero intentó con todas sus ganas hacerse la dura.
—Adelante. No es más que un juego —afirmó, dándole el visto bueno a Damen delante de los demás.
Damen, no obstante, sabía que estaba cabreada, de modo que o bien besaba a Scarlet y conseguía así que los demás le dejaran en paz, o bien no lo hacía y se libraba de tener que aguantar más tarde a Petula despotricando sin parar. Decidió que lo mejor era seguir el juego, besarla y no ser aguafiestas.
Charlotte cerró los ojos y se inclinó hacia delante al mismo tiempo que Damen. Los demás observaron con la respiración contenida cómo los dos se acercaban más y más en el centro del corro. Justo cuando sus labios estaban a punto de rozarse, Scar-let entró volando por la ventana; estaba hecha un desastre y aparecia visiblemente aterrorizada.
—¡¡¡Charlotte!!! —gritó a la vez que se lanzaba contra ella—. ¡Esto no es consensuado!
Se zambulló en su cuerpo y noqueó a Charlotte, pero la intensidad del impacto la propulsó contra Damen, forzando un <—Colega, esa tía es una friki —le susurró Max a Damen.
Todavía aturdida, Charlotte levantó la vista y vio tomo Prue atravesaba la ventana en desenfrenada persecución de Scarlet.
—¿Prue? —dijo Charlotte preocupada, ahora que la veía claramente.
—¿Así que quieres alternar con los vivos? Pues ahora vas a ver cómo se alterna con los vivos —amenazó Prue, a la vez que ponía los ojos en Wendy Anderson—. ¡Me toca! —siseó incorporándose al juego—. ¿Quieres ponerte a cien? —le preguntó a Wendy Anderson justo antes de hacerla levitar a unos milímetros del suelo y obligarla a girar como la botella de su juego de besos. Los demás la miraron aterrados.
Wendy Anderson, con mucho cuidado de no estropear su manicura, trataba de agarrarse a lo que fuera para dejar de dar vueltas. No tenía buen aspecto, y se sentía mucho peor.
Prue detuvo los giros de forma brusca y Wendy quedó apuntando directamente hacia Charlotte.
—Besa esto —le bramó Prue a Charlotte en el instante en que Wendy se ponía a vomitar con violencia a causa del mareo y se desplomaba en el suelo.
La desbandada para evitar los repugnantes restos de Wendy fue generalizada, salvo en el caso de Max, que siguió dándole a su bebida.
—¡Mentirosa! Pensaba que hoy no habías comido ni una miga —la reprendió Petula, observando cómo el vómito se escurría por las paredes como en una pintura centrífuga.
—¿No te dijimos que te quedaras con los de tu clase? —le advirtió Prue a Charlotte, que estaba demasiado asustada para responder.
Prue se desvaneció y regresó a Hawthorne Manor, dudando qué hacer con Charlotte, Scarlet y la casa, que ahora debían salvar como fuese. Entre tanto, Scarlet subió corriendo a su habitación.
Wendy Anderson seguía tumbada en el suelo, humillada.
—Es capaz de cualquier cosa con tal de llamar la atención —le susurró maliciosamente Wendy Thomas a Petula mientras contemplaban a su magullada amiga rebozada en bilis. Wendy Anderson hizo de tripas corazón y muy poco a poco alcanzó a llevarse la mano a la cara, limpiarse parte del vómito de las puntas de los dedos e inspeccionarse la manicura por si se le había saltado la laca. Evidentemente, la fiesta había llegado a su fin. No hizo falta pedirle a nadie que se fuera.
Charlotte siguió allí sentada, desenmascarada y totalmente sola.
—Me ha faltado taaan poco —lloró compadeciéndose de sí misma—. Se acabó, estoy muerta —concluyó, imaginando lo que la esperaba en la Residencia Muerta y en la Eternidad.

* * * *
En su dormitorio, Scarlet se puso una bata china de seda con dragón, volvió la cabeza por si Charlotte andaba cerca y encendió el ordenador. Abrió el navegador y empezó a buscar obituarios locales.
—Tiene que estar por aquí en alguna parte —dijo Scarlet, resuelta a averiguar cuanto le fuera posible de la tal Prue.
Tras revisar páginas y páginas de vínculos irrelevantes, finalmente dio con uno que parecía prometedor y hizo clic sobre él. Era un archivo de noticias de sucesos locales extraídas de un periódico que había echado el cierre hacía siglos, tanto era así que Scarlet sólo recordaba haber visto una o dos de sus páginas un año cuando desenvolvía los viejos adornos de Navidad de sus abuelos. El Hawthorne Advance. El archivo tenía una base de datos con buscador, y Scarlet introdujo en el formulario la única información de la que disponía.
—P-R-U-E—dijo a la vez que tecleaba, y presionó la tecla Enter.
Se recuperaron tres artículos, pero ninguno era una necrológica.
—Genial —trinó frustrada.
entonces Charlotte se deslizó a través de la puerta. Scarlet apagó el ordenador.
—¿Quién diablos era esa zorra chalada de Prue? —preguntó Scarlet.
—Ésa era una de mis compañeras muertas de clase… Está furiosa porque yo estaba aquí y no en la casa, que era donde se suponía que debía estar. Lo siento mucho —dijo Charlotte, que trataba sinceramente de comprobar si Scarlet estaba bien de verdad o no.
—¿Qué es lo que sientes? A) ¿Haber entrado en la cuadrilla de animadoras? B) ¿Haber intentado besar al novio de mi hermana? O C) ¿Haber conseguido que haya estado a punto de matarme una mal bicho endemoniada? —repuso Scarlet.
Charlotte se hundió en la silla roja y negra de calaveras de Scarlet.
—He tenido la oportunidad de ver tu bonito salvapantallas mientras estaba en la residencia —dijo Scarlet, que tenía fundadas sospechas sobre quién era el chico que en él aparecía y, no obstante, se guardó de darle a entender a Charlotte que no estaba segura al cien por cien.
Charlotte sufría en silencio, imaginándose con precisión lo que Scarlet había visto en su ordenador. Tenía carpetas y carpetas de jpegs de la cabeza de Damen que había reunido a lo largo de los dos últimos cursos. Sonrisas, muecas, perfiles, retratos —todos los estados de ánimo y todos los ángulos—. Pero lo que más la delataba era la descarada animación del salvapantallas, que había diseñado con el Photoshop después de escanear recortes de revistas vintage y las fotografías de sus respectivas cabezas. Cuando presionó la barra espaciadora, ¿había visto Scarlet el collage de una pareja —la cabeza de Charlotte unida a un precioso vestido Chanel gris perla y la de Damen a un traje Givenchy de color gris con un pañuelo de seda blanco en el bolsillo de la pechera— que bailaba pegada? De ser así, la habían desenmascarado pero bien, y de nada servía tratar de ocultarlo. Concluyó que lo mejor era sincerarse. En todo.
—¡Está bien! ¡Está bien! No es cierto que esté dando clases a Damen sólo para que pase el examen de Física —dijo Charlotte, consciente de que no podía seguir mintiendo a Scarlet.
—Hasta ahí llego —espetó Scarlet, ahora con el convencimiento de que el chico era Damen, sin lugar a dudas.
—Le estoy dando clases para que pueda ir al baile —admitió Charlotte.
—¿Y por qué habrías de preocuparte de que vaya al baile con mi hermana? —preguntó Scarlet.
—No me preocupa. Le estoy dando clases para que pueda ir al baile… conmigo —dijo Charlotte—. No es que quiera ir, es que tengo que ir.
—Ésa sí que es buena —dijo Scarlet con sorna.
—En serio. Verás, cuando morimos inesperadamente, nos llevamos con nosotros asuntos que no hemos tenido tiempo de resolver. Asuntos que debemos resolver antes de poder… seguir adelante —explicó Charlotte.
—A ver si lo entiendo. ¿Tienes que ir a un estúpido baile con un idiota para alcanzar un plano espiritual más elevado? —dijo Scarlet, atónita ante la audacia de Charlotte.
—Sí. Mira, tú no sabes lo que es esto. Yo, ahora y siempre, he sido invisible para todo el mundo —contestó Charlotte.
—No voy a permitir que utilices mi cuerpo para ir a un baile con el tontaina del novio de mi hermana… Ni para eso ni para nada, que lo sepas —anunció Scarlet, y, como quien espanta a un gato, echó a Charlotte de su dormitorio y cerró la puerta de golpe.
—Pero ¿qué hay entonces de Damen? ¿Qué hay de su examen? —chilló Charlotte desde el pasillo, obligando a Scarlet a abrir la puerta, lanzarle una mirada furibunda y cerrar de un portazo otra vez.

Charlotte se asomó a la ventanilla de la puerta del aula de Física, la misma a la que se asomara cuando exhaló su último aliento, sólo que esta vez, se encontraba, literalmente, al otro lado. Vio que Damen las estaba pasando canutas con el control de Física bajo el «ojo» escrutador del profesor Widget. Todos en la sala estaban nerviosos, aunque ni de cerca tan angustiados como Charlotte.
Damen ya estaba atascado con la primera pregunta «fácil», incapaz de decidirse entre las dos respuestas optativas. ¿Era una pregunta trampa o de verdad era así de fácil? Se encontraba tan nervioso que empezó a repensar y poner en duda sus conocimientos.
Charlotte no podía soportar más su agonía y finalmente se decidió a entrar y echarle una mano. Traspasó la puerta y se dirigió al fondo del aula, hacia el pupitre de Damen. El minisistema solar que colgaba del techo se puso a girar al aproximarse ella a Venus, el planeta bajo el cual se sentaba Damen.
Charlotte se situó de pie detrás de él y trató de mover su mano telepáticamente hacia la respuesta correcta, aunque sólo para constatar, de nuevo, cuan difícil le resultaba emplear sus poderes con Damen. Hallarse inclinada sobre su hombro como estaba, en tan íntima posición, mirando el examen, con su mejilla prácticamente pegada a la de él, era una experiencia increíble para ella, si bien a él no le venía nada bien. Sin quererlo, le tiró el lápiz de la mano, llamando la atención, ni mucho menos deseada, del profesor Widget, que leía absorto el último número de Physics Today. Widget cazó a Damen tratando de recuperarlo de debajo del pupitre de Bertha la Cerebrito.
—La vista fija en sus exámenes, chicos —recordó a la clase sin hacer referencia alguna a Damen.
A lo largo de su carrera, había visto suficientes técnicas audaces de copieteo como para llenar un libro, desde el viejo y sencillo recurso de mirar de reojo el examen de al lado a las más tecnológicamente avanzadas de la era digital: fotografías de exámenes vía móvil, SMS con las respuestas, consultas al Google desde el navegador del móvil… Lo había visto prácticamente todo, de modo que se cuidó mucho de no perder de vista —con el ojo sano, claro está— a Damen.
—Un tirón —articuló Damen, señalándose la mano, mientras Widget respondía sacudiendo la cabeza y retomando la lectura de su revista.
Charlotte volvió a intentarlo de inmediato. Abrazó a Damen por la espalda y tanto se excitó que la corriente eléctrica rosada que de vez en cuando lanzaba chispas en una bola de cristal junto a Damen se transformó en una auténtica tormenta eléctrica. Dio un paso atrás, para no llamar más la atención sobre el chico, pero sólo consiguió meterle la goma del lápiz hasta el fondo de la nariz. Damen empezaba a estar algo asustado y Widget, que no le quitaba el ojo de encima, se hallaba en estado de máxima alerta.
Consciente de que de continuar por ese camino podía costar le a Damen no sólo el pasaporte para el Baile de Otoño sino también su puesto en el equipo de fútbol, Charlotte se esforzó al máximo para concentrarse en la tarea que se traía entre manos. No prestó atención a su ancha espalda, a sus fornidos brazos, a su preciosa cabeza, de espesa pelambrera, a sus increíbles ojos, sus dulces labios y su nariz perfecta, y sin más dilación tomó su mano y con delicadeza la fue guiando hasta las respuestas correctas en el momento en que el tiempo para el examen llegaba a su fin.
—¡Abajo los lápices, chicos! —dijo el profesor Widget con la agresividad de un policía desarmando a un peligroso asesino—. ¡Se acabó el tiempo!
Los rezagados marcaban a ciegas las últimas respuestas sin ni tan siquiera leer las preguntas, a la vez que pasaban el examen.
El profesor Widget en persona se encargó de arrancarle a Damen el examen de la mano con la última pregunta todavía en blanco. Charlotte agarró desesperadamente de la mano de Damen, quien del tirón salió disparado de su asiento como un receptor tratando de interceptar un larguísimo pase en el último segundo de partido, y marcó la última respuesta. Esta agresividad dejó completamente, apabullado a Widget, y hay que decir que también a Damen.

* * * *

Deseosa de poder disfrutar de un día más normal (o tan normal como podía serlo para alguien como ella), Scarlet estaba en el pasillo sacando sus cosas de la taquilla cuando escuchó un golpecito al otro lado de la puertecilla metálica.
—Vete —dijo Scarlet, sin molestarse en mirar quién era. Se sucedieron entonces varios golpecitos más, que irritaron a Scarlet lo suficiente para llamar su atención. Cerró la taquilla y vio el examen de Damen, marcado con un enorme «SB» en rojo, tapándole el rostro.
—¿Te lo puedes creer? —preguntó Damen, estampando ahora el examen en la cara de ella.
La gente empezó a mirarlos, y aunque Scarlet agachó la cabeza para intentar pasar desapercibida, a Damen no pareció importarle que los vieran juntos. Estaba demasiado emocionado.
—Y eso que en ningún momento tuve la sensación de que estuviéramos estudiando en serio —dijo Damen, pletórico.
—Qué me vas a contar a mí —contestó Scarlet.
—Ojalá lo hagamos la mitad de bien en el examen final —añadió Damen, mientras se alejaba marcha atrás—. Te veo después de clase.
—¿Cómo que hagamos? —preguntó Scarlet—. Oye, espera, estoy liada…
Él ya no la podía oír, y Scarlet no tuvo tiempo de oponerse, aunque sí lo tuvo, y mucho, para renegar de Charlotte.
Damen llegó a casa de Scarlet, bueno, mejor dicho a casa de Petula, aparcó delante y entró como casi siempre, sin llamar al

* * * *

Damen llego a casa de Scarlet, bueno, mejor dicho a casa de Petula, aparcó delante y entró como casi siempre, sin llamar al timbre. Sabía que Petula tenía entrenamiento de animadoras y que todavía tardaría en volver a casa. Recorrió el pasillo de la segunda planta y torció a la izquierda en dirección al dormitorio de Scarlet, en lugar de a la derecha, como acostumbraba, para ir al de Petula. Se le hizo un poco raro.
Se acercó al dormitorio de Scarlet, hizo caso omiso del genuino cartel de PROHIBIDO EL PASO prendido a la puerta, y entró. Bajo las luces atenuadas parpadeaban por toda la habitación lo que parecían centenares de velas ornamentales. Era precioso, Damen buscó a Scarlet con la mirada, pero no dio con ella hasta que divisó su silueta en el techo, proyectada por la luz de las velas. Conforme iba hacia allí, reparó en un pompón clavado a la pared con un cuchillo de cocina. Se acercó a Scarlet, en el suelo junto a la cama, su iPod sonaba a todo volumen mientras ella seguía la música como una posesa, ajena a lodo.
—Supongo que esto significa que se acabaron las concentraciones de animadoras, ¿eh? —dijo Damen al tiempo que arrancaba el cuchillo de la pared y liberaba el pompón que se cernía sobre ella.
Scarlet estaba completamente ida y no le oyó. Le dio unos golpecitos en el hombro mientras con la otra mano sujetaba el cuchillo, que fue lo primero que vio ella. Scarlet se arranco los auriculares de un tirón y de un salto se plantó sobre la cama.
Damen reparó en su guitarra —una Gretsch de semicaja color morado pálido—, que descansaba sobre un soporte, y la cogió, interrumpiendo el discurso de Scarlet.
—No sabía que tocases —dijo mientras se pasaba por la cabeza la correa de cuero negra.
—¿Y por qué ibas a saberlo? —preguntó ella, con leve sarcasmo.
Damen se sentó sobre la cama de Scarlet y empezó a toquetear la guitarra.
—Huy, perdona, ¿te importa? —preguntó.
—No, no, qué va… —contestó ella, a fin de perder algo de tiempo—… Adelante.
Damen miró la guitarra, cerró los ojos y, guiándose por el tacto, tocó el I Will Follow You Into The Dark de Death Cab for Cutie.
—No sabía que… —empezó Scarlet, asombrada de que no sólo supiera tocar, sino que además conociera una de sus canciones favoritas—… tocases.
—Sí, sí lo sabías. ¿Recuerdas? Yo mismo te lo comenté —dijo él.
—Ya. Supongo que lo había olvidado —contestó ella, figurándose que habría sido cuando Charlotte la poseyó.
Damen estaba intrigado; en su experiencia con las chicas, éstas siempre se aferraban a sus palabras, y recordaban cada coma de cuanto él decía.
—Nunca pensé que fuera a tocarle esta canción a una «animadora» —se rió él mientras rasgueaba la guitarra.
—Ex animadora —atajó ella, esbozando una pequeña sonrisa. Scarlet no podía dejar de sonreír, impresionada por su elección musical.
—¿Sabes qué? Tengo entradas para el concierto de los Death Cab del sábado por la noche… —dijo mientras tocaba los últimos acordes de la canción.
—¿Ah, sí? —dijo ella recurriendo a su habitual tono de indiferencia, para evitar a toda costa que él pudiera descubrir o intuir siquiera cuan capaz era ella de mata.

COMENTARIO : AMI MEGUSTARON AUNQUE ESTUBIERON MUYY LARGOOS PERO SON MUY EMOCIONANTES.
Estaban atónitas por lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Sus cuerpos continuaron fundiéndose en una suerte de osmosis ultramundana, de los pies al torso.
—«Somos yo…» —dijo Charlotte, encajando su corazón en el de Scarlet al tiempo que desaparecía en el cuerpo de ésta.
A los ojos de Scarlet se asomaban periódicamente, como una serie de sinapsis fallidas, retazos de Charlotte en el interior de su cuerpo.
—«… dentro de ti» —dijo Charlotte a la vez que hacía girar sus ojos marrones de ratón y éstos desaparecían en lo más hondo de Scarlet.




Un segundo después el alma translúcida de Scarlet abandonó su propio cuerpo, cediéndoselo a Charlotte por completo. Los ojos de Scarlet reaparecieron, aunque con un brillo muy distinto. Su lenguaje corporal reflejaba ahora la personalidad de Charlotte, y no la suya.
Consciente de que la posesión había sido un éxito, Charlotte respiró hondo y se palpó su nuevo cuerpo. Scarlet ascendió flotando hasta el techo, donde se demoró momentáneamente, miró hacia abajo y vio a Charlotte pasando las manos por todo su cuerpo.

Charlotte abrió la puerta del laboratorio de quimica y salió al pasillo con cautela. Estaba encantada de estar «viva» otra vez, y se notaba. El gesto malhumorado tan propio de Scarlet aparecía ahora atenuado, transformado en una amplia sonrisa de esperanza más parecida a la de Charlotte y los estudiantes la miraban dos veces mientras ella se dedicaba a repartir besos a diestro y siniestro, saludando a completos extraños con una vehemencia inusitada. Pero la metamorfosis no sólo se plasmaba en su actitud; bajo el control de Charlotte, el cuerpo de Scarlet también había empezado a adoptar un aspecto y una forma de moverse diferentes. Su postura se volvió más erguida, sus andares menos cansinos, hasta su comportamiento
Con todo, Damen había acudido al rescate de Scarlet en el incidente de la ducha, recordó. Y eso ya era algo para empezar. De vuelta al punto de partida, Charlotte empezó a sentir cierto sentimiento de gratitud. ¿Quién era ella, después de todo, para criticar el atractivo de Scarlet en modo alguno? Ah sí, ella era la estupida niña rara que se había asfixiado con una golosina, según Petula.

Entre tanto, Scarlet también se divertía. Tras atravesar el techo flotando y acceder con sorprendente facilidad al angosto espacio inmediatamente superior, vagó sin rumbo durante un rato hasta que escuchó retumbar la pedante voz de su arrogante profesor de Literatura en el aula de abajo. El profesor Nemchick parecía estar más interesado en humillar que en enseñar a los estudiantes, y con muchas ínfulas escribía cada tema en la pizarra como si estuviera dispensando los Diez Mandamientos. Scarlet no podía dejar pasar la oportunidad de fastidiarle, aunque sólo fuera un poquito.
Hoy —empezó el profesor Nemchick—, vamos a comparar a «T-r-u-m-a-n C-a-p-o-t-e» con «H-o-m-e-r o» se cuidaba muy mucho de no hablar más deprisa de lo que escribía, lo que resultaba tremendamente irritante.
Cuando se volvió hacia la clase para iniciar el debate, Scarlet modificó los nombres para que pudiera leerse «Truman Capote» y «Homo». La clase estalló en carcajadas, y Nemchick, se quedó allí plantado, totalmente humillado y más que confundido.
Charlotte recorrió la parte exterior de la pista de atletismo y encontró un tranquilo rincón debajo de una grada apartada, extendió la manta a cuadros que había embutido en la mochila de Scarlet y esperó a que se presentara Damen. Obsesionada, le dio una y mil vueltas a cómo colocar la manta, como si fuera una adicta al sol buscando el mejor ángulo para ponerse morena, lo que resultaba irónico, porque a la piel de porcelana de Scarlet no parecía que le hubiese dado el sol en años.
Estiró el brazo a través del hueco y le agarró la pierna.
—Pero ¿qué…? —gritó Damen, apartando sobresaltado la pierna de un tirón.
Bajó la vista, vio que era la mano de Scarlet que le agarraba del tobillo y se relajó.
—Casi me matas del susto —dijo, a la vez que saltaba al suelo y se agachaba para meterse bajo las gradas.
Vaya, no se me había ocurrido —dijo Charlotte, casi hablando para sí.
—¿Cómo? —contestó Damen sin prestar demasiada atención.
—Bueno, pues eso, que entonces, esto, no tendrías que hacer el examen de Física —improvisó Charlotte—. No es más que una pequeña broma privada mía —remató, ansiosa por cambiar de tema—. De todas maneras, perdona por lo de la pierna. Pensaba que a lo mejor no me veías —añadió en un intento de comenzar desde cero.
—Te veo —dijo Damen, sin saber cómo iba nadie a no fijarse en Scarlet; llamaba tanto la atención.

—¿Qué tal si empezamos desde el principio y nos dejamos de formalismos? —preguntó Damen educadamente. La agarró de los brazos y, aplicando una levísima presión, la obligó a sentarse en la manta. La suavidad y firmeza del gesto dejaron a Charlotte completamente atontada. Damen se dejó caer después que ella—. Bonita manta. Creía que te traerías una toalla negra —dijo Damen, ensayando un chiste de su cosecha.
Todo lo que hagamos será estrictamente confidencial… —dijo ella dejando una puerta abierta a, bueno, a que se cumplieran sus sueños más salvajes—. Todo… —repitió.
Concluidos los formalismos, Charlotte y Damen se pusieron a ello. Por mucho que la impresionara Damen, Charlotte empezó la clase con soltura y seriedad. Se jugaba el Baile de Otoño, y no iba a dejar que nada se interpusiera entre ella y el premio, nada, ni siquiera sus sentimientos.
Sabes qué? Estaba pensando en presentarme a las pruebas —espetó Charlotte, tratando de reclamar la atención de Damen.
—Sí, seguro. Ni muerta te presentarías tú a las pruebas de animadora—contestó él desechando por completo su comentario.
Sin mediar palabra, Charlotte cerró el libro de golpe y echó a andar hacia el campo de fútbol. Damen se quedó paralizado al principio, pero enseguida se echó a reír, pensando que Scarlet estaba de broma o iba a hacer una de las suyas.
Las Wendys supervisaban las pruebas a animadora como auténticas funcionarias de prisiones, cotejando los nombres de la lista con los carnés del instituto y comprobando que ninguna candidata llevara ni un mechón de sus melenas oxigenadas fuera de su sitio. Atusaban y meneaban a todas las de la fila a fin de que estuvieran perfectamente presentables para cuando Petula les pasara revista.
Desde las gradas, Damen escrutaba la hilera de candidatas y hacía apuestas sobre cuáles pasarían el corte, cuando vio a Charlotte-convertida-en-Scarlet situarse a un extremo de la fila. No parecía una buena apuesta. Allí plantada junto a las futuras Miss Jovencita de EE.UU., resultaba más gótica y fuera de lugar que nunca.
Charlotte se arrancó parte de la falda de Scarlet y rasgó la tela, con la cuchilla de un solo filo que Scarlet siempre llevaba en el bolsillo, para hacerse unos pompones. La idea era sin duda innovadora, pero resultaba difícil que le fuese a procurar la amistad o el favor de las Wendys. Las demás chicas de la fila eran indistinguibles, rigurosamente uniformadas con camiseta de tirantes y falda blancas; una procesión de cabecitas perfectamente peinadas y de cuerpos perfectamente esculpidos.
Las Wendys vieron a Charlotte cuando se aproximaban al final de la fila. Ambas se encogieron a la vista de su uniforme y pompones tan peculiares, pero en lugar de rechazarla al instante, decidieron que antes se divertirían un poco a su costa, conscientes de que era una oportunidad única para humillarla de una vez por todas.
Vengo a animar —declaró Charlotte a la vez que torcía el característico gesto huraño de Scarlet en una sonrisa ultrabrillante.
—Pues bienvenida a… tu funeral —se mofó Wendy Anderson, que le echó una mirada al atuendo de Charlotte, garabateó un número y se lo tendió de mala manera.
Charlotte se prendió orgullosa el número: 666.
Damen las miró con escepticismo, preguntándose qué guardaban las Wendys bajo sus idénticas mangas, y en ese momento Petula se adentró en el campo.
—¿Qué narices hace su jodido y apestoso culo virgen contaminando mi campo de fútbol? —gruñó Petula al aproximarse.
Scarlet se lo estaba pasando como nunca y se dirigió a la sala de profesores, sin dedicar un solo pensamiento a lo que Charlotte pudiera estar haciendo en su cuerpo.
—De modo que éste es su habitat —se dijo mientras contemplaba a los profesores almorzando y charlando entre ellos.
Reparó en dos pares de pies que jugueteaban debajo de una mesa; unos calzados con tacones y los otros con unas recias botas negras. Eran dos mujeres, haciendo un sucio bailecillo debajo de la mesa.
Ay, Dios! —chilló la profesora, y se inclinó aún más hacia la ventana, sus ojos prácticamente contra los de Scarlet.
Convencida de que la habían cazado, Scarlet se bajó de un salto de la repisa y huyó a un rincón.
La profesora abrió la ventana y llamó a los demás con un gesto de la mano para que acudieran a mirar. Los profesores acudieron raudos, y finalmente Scarlet hizo tres cuartos de lo mismo.
Pero ¡¿qué narices?! —chilló ésta, al lado de los profesores, espantada por lo que estaban viendo sus ojos.
—Eso no es muy gótico que digamos, ¿eh? —dijo con sorna la señorita Pearl, una de las profesoras recién sacadas del armario, mientras Charlotte, en plena prueba, saltaba, giraba y hacía piruetas sin el menor esfuerzo, con una habilidad e ímpetu desconocidos para los profesores y Petula. Damen, entre tanto, observaba boquiabierto desde las gradas, disfrutando aparentemente con cada instante del ejercicio de Charlotte… y con la agonía de Petula.
—¡G*A*N*A*R*!—cantó Charlotte, deletreando la palabra y marcando cada letra con una patada o un salto.
—¿Se puede saber qué narices estás haciendo? —le chilló Scarlet a Charlotte.
Scarlet se lanzó en picado hacia Charlotte, decidida a poner fin a la humillación pública a la que ella —bueno, o su cuerpo al menos— estaba siendo sometida.
Charlotte estaba que se salía y siguió cantando, completamente ajena al hecho de que Scarlet la observaba.

¡A GANAR!
¡Sí, Sí!
¡ESTE PARTIDO LO VAMOS A…!

Aterrada por la idea de lo que pudiera venir a continuación, Scarlet decidió actuar. Se empotró en Charlotte, expulsándola de su cuerpo y dejándola suspendida en el aire. Una vez con los pies en tierra de nuevo, Scarlet recuperó el control de su cuerpo y acabó la cantinela a su manera.

El campo de fútbol era ya un hervidero de excitación y un pequeño grupo de estudiantes hacía corro para observar las piruetas ultramundanas de Scarlet. Así de impresionantes eran. Las demás animadoras, sintiéndose amenazadas, se agruparon rápidamente para maquinar una respuesta.
Las animadoras rompieron el corro con una palmada y, adoptando su expresión más profesional, se colocaron en formación de animación, frente a Scarlet.
Tres de ellas dieron un paso adelante —Petula y las Wendys— para arrancar con la réplica. Aunque la superaban en número, Scarlet estaba preparada. Wendy Thomas se adelantó y disparó la primera salva.

¡TÚ DE ESO, NADA DE NADA,
NOSOTRAS AL MENOS TENEMOS BUENA CARA!
¡NI ESTAMOS A DOS VELAS,
NI EL SOL NOS DA LA ESPALDA.'

Y batió las palmas con aspereza. Scarlet, que la miraba y escuchaba impertérrita, respondió a continuación con una pulla de su propia cosecha.

¿VOSOTRAS A DOS VELAS?
¡PUES CLARO QUE NO!
¡TENÉIS CITA GRATIS
EN PLANIFICACIÓN!

Scarlet dobló el dedo índice y se «apuntó» un tanto en un marcador imaginario. Wendy Anderson era la siguiente. Hizo un puente hacia atrás con remonte y empezó:

QUE MAS QUISIERAS TÚ,
QUE ALGÚN TÍO TE HICIERA CASO…

Antes de que Wendy pudiera declamar el resto de su rencorosa arenga, Scarlet la interrumpió.

¡AL MENOS NO ME AGOBIO
SI LA REGLA VIENE CON RETRASO!

Los deportistas estallaron a reír como histéricos, alucinados con lo que Scarlet acababa de decir. Scarlet se llevó un dedo a la boca y sopló, como si fuera el cañón humeante de una pistola. El aplauso fue ensordecedor.
—Oh, no —se quejó Charlotte, que veía cómo sus esperanzas de impresionar a Damen y ganarse la aceptación de Petula se esfumaban tan deprisa como el ego de las Wendys.
La muchedumbre crecía por momentos y había ya caras aplastadas contra todas las ventanas. Se acercaba el desenlace y se podía palpar la tensión. Era el turno de Petula, y ésta decidió ser original y hacer una auténtica exhibición de liderazgo animador. En lugar de esgrimir una rima, Petula agarró a las Wendys y se pusieron a cantar. Una pegadiza canción de campamento, retorcida y vil, que hirió a Scarlet como sólo una hermana puede herir.

SI ERES UNA APESTADA, Y LO SABES
CÓRTATE LAS VENAS.
SI ESTÁS DEPRIMIDA, Y LO SABES,
CORTATE LAS VENAS.
Sl TE MUERES POR QUE TE HAGAN CASO,
O TU VIDA ES UN FRACASO.
¡SI ERES UNA APESTADA, Y LO SABES,
CORTATE LAS VENAS!

Petula y las Wendys se volvieron hacia la audiencia y saludaron, para restregarle la humillación a Scarlet en la cara un poco más.
Scarlet saltó a escena, pasó junto a las Wendys con desdén, y se fue a por la Zorra Reina, su hermana, Petula.


¡EL PRÓXIMO OTOÑO,
GORDA, SEBOSA Y SIN SOLUCIÓN,
BUSCARÁS AL PADRE DE TU RETOÑO
EN UN PROGRAMA DE TELEVISIÓN.

Ohhhhh», coreó la muchedumbre, abochornada por Petula.
Scarlet no había hecho más que empezar cuando Charlotte trató de meterse en su cuerpo una vez más. Ya fuera porque quería echarle una mano a su amiga o porque estaba celosa de que Scarlet le hubiera robado el protagonismo que ella se había trabajado, el caso es que estaba decidida a montar una escena.
—¿Qué haces? —le preguntó Charlotte, desesperada—. Vas a estropearlo todo.
—¿Quién? ¿Yo? —la atajó Scarlet—. ¡Oye, que no soy yo quien hace méritos para entrar en las Paraolimpiadas!
El forcejeo entre los dos espíritus lanzó el cuerpo de Scarlet hacia el cielo como una muñeca de trapo, volteándolo de aquí para allá en una danza de Tigre y Dragón que desafiaba todas las leyes de la gravedad. Mientras las chicas botaban, se retorcían y giraban más y más deprisa, todo lo que se alcanzaba a ver era un remolino de brazos y piernas que, como un derviche en pleno frenesí, ardían sobre el campo.
La muchedumbre se volvió loca con aquella apoteosis sobrenatural.
El espectáculo llegó a su dramático fin con Scarlet recuperando el control de su cuerpo y Charlotte tirada en el suelo, decepcionada.
Charlotte llegó temprano a la gran fiesta de pijamas S.P.A., intoxicada por la idea de que se la incluyera en la camarilla por primera vez. Empezó a llamar al timbre de casa de Petula, pero después de pensárselo mejor procedió a atravesar la puerta sin más. La cosa era cada vez más fácil.
Allí en el salón se topó con el cuerpo medio exánime de Scarlet, indolentemente tirado en el sillón, con gafas oscuras y aspecto derrotado y deprimido.
—Vaya, mira a quién tenemos aquí, nada menos que al espíritu del instituto —dijo, sin apenas levantar la cabeza.
—Bonitas gafas —dijo Charlotte para romper el hielo.
Mira, ¡no sabía que lo conseguiríamos! Pero va a ser más fácil ahora que eres una animadora. No sabes cuánto agradezco lo que estás haciendo por mí, y me va a ayudar a alcanzar la resolución. Ya verás —dijo Charlotte.
—No, no voy a ver nada. Búscate a otro que sea fácil-de-usar. Yo ya he visto suficiente —dijo Scarlet.
—¿Y eso qué quiere decir? —pregunto Charlotte con nerviosismo.
—Quiere decir que se acabó. No más «Scarlet a la Carta» —dijo Scarlet, que confirmaba así el peor de los temores de Charlotte.
—¿No eras tú la que se quejaba de ser la eterna dama de honor? —suplicó Charlotte—. Venga, ¿es que no es alucinante ser invisible y hacer lo que te viene en gana?
Scarlet guardó silencio, sabiendo que lo había pasado en grande pero sin querer admitirlo.
—Venga ya, admítelo, es alucinante… Ni barreras, ni limitaciones, ni autoridad —dijo Charlotte pinchándola—. Fight the power!
—A mí no me vengas con consignas raperas —dijo Scarlet poniendo los ojos en blanco—. Mira, no digo que no sea alucinante…
Huy, pues no sé… ¿Qué me dices de tu propia fiesta de pijamas en mi casa mientras yo estoy en la tuya? —la provocó Charlotte.
—¿En la Residencia Muerta? —preguntó Scarlet, con la voz desbórdante de emoción, para variar.
En Hawthorne Manor, Prue se dirigió a la Asamblea Muerta, congregada para la reunión de «intimidación».
—Muy bien, entonces, ¿cómo exactamente vamos a hacer creer a los compradores potenciales que la casa es inhabitable? —ladró Prue mientras giraba la cabeza por completo y empezaba a repartir misiones—. Jerry, tú ocúpale de la fontanería.
—Sí, haz que la casa huela como los pies de Britney Spears después de salir descalza de unos lavabos públicos —añadió Coco.
Deadhead Jerry hizo la señal de la paz, indicando que podían contar con él.
—Bud. Ocúpate de que la estructura de la casa sea inestable —espetó Prue mientras Bud levantaba el muñón y asentía.
—¡Ya sabes, inestable como Paula Abdul, ni un pelo menos! —chilló CoCo divirtiendo a todos, pero sobre todo a sí misma, con sus ingeniosas referencias a la cultura pop.
—¿Dónde está nuestra pequeña estudiante alemana de intercambio? —preguntó Prue dispuesta a dar su última asignación.
Una niñita en descomposición levantó la mano muy despacio, mientras unas larvas diminutas le brotaban sin cesar de cada poro de su cara.
—Rotting Rita. Tú a la brigada de infestación —anunció Prue.
—¡Sí, eso, queremos gusanos pululando como paparazzi alrededor de Brangelina!—exclamó CoCo en un tono enfrebecido.
Prue abrió las puertas telequinésicamente y todos salieron en tropel de la habitación. Se percató de que Charlotte no estaba presente.
—¿Dónde está Usher? —preguntó.
Piccolo Pam se echó a temblar y emitió un agudo silbido por la garganta mientras se apresuraba a pasar de largo.
Entre tanto, las Wendys llegaban a casa de Petula para la fiesta de pijamas arrastrando equipaje para un mes: maletas, maletitas y baúles Vuitton. Después de llamar al timbre, se entretuvieron recitando la rima de Scarlet de esa tarde.
—«Buscarás al padre de tu retoño…» —canturreó Wendy Anderson.
—«… en un programa de televisión» —completó Wendy Thomas.
En la planta de arriba, la insistencia de Charlotte daba sus frutos y Scarlet accedía a ser poseída una vez más.
—Ah, una cosa más antes de que te vayas. Que no te asuste nada de lo que veas —advirtió Charlotte restándole importancia—. Es sólo algo que tenemos que hacer de deberes esta noche, ¿de acuerdo?
Scarlet asintió conforme.
—Hay una chica, se llama Prue… —empezó Charlotte.
—Prue —repitió Scarlet.
—Sí, pues bueno, tú asegúrate de no cruzarte en su camino, ¿de acuerdo? —recalcó Charlotte.
—De acuerdo —le aseguró Scarlet.
—¿Prometido? —dijo Charlotte, apoyando sus manos sobre los hombros de Scarlet y mirándola de hito en hito.
—Que sí, no me cruzaré en su camino. Me estás asustando —dijo Scarlet liberándose de una sacudida.
—De todas formas van a estar todos tan ocupados que creo que ni siquiera se darán cuenta de que estás allí —le explicó Charlotte.
—Ya, y tú no te asustes tampoco de lo que puedas ver esta noche —dijo Scarlet a la vez que salía por la ventana y se esfumaba en la despejada noche otoñal. Ambas estaban emocionadas con lo que la noche les tenía reservado, y ninguna quería perdérselo ni por un segundo.
Charlotte oyó el timbre y se precipitó escáleras abajo ya que Petula parecía no tener ninguna prisa en abrir. Se deshizo en falsas sonrisas, justo igual que las Wendys, cuando abrió la puerta y las hizo pasar.
—Que empiece la fiesta —exclamó Seudo Scarlet pecando quizá de exceso de entusiasmo a la vez que le daba al Play del mando del CD.
En la otra punta de la ciudad, era el timbre de otra puerta el que sonaba. La señorita Wacksel, una extraña, repelente y excéntrica agente inmobiliaria a la que le había sido asignada la venta de Hawthorne Manor, se encontraba en el porche y estaba a punto de enseñar la casa a los Martin, una pareja joven e inquieta en busca de una ganga que esperaba adquirir la reliquia como una inversión asequible para reformar. Hacía viento y mucho frío, y a cada minuto que pasaban en el porche, más de-sagradable se volvía. Hacía tiempo que Wacksel sospechaba que la casa podía no estar deshabitada del todo, pero intentó poner buena cara ante los jóvenes.
A su espalda, un enorme y viejo cartel de «Se vende» chirriaba mecido por el viento. Piccolo Pam se había encaramado a las ramas de un retorcido árbol seco y trataba desesperadamente de dar con alguna señal de Charlotte. Las melancólicas notas que brotaban de su garganta se mezclaron con el aullido del viento, proporcionando a la señorita Wacksel una lastimera música de fondo con la que comenzar la visita.
—¿Y por qué llama al timbre si aquí no vive nadie? —preguntó el marido, que no veía el momento de entrar.
—Tiene toda la razón, señor Martin —dijo la señorita Wacksel con nerviosismo—. No hace falta llamar, tengo llave.
Dominando el temblor de la mano, introdujo la vieja llave maestra en la cerradura, pero a cada intento ésta le era escupida de nuevo a la mano.
«Aquí no vive nadie», se repetía una y otra vez, luchando empedernidamente con la cerradura y la llave. De haber podido ver a Silent Violet taponando el ojo de la cerradura con el dedo desde el otro lado de la puerta, es posible que la señorita Wacksel hubiese dado por concluida su jornada laboral. Pero se trataba de una mujer obstinada, y pensar en la comisión que obtendría por el viejo caserón era un gran aliciente.
—Esta casa tiene tanta… personalidad —dijo por decir algo a los cada vez más impacientes recién casados, cuando conseguía por fin introducir la llave en la cerradura y hacerla girar antes de que Violet pudiera meter el dedo hasta el fondo. Silent Violet, la primera línea de defensa de Muertología, había fallado. En un abrir y cerrar de ojos se esfumó de allí y reapareció en lo alto de la escalera antes de que la pareja tuviese tiempo de entrar. Acto seguido, empezó a regurgitar una plasta negra

—¿Cómo le llaman a eso los amarillos? —preguntó, demostrando cuan políticamente incorrecta era en verdad—. ¡¿Jo Del… Feng Shui… o algo así?! —exclamó mientras se apresuraba a conducir a la escamada pareja al baño de arriba.
Lo único que alcanzaban a ver en el baño era la cortina de ducha, que aparecía corrida delante de la bañera de porcelana con patas. A estas alturas, la imaginación les había desbordado por completo y estaban obsesionados pensando qué se agazapaba tras la cortina. Prue empezaba a estar algo preocupada, porque ya deberían de haber salido despavoridos, y lo cierto era que los chicos no tenían un plan alternativo. No contaba con la avaricia desmedida ni de Wacksel ni de la pareja. Con una señal, avisó a Mike, Jerry y Bud, que tenían asignado el show del baño, de que empezaran con lo suyo.
Wacksel se acercó despacio, con tiento, como caminando sobre cascaras de huevo, la respiración contenida, agarró la cortina y la abrió de un tirón. No había nada. La pareja se aproximó con cautela, temblando, para echar un vistazo. De pronto, un líquido marrón asqueroso salió expulsado del sumidero de la bañera, empapando a la pareja de cieno hediondo de pies a cabeza.
Tras empalmar sus «cañerías» a la fontanería, Mike, Jerry y Bud habían procedido a bombear sus aguas residuales tuberías arriba hasta el baño, creando así un nefasto hedor.
La señorita Wacksel se llevó a los Martin a la cocina en volandas para que pudieran limpiarse, temiéndose que el incidente iba a dar al traste definitivamente con la venta.
—¿No decías que querías algo para reformar? —dijo el señor Martin, esforzándose por sonar optimista y que su mujer no se tomara demasiado a pecho tener la cara, el pelo y la ropa cubiertos de porquería.
Wacksel respiró larga y hondamente, agradecida por el socorrido comentario del marido. Mientras se adecentaban, la pareja no pudo evitar admirar la ebanistería artesanal. El marido abrió uno de los armarios, y una nube cegadora de bichos irritados emergió del interior e invadió la cocina. Rotting Rita estaba escupiendo alimañas de cada uno de sus orificios, incluidos sus lechosos ojos velados.
En un abrir y cerrar de ojos, la señorita Wacksel echó mano a su bolso de cuero sintético y extrajo de su interior un bote de insecticida tamaño viaje.
—Parecen termitas —dijo la señora Martin completamente asqueada mientras daba palmetazos a las diminutas criaturas que revoloteaban a su alrededor.
—Las apariencias engañan —dijo Wacksel matando bichos a diestro y siniestro con su aerosol.

* * * *

Todo eran apariencias, en cambio, en casa de Petula, donde Charlotte-convertida-en-Scarlet disfrutaba de la sesión de manicura y pedicura entre las demás chicas, que Todo eran apariencias, en cambio, en casa de Petula, donde Charlotte-convertida-en-Scarlet disfrutaba de la sesión de manicura y pedicura entre las demás chicas, que cotilleaban sin parar. La minicumbre de popularidad era ya un insondable mar de ca-misoncitos rosas, todos idénticos al de Petula, salvo en el caso de Charlotte, que vestía la combinación vintage verde azulado oscuro con encajes negros de Scarlet. El gran tema de la noche era «Citas para el Baile de Otoño». Quién tenía, quién no y qué pensaban hacer para solventarlo.
Mientras el desasosiego abría una brecha en la noche casi perfecta de Charlotte, Scarlet volaba muy alto… por encima de hileras de tejados cortados con el mismo patrón hasta llegar a una fabulosa y tétrica estructura que se cernía como un nubarrón sobre las demás casas, indistinguibles, del barrio. Flotó de ventana en ventana, asomándose a cada una de ellas, hasta que localizó una mochila sin deshacer, una agenda y un portátil tirados sobre una colcha de chenilla.
—Esto tiene que ser suyo—dijo Scarlet.
Entró en el dormitorio de Charlotte atravesando una vidriera alargada y estrecha que se extendía del suelo al techo en el hastial superior del tejado. Había visto la casa desde fuera en muchas ocasiones, y lo mejor que se podía decir de ella era que era vieja. Ahora, sin embargo, contemplada desde ese otro estado, se le apareció transformada, rutilante de intensos y ricos colores, muebles ornamentados e historiados candelabros y arañas que lloraban cristales tintados como piedras preciosas.
—Me parece que he muerto y subido al cielo —se dijo, admirando la decoración. Scarlet se tiró en la enorme cama con dosel y aterrizó junto a la montaña de trastos de Charlotte—. Pues parece que sí puedes llevártelo contigo —dijo mientras hurgaba entre las cosas de Charlotte.
Se fijó en el portátil, en cuya pantalla aparecía el recorte de un vestido de fiesta de alta costura con la cabeza de Charlotte pegada encima. Scarlet presionó la barra espaciadora y vio cómo aparecía un chico en sus brazos y ambos empezaban a bailar por la pantalla.
—¡Puaj! —exclamó Scarlet.
De pronto, un fortísimo ruido proveniente de la planta de abajo llamó su atención, sustrayéndola de realizar una inspección más pormenorizada del ordenador. Scarlet optó por ir a su encuentro en lugar de esperar a que éste la encontrara a ella.
Scarlet, a quien la escena había dejado por completo paralizada, se había escondido detrás del destrozado tabique para evitar tanto a Wacksel y a los Martin como a Prue y a los demás chicos muertos, cuyo plan acababa de desbaratar.
—¿Qué es esto? —preguntó el señor Martin conforme se aproximaba a Scarlet y a una pila de trozos de escayola que habían caído del techo.
Scarlet salió disparada del boquete, pero Prue la agarró rápidamente de los tobillos antes de que pudiera huir.
—¡Ni hablar de comprar esta casa! —anunció el hombre de forma tajante.
Los chicos muertos no podían creer las palabras que acababan de brotar de su boca.
—Ni nosotros ni nadie —añadió el hombre.
Todos los que estaban muertos se pusieron a gritar y chillar y bailar de alegría por toda la casa, incluso los gemelos, que seguían atrapados en los brazos retorcidos de la araña.
—Pero ¿qué dice? —preguntó la señorita Wacksel totalmente abatida.
—¡Mire! —reclamó, desmenuzando un pedazo de la escayola del techo y reduciéndolo a un fino polvo grisáceo—. Parece asbesto —dijo el señor Martin con voz severa—. Esta casa va a tener que ser… —Prue apretó aún más los tobillos espectrales de Scarlet mientras aguardaba a escuchar el veredicto.
—… condenada —reconoció la señorita Wacksel en voz baja.
Pensar que pudieran vender la casa era terrible, pero la perspectiva de que fuera demolida resultaba devastadora.
—¡¡¿Condenada?!! —rugió Prue retorciéndole los tobillos a Scarlet.
—Mierda —murmuró Scarlet, que no lograba zafarse de sus garras.
Recuperada de la conmoción, Prue se dio cuenta de que la situación era la peor imaginable. Relajó su agarre sobre Scarlet, que se retorció para liberarse del todo y salió disparada hacia su casa como alma que lleva el diablo.
—Si la casa está condenada, también lo estamos nosotros —dijo Prue, apesadumbrada.
Damen y sus amigos se habían atrincherado entre los arbustos y se asomaban clandestinamente a las ventanas de casa de Petula, espiando a las chicas en sus camisoncitos.
—Disculpad la E.P.E. —dijo Max mientras se debatían a codazos por hacerse con un sitio delante de la ventana.
Los chicos se volvieron hacia Max, desconcertados.
—Exhibición Pública de Erección —dijo con una carcajada, para vergüenza ajena de los demás.
Petula se percató de la presencia de los chicos en el jardín y procedió a darles cuerda.
—Esta noche hace mucho frío ahí fuera. No queremos que os quedéis tiesos —dijo Petula de forma provocativa, inclinándose hacia delante.
Conforme entraban los demás por la ventana, uno derribó un refresco sin calorías. La botella giró sobre sí misma y se detuvo apuntando a Wendy Anderson.
—¿Quién juega a la botella? —dijo Max con tono lascivo.
—¡Qué recuerdos! —exclamó Wendy Anderson—. ¡Yo primer!
Hizo girar la botella y acabó morreándose con Max.
Petula delante de sus narices. La situación era violenta como poco, pero también había que pensar que era un juego. —Te toca —instó con vehemencia a Charlotte-convertida-en-Scarlet un chico con pinta de no comerse una rosca.
Charlotte no es que tuviera muchas ganas pero miró a Damen de reojo y se armó de valor. La botella giró y se detuvo apuntando al chico soso.
Horrorizada, Charlotte concentró toda su energía en la botella por si podía emplear la telequinesia para moverla y que apuntara a Damen. Para su sorpresa, funcionó.
Damen vaciló, sin saber muy bien qué hacer. No deseaba besar a la hermana de
—¡Venga, tío, no te rajes! —dijo Max.
Petula se quería morir, pero intentó con todas sus ganas hacerse la dura.
—Adelante. No es más que un juego —afirmó, dándole el visto bueno a Damen delante de los demás.
Damen, no obstante, sabía que estaba cabreada, de modo que o bien besaba a Scarlet y conseguía así que los demás le dejaran en paz, o bien no lo hacía y se libraba de tener que aguantar más tarde a Petula despotricando sin parar. Decidió que lo mejor era seguir el juego, besarla y no ser aguafiestas.
Charlotte cerró los ojos y se inclinó hacia delante al mismo tiempo que Damen. Los demás observaron con la respiración contenida cómo los dos se acercaban más y más en el centro del corro. Justo cuando sus labios estaban a punto de rozarse, Scar-let entró volando por la ventana; estaba hecha un desastre y aparecia visiblemente aterrorizada.
—¡¡¡Charlotte!!! —gritó a la vez que se lanzaba contra ella—. ¡Esto no es consensuado!
Se zambulló en su cuerpo y noqueó a Charlotte, pero la intensidad del impacto la propulsó contra Damen, forzando un <—Colega, esa tía es una friki —le susurró Max a Damen.
Todavía aturdida, Charlotte levantó la vista y vio tomo Prue atravesaba la ventana en desenfrenada persecución de Scarlet.
—¿Prue? —dijo Charlotte preocupada, ahora que la veía claramente.
—¿Así que quieres alternar con los vivos? Pues ahora vas a ver cómo se alterna con los vivos —amenazó Prue, a la vez que ponía los ojos en Wendy Anderson—. ¡Me toca! —siseó incorporándose al juego—. ¿Quieres ponerte a cien? —le preguntó a Wendy Anderson justo antes de hacerla levitar a unos milímetros del suelo y obligarla a girar como la botella de su juego de besos. Los demás la miraron aterrados.
Wendy Anderson, con mucho cuidado de no estropear su manicura, trataba de agarrarse a lo que fuera para dejar de dar vueltas. No tenía buen aspecto, y se sentía mucho peor.
Prue detuvo los giros de forma brusca y Wendy quedó apuntando directamente hacia Charlotte.
—Besa esto —le bramó Prue a Charlotte en el instante en que Wendy se ponía a vomitar con violencia a causa del mareo y se desplomaba en el suelo.
La desbandada para evitar los repugnantes restos de Wendy fue generalizada, salvo en el caso de Max, que siguió dándole a su bebida.
—¡Mentirosa! Pensaba que hoy no habías comido ni una miga —la reprendió Petula, observando cómo el vómito se escurría por las paredes como en una pintura centrífuga.
—¿No te dijimos que te quedaras con los de tu clase? —le advirtió Prue a Charlotte, que estaba demasiado asustada para responder.
Prue se desvaneció y regresó a Hawthorne Manor, dudando qué hacer con Charlotte, Scarlet y la casa, que ahora debían salvar como fuese. Entre tanto, Scarlet subió corriendo a su habitación.
Wendy Anderson seguía tumbada en el suelo, humillada.
—Es capaz de cualquier cosa con tal de llamar la atención —le susurró maliciosamente Wendy Thomas a Petula mientras contemplaban a su magullada amiga rebozada en bilis. Wendy Anderson hizo de tripas corazón y muy poco a poco alcanzó a llevarse la mano a la cara, limpiarse parte del vómito de las puntas de los dedos e inspeccionarse la manicura por si se le había saltado la laca. Evidentemente, la fiesta había llegado a su fin. No hizo falta pedirle a nadie que se fuera.
Charlotte siguió allí sentada, desenmascarada y totalmente sola.
—Me ha faltado taaan poco —lloró compadeciéndose de sí misma—. Se acabó, estoy muerta —concluyó, imaginando lo que la esperaba en la Residencia Muerta y en la Eternidad.

* * * *
En su dormitorio, Scarlet se puso una bata china de seda con dragón, volvió la cabeza por si Charlotte andaba cerca y encendió el ordenador. Abrió el navegador y empezó a buscar obituarios locales.
—Tiene que estar por aquí en alguna parte —dijo Scarlet, resuelta a averiguar cuanto le fuera posible de la tal Prue.
Tras revisar páginas y páginas de vínculos irrelevantes, finalmente dio con uno que parecía prometedor y hizo clic sobre él. Era un archivo de noticias de sucesos locales extraídas de un periódico que había echado el cierre hacía siglos, tanto era así que Scarlet sólo recordaba haber visto una o dos de sus páginas un año cuando desenvolvía los viejos adornos de Navidad de sus abuelos. El Hawthorne Advance. El archivo tenía una base de datos con buscador, y Scarlet introdujo en el formulario la única información de la que disponía.
—P-R-U-E—dijo a la vez que tecleaba, y presionó la tecla Enter.
Se recuperaron tres artículos, pero ninguno era una necrológica.
—Genial —trinó frustrada.
entonces Charlotte se deslizó a través de la puerta. Scarlet apagó el ordenador.
—¿Quién diablos era esa zorra chalada de Prue? —preguntó Scarlet.
—Ésa era una de mis compañeras muertas de clase… Está furiosa porque yo estaba aquí y no en la casa, que era donde se suponía que debía estar. Lo siento mucho —dijo Charlotte, que trataba sinceramente de comprobar si Scarlet estaba bien de verdad o no.
—¿Qué es lo que sientes? A) ¿Haber entrado en la cuadrilla de animadoras? B) ¿Haber intentado besar al novio de mi hermana? O C) ¿Haber conseguido que haya estado a punto de matarme una mal bicho endemoniada? —repuso Scarlet.
Charlotte se hundió en la silla roja y negra de calaveras de Scarlet.
—He tenido la oportunidad de ver tu bonito salvapantallas mientras estaba en la residencia —dijo Scarlet, que tenía fundadas sospechas sobre quién era el chico que en él aparecía y, no obstante, se guardó de darle a entender a Charlotte que no estaba segura al cien por cien.
Charlotte sufría en silencio, imaginándose con precisión lo que Scarlet había visto en su ordenador. Tenía carpetas y carpetas de jpegs de la cabeza de Damen que había reunido a lo largo de los dos últimos cursos. Sonrisas, muecas, perfiles, retratos —todos los estados de ánimo y todos los ángulos—. Pero lo que más la delataba era la descarada animación del salvapantallas, que había diseñado con el Photoshop después de escanear recortes de revistas vintage y las fotografías de sus respectivas cabezas. Cuando presionó la barra espaciadora, ¿había visto Scarlet el collage de una pareja —la cabeza de Charlotte unida a un precioso vestido Chanel gris perla y la de Damen a un traje Givenchy de color gris con un pañuelo de seda blanco en el bolsillo de la pechera— que bailaba pegada? De ser así, la habían desenmascarado pero bien, y de nada servía tratar de ocultarlo. Concluyó que lo mejor era sincerarse. En todo.
—¡Está bien! ¡Está bien! No es cierto que esté dando clases a Damen sólo para que pase el examen de Física —dijo Charlotte, consciente de que no podía seguir mintiendo a Scarlet.
—Hasta ahí llego —espetó Scarlet, ahora con el convencimiento de que el chico era Damen, sin lugar a dudas.
—Le estoy dando clases para que pueda ir al baile —admitió Charlotte.
—¿Y por qué habrías de preocuparte de que vaya al baile con mi hermana? —preguntó Scarlet.
—No me preocupa. Le estoy dando clases para que pueda ir al baile… conmigo —dijo Charlotte—. No es que quiera ir, es que tengo que ir.
—Ésa sí que es buena —dijo Scarlet con sorna.
—En serio. Verás, cuando morimos inesperadamente, nos llevamos con nosotros asuntos que no hemos tenido tiempo de resolver. Asuntos que debemos resolver antes de poder… seguir adelante —explicó Charlotte.
—A ver si lo entiendo. ¿Tienes que ir a un estúpido baile con un idiota para alcanzar un plano espiritual más elevado? —dijo Scarlet, atónita ante la audacia de Charlotte.
—Sí. Mira, tú no sabes lo que es esto. Yo, ahora y siempre, he sido invisible para todo el mundo —contestó Charlotte.
—No voy a permitir que utilices mi cuerpo para ir a un baile con el tontaina del novio de mi hermana… Ni para eso ni para nada, que lo sepas —anunció Scarlet, y, como quien espanta a un gato, echó a Charlotte de su dormitorio y cerró la puerta de golpe.
—Pero ¿qué hay entonces de Damen? ¿Qué hay de su examen? —chilló Charlotte desde el pasillo, obligando a Scarlet a abrir la puerta, lanzarle una mirada furibunda y cerrar de un portazo otra vez.

Charlotte se asomó a la ventanilla de la puerta del aula de Física, la misma a la que se asomara cuando exhaló su último aliento, sólo que esta vez, se encontraba, literalmente, al otro lado. Vio que Damen las estaba pasando canutas con el control de Física bajo el «ojo» escrutador del profesor Widget. Todos en la sala estaban nerviosos, aunque ni de cerca tan angustiados como Charlotte.
Damen ya estaba atascado con la primera pregunta «fácil», incapaz de decidirse entre las dos respuestas optativas. ¿Era una pregunta trampa o de verdad era así de fácil? Se encontraba tan nervioso que empezó a repensar y poner en duda sus conocimientos.
Charlotte no podía soportar más su agonía y finalmente se decidió a entrar y echarle una mano. Traspasó la puerta y se dirigió al fondo del aula, hacia el pupitre de Damen. El minisistema solar que colgaba del techo se puso a girar al aproximarse ella a Venus, el planeta bajo el cual se sentaba Damen.
Charlotte se situó de pie detrás de él y trató de mover su mano telepáticamente hacia la respuesta correcta, aunque sólo para constatar, de nuevo, cuan difícil le resultaba emplear sus poderes con Damen. Hallarse inclinada sobre su hombro como estaba, en tan íntima posición, mirando el examen, con su mejilla prácticamente pegada a la de él, era una experiencia increíble para ella, si bien a él no le venía nada bien. Sin quererlo, le tiró el lápiz de la mano, llamando la atención, ni mucho menos deseada, del profesor Widget, que leía absorto el último número de Physics Today. Widget cazó a Damen tratando de recuperarlo de debajo del pupitre de Bertha la Cerebrito.
—La vista fija en sus exámenes, chicos —recordó a la clase sin hacer referencia alguna a Damen.
A lo largo de su carrera, había visto suficientes técnicas audaces de copieteo como para llenar un libro, desde el viejo y sencillo recurso de mirar de reojo el examen de al lado a las más tecnológicamente avanzadas de la era digital: fotografías de exámenes vía móvil, SMS con las respuestas, consultas al Google desde el navegador del móvil… Lo había visto prácticamente todo, de modo que se cuidó mucho de no perder de vista —con el ojo sano, claro está— a Damen.
—Un tirón —articuló Damen, señalándose la mano, mientras Widget respondía sacudiendo la cabeza y retomando la lectura de su revista.
Charlotte volvió a intentarlo de inmediato. Abrazó a Damen por la espalda y tanto se excitó que la corriente eléctrica rosada que de vez en cuando lanzaba chispas en una bola de cristal junto a Damen se transformó en una auténtica tormenta eléctrica. Dio un paso atrás, para no llamar más la atención sobre el chico, pero sólo consiguió meterle la goma del lápiz hasta el fondo de la nariz. Damen empezaba a estar algo asustado y Widget, que no le quitaba el ojo de encima, se hallaba en estado de máxima alerta.
Consciente de que de continuar por ese camino podía costar le a Damen no sólo el pasaporte para el Baile de Otoño sino también su puesto en el equipo de fútbol, Charlotte se esforzó al máximo para concentrarse en la tarea que se traía entre manos. No prestó atención a su ancha espalda, a sus fornidos brazos, a su preciosa cabeza, de espesa pelambrera, a sus increíbles ojos, sus dulces labios y su nariz perfecta, y sin más dilación tomó su mano y con delicadeza la fue guiando hasta las respuestas correctas en el momento en que el tiempo para el examen llegaba a su fin.
—¡Abajo los lápices, chicos! —dijo el profesor Widget con la agresividad de un policía desarmando a un peligroso asesino—. ¡Se acabó el tiempo!
Los rezagados marcaban a ciegas las últimas respuestas sin ni tan siquiera leer las preguntas, a la vez que pasaban el examen.
El profesor Widget en persona se encargó de arrancarle a Damen el examen de la mano con la última pregunta todavía en blanco. Charlotte agarró desesperadamente de la mano de Damen, quien del tirón salió disparado de su asiento como un receptor tratando de interceptar un larguísimo pase en el último segundo de partido, y marcó la última respuesta. Esta agresividad dejó completamente, apabullado a Widget, y hay que decir que también a Damen.

* * * *

Deseosa de poder disfrutar de un día más normal (o tan normal como podía serlo para alguien como ella), Scarlet estaba en el pasillo sacando sus cosas de la taquilla cuando escuchó un golpecito al otro lado de la puertecilla metálica.
—Vete —dijo Scarlet, sin molestarse en mirar quién era. Se sucedieron entonces varios golpecitos más, que irritaron a Scarlet lo suficiente para llamar su atención. Cerró la taquilla y vio el examen de Damen, marcado con un enorme «SB» en rojo, tapándole el rostro.
—¿Te lo puedes creer? —preguntó Damen, estampando ahora el examen en la cara de ella.
La gente empezó a mirarlos, y aunque Scarlet agachó la cabeza para intentar pasar desapercibida, a Damen no pareció importarle que los vieran juntos. Estaba demasiado emocionado.
—Y eso que en ningún momento tuve la sensación de que estuviéramos estudiando en serio —dijo Damen, pletórico.
—Qué me vas a contar a mí —contestó Scarlet.
—Ojalá lo hagamos la mitad de bien en el examen final —añadió Damen, mientras se alejaba marcha atrás—. Te veo después de clase.
—¿Cómo que hagamos? —preguntó Scarlet—. Oye, espera, estoy liada…
Él ya no la podía oír, y Scarlet no tuvo tiempo de oponerse, aunque sí lo tuvo, y mucho, para renegar de Charlotte.
Damen llegó a casa de Scarlet, bueno, mejor dicho a casa de Petula, aparcó delante y entró como casi siempre, sin llamar al

* * * *

Damen llego a casa de Scarlet, bueno, mejor dicho a casa de Petula, aparcó delante y entró como casi siempre, sin llamar al timbre. Sabía que Petula tenía entrenamiento de animadoras y que todavía tardaría en volver a casa. Recorrió el pasillo de la segunda planta y torció a la izquierda en dirección al dormitorio de Scarlet, en lugar de a la derecha, como acostumbraba, para ir al de Petula. Se le hizo un poco raro.
Se acercó al dormitorio de Scarlet, hizo caso omiso del genuino cartel de PROHIBIDO EL PASO prendido a la puerta, y entró. Bajo las luces atenuadas parpadeaban por toda la habitación lo que parecían centenares de velas ornamentales. Era precioso, Damen buscó a Scarlet con la mirada, pero no dio con ella hasta que divisó su silueta en el techo, proyectada por la luz de las velas. Conforme iba hacia allí, reparó en un pompón clavado a la pared con un cuchillo de cocina. Se acercó a Scarlet, en el suelo junto a la cama, su iPod sonaba a todo volumen mientras ella seguía la música como una posesa, ajena a lodo.
—Supongo que esto significa que se acabaron las concentraciones de animadoras, ¿eh? —dijo Damen al tiempo que arrancaba el cuchillo de la pared y liberaba el pompón que se cernía sobre ella.
Scarlet estaba completamente ida y no le oyó. Le dio unos golpecitos en el hombro mientras con la otra mano sujetaba el cuchillo, que fue lo primero que vio ella. Scarlet se arranco los auriculares de un tirón y de un salto se plantó sobre la cama.
Damen reparó en su guitarra —una Gretsch de semicaja color morado pálido—, que descansaba sobre un soporte, y la cogió, interrumpiendo el discurso de Scarlet.
—No sabía que tocases —dijo mientras se pasaba por la cabeza la correa de cuero negra.
—¿Y por qué ibas a saberlo? —preguntó ella, con leve sarcasmo.
Damen se sentó sobre la cama de Scarlet y empezó a toquetear la guitarra.
—Huy, perdona, ¿te importa? —preguntó.
—No, no, qué va… —contestó ella, a fin de perder algo de tiempo—… Adelante.
Damen miró la guitarra, cerró los ojos y, guiándose por el tacto, tocó el I Will Follow You Into The Dark de Death Cab for Cutie.
—No sabía que… —empezó Scarlet, asombrada de que no sólo supiera tocar, sino que además conociera una de sus canciones favoritas—… tocases.
—Sí, sí lo sabías. ¿Recuerdas? Yo mismo te lo comenté —dijo él.
—Ya. Supongo que lo había olvidado —contestó ella, figurándose que habría sido cuando Charlotte la poseyó.
Damen estaba intrigado; en su experiencia con las chicas, éstas siempre se aferraban a sus palabras, y recordaban cada coma de cuanto él decía.
—Nunca pensé que fuera a tocarle esta canción a una «animadora» —se rió él mientras rasgueaba la guitarra.
—Ex animadora —atajó ella, esbozando una pequeña sonrisa. Scarlet no podía dejar de sonreír, impresionada por su elección musical.
—¿Sabes qué? Tengo entradas para el concierto de los Death Cab del sábado por la noche… —dijo mientras tocaba los últimos acordes de la canción.
—¿Ah, sí? —dijo ella recurriendo a su habitual tono de indiferencia, para evitar a toda costa que él pudiera descubrir o intuir siquiera cuan capaz era ella de mata.

COMENTARIO : AMI MEGUSTARON AUNQUE ESTUBIERON MUYY LARGOOS PERO SON MUY EMOCIONANTES.

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