domingo, 29 de noviembre de 2009

Lo mismo es un efecto colateral de la posesión —rumiaba Scarlet en el pasillo de camino a su taquilla. «¿Podía ser que le empezara a gustar Damen Dylan como… persona?», se atrevió a pensar. «¿Como tío?» En un desesperado intento por ahogar los desagradables pensamientos que rondaban por su cabeza, buscó consuelo nuevamente en el control del volumen de su iPod, haciendo girar la ruedecilla hasta un nivel capaz de hacerle saltar a uno los tímpanos, tan alto que quienes se encontraban medio pasillo más adelante pudieron reconocer su lista de reproducción.
Mientras se dirigía a la taquilla ataviada con una descolorida camiseta vintage de Suicide y cargando con una mochila de los Plasmatics, escrutó el pasillo en busca de Charlotte, cuya ausencia ya se hacía notar, pero sólo divisó a Damen, que esperaba apoyado contra una taquilla contigua.
—Qué tal —dijo él nada más verla.
Damen escarbó en el interior de su mochila y extrajo de debajo de su abrigo un CD pirateado de Green Day.
—Anoche grabé esto para ti. Se me ocurrió que a lo mejoLa despedida fue breve y embarazosa, ninguno sabía si procedía un beso en la mejilla, un abrazo o un apretón de manos, y lo que debiera de haber sido un momento de ternura se transformó en una despedida de piedra-papel-tijera.
—Mmm, gracias —dijo Scarlet—. Lo he pasado… —se estrujó el cerebro para dar con la palabra idónea, pero lo único que se le ocurrió fue una torpeza—… bien.
—Sí, yo también —Damen asintió tímidamente—. ¿Nos vemos… pronto?
Ninguno de los dos reparó en Petula, que los observaba con rencor desde la ventana de su dormitorio. Ni se les pasó por la cabeza levantar la vista; era noche de sábado, y para Petula Kensington quedarse en casa el sábado por la noche era algo, bueno, totalmente amish.
Damen descendió el paseo de piedra como en tantas ocasiones anteriores, pero notó que esta vez la sensación era del lodo distinta. Se metió en el coche, pulsó el selector de CD de su estéreo Bang & Olufsen, y mientras escuchaba Transatlanticism revivió cada detalle de la noche.

* * * *

A la mañana siguiente, Scarlet se acercó a la taquilla de Damen para pegar en la puerta una nota de agradecimiento, pero se percató de que estaba abierta y decidió dejársela en el interior. El último ejercicio de Física estaba apoyado contra la puerta y se deslizó hasta el suelo. Ella lo recogió y reparó inmediatamente en el grande y grueso «MD» que aparecía escrito en tinta roja en la parte superior del papel.
Scarlet supo que el suspenso no era de Damen; era suyo. Sin pensárselo dos veces, corrió por el pasillo hasta el ala abandonada del instituto, respirando hondo y tragándose su orgullo por el camino.
No había señales de vida en aquella ala del edificio. Llevaba en obras más tiempo del que nadie podía recordar, pero no parecía que éstas avanzaran ni que siquiera existiera algún plan para acometerlas. Era un lugar perdido en el tiempo, un lugar olvidado. Al menos así le pareció a Scarlet.
Arrancó algunos de los listones sueltos de madera que tapiaban el ala del resto del instituto y entró. Olía a ancianidad y a cartón mojado. Recorrió los pasillos, asomándose a distintas aulas, pero no vio a nadie, «nadie» que fuera Charlotte. Scarlet empezó a temerse que lo mismo le había ocurrido algo o que tal vez ya no podía verla debido a la discusión en la fiesta S.P.A. Lo mismo Charlotte se había ido para no volver.
Scarlet se asomó por las sucias ventanas al patio interior del ala cuadrada. El patio, invadido de hierbajos y hiedra, el pavimento agrietado y bancos y estatuas de piedra rebozados en musgo, se parecía más a un viejo cementerio que al jardín inglés que supuestamente era en realidad.
Charlotte —en una esquina fuera de la vista de Scarlet— se acercó a Pam, que se encontraba estudiando. Sostuvo en alto un bonito atrapasueños que ella misma había confeccionado.
—En señal de paz —dijo Charlotte, y se lo tendió a Pam.
—¿Un atrapasueños? Es que no lo coges —refunfuñó Pam.
—Puedes colgarlo en tu habitación —dijo Charlotte, esperanzada.
—Muy irónico, teniendo en cuenta que pronto me quedaré sin habitación gracias a ti —dijo Pam a la vez que .se giraba y le daba la espalda.
—Mira, lo siento —dijo Charlotte, reuniendo el valor para disculparse aun cuando sabía perfectamente lo frívolo que sonaría después de la indiferencia que había mostrado hacia Pam y los demás.
Pam, que siempre mostraba debilidad por Charlotte y sus fechorías, sonrió y decidió que dejaría que Scarlet se arrastrase un poco y se disculpara un mucho, y luego lo pasado, pasado.
—Se acabaron las fantasías, Pam. Quiero volver —dijo Charlotte.
Pam se volvió para mirar a Charlotte a la cara y aceptar sus disculpas, pero divisó a alguien a quien no esperaba ver. Allí estaba Scarlet, de pie en el umbral. Pam se sintió herida, convecida de que la tomaban por estúpida.
—¿Y ahora qué?, ¿pretendes utilizarme como coartada? —profirió Pam, mostrando un lado colérico desconocido para Charlotte.
Los ojos de Charlotte destellaron con una mirada confusa. Trató de decir algo en su defensa pero en su lugar le entró un acceso de tos.
—He intentado ayudarte, Charlotte, pero no pienso hundirme contigo —continuó Pam, con tono herido y sintiéndose traicionada.
Viéndola toser sin parar, Pam estuvo tentada de darle a Charlotte un palmetazo en la espalda, como ya hiciera en otra ocasión, pero en vez de eso dio media vuelta y se fue.
Ahora que Charlotte estaba sola, Scarlet emergió de las sombras y le dio unos golpéenos en el hombro desde detrás.
—Eh —dijo Scarlet.
—Me has asustado —dijo Charlotte, sobresaltada.
—¿Qué te parece el cambio de papeles? —dijo Scarlet, tratando de romper el hielo.
—¿Qué haces? No puedes estar aquí —Charlotte condujo a Scarlet hasta un rincón, oculto tras un tupido matojo.
Scarlet escarbó en su bolsa y extrajo el ejercicio suspenso de Damen.
—¿Un muy deficiente? —dijo Charlotte, atónita.
—Ya no se trata sólo de nosotras. El confió en mí, bueno, en nosotras, y ahora se ha quedado sin novia, suspende Física y es probable que lo echen del equipo de fútbol —dijo Scarlet.
—;De modo que vuelves a estar dentro? —preguntó Charlotte, incapaz de contenerse y cumplir con la promesa que le hiciera a Pam sólo unos minutos antes.
—Más bien tú vuelves a estar dentro —contestó Scarlet.
Pam observó desde lejos cómo Scarlet y Charlotte se reconciliaban y supo que Charlotte había vuelto a elegir a Scarlet antes que a ella, y a los vivos antes que a los muertos.r te molaba —le dijo tendiéndole el CD.
—Gracias —murmuró ella, sin esforzarse demasiado en ocultar su ambivalencia.
Su tibia respuesta sugirió a Damen que se equivocaba.
Ella abrió su taquilla, examinó detenidamente el portacedés personalizado que guardaba en la parte inferior y escogió uno para él.
—¿Los Dead Kennedys? —preguntó Damen.
—Nunca mejor dicho —contestó Scarlet.
—Fresh Fruit for Rotting Vegetables —dijo Damen leyendo el título en voz alta—. Qué considerado de tu parte.
Mientras se encontraban sumidos en su discusión musical, un reducido grupo de jugadores de fútbol se los quedaron mirando, y luego unas chicas se percataron de cómo éstos se fijaban en Scarlet.
—La gente me está mirando con cara rara —le dijo Scarlet a Damen mientras las chicas la miraban de arriba abajo.
—¿Y eso es una novedad? —preguntó él, impresionándola con su sorprendente sagacidad.
—Oye, que esté paranoica… —empezó ella.
—… no significa que no vayan a por mí —dijo Damen, completando el pensamiento de ella a la vez que asentía con la cabeza.
No eran exactamente almas gemelas, pero no había duda de que cada vez se sentían más cómodos juntos. Scarlet resolvió dejarse llevar por la corriente, al menos hasta que ésta se precipitara en cascada al vacío. Se sacudió la ansiedad por el momento y aceptó reunirse con Damen algo más tarde para una sesión de tutoría. Sólo había un problema: no tenía ni idea de Física.

* * * *

Charlotte estaba sentada a su pupitre de Muertología, pasando mecánicamente las páginas de su Guía del Muerto Perfecto. Después del examen de Damen, le había invadido una inexplicable desazón y decidió que lo mismo le venía bien concentrarse en sus estudios. Siempre le había funcionado, pero, lamentablemente, esta vez no.
«Seguro que están pasando muchísimo tiempo juntos», pensó. La repentina punzada de inseguridad la cogió por sorpresa.
Pam, que se encontraba estudiando en la otra punta del aula, no pudo evitar lanzar a Charlotte una mirada de «te lo dije».
—Cotilla —dijo Charlotte con sarcasmo, mientras cerraba el libro y se quedaba allí sentada con la mirada perdida.

* * * *

Ese mismo día, algo más tarde, Damen y Scarlet se encontraban en plena sesión de «tutoría» en la sala de música de Hawthorne, salvo que sus libros descansaban cerrados sobre el suelo mientras ellos intercambiaban frases a la guitarra. Levantaron la vista el tiempo suficiente para fijarse en que las chicas que se habían fijado en los jugadores de fútbol fijándose en Scarlet lucían ahora todas exactamente la misma camiseta de Suicide que ella, gracias a la tienda de camisetas indie que había pegada al instituto.
—Llama al exterminador. Este sito está infestado de imitadoras —dijo ella sin dejar de rasgar la guitarra.
—Eres un icono. Ahora todo el mundo sabe lo guay que eres en realidad —dijo Damen con una sonrisa de suficiencia.Scarlet pareció molesta pero lo cierto es que se sentía halagada. Dejó pasar el comentario sin más, decidida a hacerse la dura. Entrar al trapo sería como sucumbir Lo normal hubiese sido que Scarlet se sintiera ofendida y fustigada por aquel peloteo sartorial, pero en su lugar se descubrió pensando en Charlotte. Sólo podía pensar en lo feliz que se pondría Charlotte de ver que la gente popular la empezaba a emular, y en cómo todo se debía precisamente a ella. No era algo que la entusiasmara, pero sabía lo mucho que significaría para Charlotte, aun cuando no se hablasen.
Scarlet abrió la cremallera de su bolsa de gimnasia, y mientras revolvía en su interior buscando la ropa deportiva —una camiseta rota de color gris con el mensaje GOTH IS DEAD que se encajaba encima de su top magenta, unos descoloridos pantalones cortos negros y unas Converse All Stars de lona—, se encontró el CD del Disintegration de The Cure en el fondo.
—Estás que te sales —dijo triunfante; insertó el CD en su reproductor y escuchando Plainsong a todo volumen subió las escaleras hasta el gimnasio.

* * * *

Petula no llevaba nada bien el salto a la fama de Scarlet en Hawthorne, pero se aferraba con rencor a la esperanza de que no fuera más que una moda pasajera y que la gente no tardaría en recuperar el sentido común. Ella había sido el modelo de belleza americana por excelencia durante los últimos cuatro años, y no iba a ceder su corona a nadie, menos aún a su hermana. Estaba acicalándose, como de costumbre, delante del espejito de su taquilla antes de ir a su siguiente clase, cuando apareció en el cristal el reflejo de un atleta ataviado con una nueva cazadora de fútbol de estilo gótico, toda negra con un círculo de halcones rojos a modo de logotipo. A continuación vio que se acercaban las Wendys. Tampoco ellas parecían haberse librado de la influencia de Scarlet.En Hawthorne Manor ya corría la voz de que con Charlotte se podía contar cada vez menos. Para entonces era obvio que su obcecación y su absoluta incapacidad de renunciar a su «vida» habían hecho peligrar la misión de los chicos muertos. La casa estaba sobre el tajo y, que Prue supiera, también lo estaban sus cabezas.
Apostada en el umbral del cuarto de juegos, Charlotte observaba a los chicos muertos matar el tiempo para liberar la tensión que los agarrotaba.
DJ hacía girar discos en el aire, y lanzaba los viejos LP de vinilo a la cabeza de Simón y Simone como si de sierras giratorias se tratasen. Silent Violet estaba sentada a un pupitre y se metía el dedo en la garganta con el arrojo de una bulímica, buscándose la voz. Kim se arrancaba mecánicamente las costras de la herida de la cabeza mientras parloteaba sin cesar. Suzy grababa distraídamente la palabra «lávame» en la espalda de Rotting Rita, mientras ésta iba pescando los gusanos que le salían reptando de la nariz, los hacía una bolita con los dedos y se los tiraba a Mike y Jerry, quienes aguardaban el lanzamiento con el pulgar y el meñique levantados, como postes de rugby.
—¡Gol! —exclamaba Mike cada vez que Rita atravesaba los postes.
CoCo, entre tanto, escarbaba entre las esquirlas de cristal de un espejo hecho añicos, rasgándose los dedos a tiras, tratando de juntar las suficientes para poder ver su reflejo.
Todos dejaron sus quehaceres cuando Charlotte entró en la habitación. En la clase de Muertología siempre hacía algo de frío, pero la fría espalda que ahora le ofrecieron los demás la dejó completamente helada.
—Qué hay, Kim —dijo Charlotte—. ¿Con quién hablas?
—Estoy ocupada —articuló Kim con displicencia a la vez que retomaba su «conversación» telefónica y se alejaba.
Charlotte se dirigió entonces a los musicoadictos Mike, Jerry yDJ.
—¿Oye, qué escucháis, colegas? —preguntó Charlotte con afán—. ¿Os importa si me uno a vosotros?
Los chicos estuvieron tentados de contestar, viendo en ésta una oportunidad para departir sobre música —en especial Mike, quien, literalmente, tuvo que morderse la lengua—, pero Charlotte los había decepcionado demasiado. Mike se retiró uno de los auriculares y declinó el ofrecimiento.—¡Asume tu responsabilidad, Charlotte! —la increpó con un fuerte pitido—. Sabías más que de sobra que no debías relacionarte con los vivos y menos aún traer a nuestro mundo a esa protegida viva tuya. ¿En qué estabas pensando?
—Supongo que no pensaba —contestó Charlotte humildemente.
—Desde que te conocemos no has hecho otra cosa que intentar ganarte el favor de gente que te patearía con gusto a la menor oportunidad —dijo Pam lanzando las manos al aire.
—Si pudiera rectificar, lo haría —confesó Charlotte.
—Yo no estoy tan segura —dijo Pam con escepticismo—. Pareces un disco rayado.
DJ lo cogió al vuelo y proporcionó a Pam un efecto de sonido perfecto arañando el vinilo con una uña larga y afilada.
A estas alturas, los demás se habían colocado a la espalda de Pam y escuchaban la conversación de brazos cruzados y con las cejas levantadas.
—¿Y qué quieres que diga, Pam? —preguntó Charlotte, con una excitación y una tos en aumento—. ¿Que estoy contenta de estar aquí mientras la vida sigue su curso sin mí?
—Es el Destino, Charlotte —dijo Simón.
—Asúmelo de una vez —añadió Simone.
—¡No, no lo creo! —respondió Charlotte.
—Entonces, ¿qué crees? —preguntó Pam.
—Que fracasé —murmuró Charlotte—. Soy un fracaso. Todos lo somos.
—A los demás no nos metas —advirtió CoCo.
—Fracasamos en nuestra vida y a mí, personalmente, me está costando un poco asimilarlo —continuó Charlotte—. Ella no prestó atención. El no respetó el límite de velocidad. Ella no quiso escuchar. ¡El no comió como es debido! —dijo Charlotte paseándose por la habitación.
El dolor en la mirada de sus compañeros era evidente, pero Charlotte estaba decidida a exponer los argumentos, por duros que fueran, tanto para ella como para el resto.
—Ni vivir es ganar, ni morir fracasar —replicó Pam.
—Es el rechazo definitivo —dijo Charlotte—. Y de eso ya tengo más que de sobra.
—Entonces ¿qué? ¿Vas a dejar que tus deseos interesados comprometan nuestro futuro? —preguntó Kim—. ¿Y qué pasa con la resolución? ¿Con la aceptación de tus faltas?
—Acepto… que prefiero estar viva —afirmó Charlotte.
—¿Sabes por qué Prue es tan fuerte? —preguntó Pam, aparentemente cambiando de tema.
—¿Porque es la que más tiempo lleva aquí? —conjeturó Charlotte; en su opinión, era posible que Prue contara incluso con décadas de Muertología en su haber.
—No. Es porque comprende su propósito —la informó Pam—. Ella no pregunta por qué.
La verdad atronó en los oídos de Charlotte. A Prue se le daba muy bien lo de estar muerta y controlaba a la perfección todas sus habilidades. No sufría ninguno de los conflictos internos que tenían a Charlotte estancada. Es más, Charlotte tenía la certeza, desde el instante en que la conoció, de que a Prue, de hecho, le gustaba estar muerta, si es que eso era realmente posible.
—Puede que a veces sea una mandona, pero al menos sabemos de qué lado está —dijo CoCo con tono cortante.
Con ese corte hiriente, Pam y los demás dieron media vuelta y dejaron a Charlotte sola en la habitación para que lo meditara.

* * * *

Aquella noche, la calle aparecía salpicada de charcos después de que un chaparrón de media tarde dejara su impronta en el exterior del Buzzard’s Bay Theatre. El reluciente asfalto negro era lo más parecido al charol que puede llegar a ser el asfalto, tanto que hasta podía leerse en él el turbio reflejo del rótulo «Death Cab» que ocupaba la marquesina de principios de siglo. Scarlet esperaba bajo la cubierta, ataviada con un minivestido vintage de color malva, sobre el que lucía un amplio jersey negro de lentejuelas, y sus botas moteras. Llevaba sus ojos de mapache muy —¿Necesitas entradas? Entradas. Tengo entradas —oyó que le decía un reventa de aspecto más que dudoso que fue a situarse subrepticiamente a su lado.
—No, gracias, ya tengo —dijo ella mirando en dirección opuesta.
—¿Qué asiento tienes? Yo tengo unos buenísimos —insistió el tipo.
—Pues no sé, las tiene mi colega —respondió Scarlet por si así le ahuyentaba.
—Bueno, ¿y dónde está tu amiga? —preguntó el reventa.
—Mi amigo está de camino —respondió Scarlet a la vez que se trasladaba al otro extremo de la entrada.
—Bueno, pues cuando llegue tu cita a lo mejor queréis pagar un poco más a cambio de unos asientos mejores —le gritó él a la espalda.
—¡No es una cita! —chilló ella, reacia a que el tipo, que era un completo extraño, se fuera con la idea de que tenía una cita, porque si así se lo parecía a un reventa, entonces cabía la posibilidad de que sí fuera una cita, y no iba a permitir que un vulgar reventa decidiese si tenía una cita o no—. ¡Ni lo pienses! —volvió a chillar a la vez que él se escurría entre las sombras y Damen aparecía en su lugar.
—¿Ni lo pienses? —preguntó Damen.
—Sí, ya ves, el reventa ese, que quería venderme una entrada con fecha de otro día —dijo ella, haciéndose la dura.
—Pues ya hay que ser iluso para comprar una entrada con fecha falsa —añadió Damen.
—Sí, iluso —dijo Scarlet.
—Buah, esto sí que es mejor que estudiar —elijo Damen mientras dejaba caer la mochila encima de la mesa exterior pan que la registraran.
—Sí, y hablando de eso… Estaba pensando que tal vez sea mejor dejarlo… —vaciló Scarlet—… Ya sabes, lo de la tutoría.
—¿Por qué? —preguntó Damen.
—Pues, bueno, es sólo que me parece que tal vez… te convenga… estudiar con alguien más de… tu nivel, ¿no? —contestó Scarlet.
—¿De mi nivel? Si hago eso, entonces seguro que no apruebo —dijo Damen riéndose a la vez que recogía la mochila de la mesa y se la echaba al hombro.perfilados y se veían tan negros como su pelo. Los labios se los había pintado de un tono pálido.

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